Indro Montanelli, el hombre que dijo NO a Berlusconi
El histórico periodista se negó a poner Il Giornale al servicio de la carrera política de Il Cavaliere | Publican en España sus diarios, Cuentas conmigo mismo
17 febrero, 2011 01:00Indro Montanelli. Foto: EPA.
Cuando Berlusconi iba de visita a Il Giornale no subía hasta la tercera planta. El periódico era suyo pero en esa planta el único soberano era Indro Montanelli (Fucecchio, Florencia, 1909 - Milán, 2001). Desde ella dirigía el diario conforme a su criterio, sin aceptar ningún tipo de ingerencia del próspero empresario. Esa regla no escrita fue respetada escrupulosamente por Il Cavaliere desde 1979, año en que se hizo con la mayoría del accionariado de la publicación, hasta 1994, cuando propuso a su director modificar los términos del pacto. Berlusconi le pidió a Montanelli que el periódico debía ponerse al servicio de sus ambiciones políticas. Y Montanelli le dijo que NO, que por ese aro no pasaba.El periodista quizá más influyente y popular en la historia de Italia no había nacido para plegarse a ninguna directriz. Empezó a curtirse en Paris Soir como reportero de calle, luego pasó a cubrir conflictos bélicos para el Corriere della Sera, periódico este último que dejó por su inclinación hacia la izquierda en los 70 y con el que volvió a colaborar tras romper con Berlusconi a mediados de los 90. Fueron miles y miles los artículos con que entintó la prensa italiana cada día. También escribió más de 50 libros. Siempre mordaz, siempre irreverente, siempre anticomunista.
Además dejó una serie de cuadernos anotados a modo de diario. En estos escritos, que ahora publica la Esfera de los Libros bajo el título de Cuentas conmigo mismo, Montanelli saca a relucir sus contactos con figuras clave de la segunda mitad del siglo XX: Inge Feltrinelli, Federico Fellini, Giovanni Agnelli, Josephine Baker, Henry Kissinger, Jorge Luis Borges, Raymon Aron, el propio Berlusconi... Pero en realidad el brillo de estos personajes languidece junto al verdadero protagonista del diario: él mismo. La vanidad es un componente básico en su escritura. Lo explica Sergio Romano en el prólogo del libro: "Muy a menudo, después de haber utilizado al modelo, Montanelli lo desdeña u olvida para contemplar únicamente su cuadro, o lo que es lo mismo, para contemplarse en el espejo de su obra".
Montanelli, armado de la sátira, baja del pedestal a todos estos prohombres. Es algo que no se le puede reprochar porque, aunque su ego -como se ha dicho- es incontenible, también se aplica a sí mismo la misma receta. Es muy ecuánime en este sentido. Hay una anécdota hilarante en la que el periodista italiano se coloca a la altura patética de todo hombre. Cuenta cómo una vez le llamó Giovanni Spadolini, director en su día del Corriere, justo cuando se estaba colocando un supositorio para combatir el estreñimiento. Las voces del director al otro lado del teléfono se intercalan con los desahogos de Montanelli sobre el retrete.
Menos lúdica resulta la narración del atentado que sufrió: "Milán, 2 de junio de 1977. Es la fiesta de la República. Yo la celebro recibiendo en las piernas cuatro balas de revólver, calibre 9". Las Brigadas Rojas pretenden intimidarle así. Son los Años de Plomo e Italia sufre una tensión política insoportable. El atentado dispara definitivamente su popularidad. Y la envidia corroe a sus competidores. Al día siguiente el Corriere titula la noticia de forma anónima: "Atentado contra un periodista". Y La Repubblica llega a insinuar que el ataque ha sido organizado por el propio Montanelli, para subir a los altares de la celebridad mediática. El atentado, desde luego, no lo preparó, pero sí tuvo muy en cuenta desde el principio el rédito que podía sacar de él: "Ahora hay que confirmar la imagen que tienen de mí mis lectores: el periodista sin miedo, pero también sin pose de gladiador". Así razonaba con las heridas todavía calientes en el hospital.
Montanelli salió reforzado de aquel acontecimiento trágico. Siguió librando cientos de batallas en los periódicos: contra el pacto entre los Comunistas y la Democracia Cristiana (el denominado compromiso histórico) para gobernar el país, contra las infraestructuras industriales levantadas en torno a Venecia y que estaban hundiendo bajo el agua a la ciudad, contra la propensión de la derecha italiana a comportarse como fascistas cuando llegaban al poder... Y, por supuesto, contra el ascenso meteórico de Berlusconi en la política italiana. Hoy se sentiría consternado si pudiera saber de algún modo que Il Cavaliere lleva ya 20 años en el poder, gobernando Italia con los modales más desvergonzados jamás vistos en la historia democrática del viejo continente.
Reflexiones montanellianas
- Sobre su vanidad:: "Cada poco sufro ataques de humildad. Me digo que solo soy un hábil taraceador de frases y que más que convencer al lector, intento sorprenderle con medios a veces poco lícitos; que soy más pícaro que valiente, etcétera. Pero luego, al final, invariablemente, concluyo que solo aquellos que tienen mucho talento dudan de su propio talento. Y así, a las muchas virtudes que en los momentos de orgullo me atribuía, acabo añadiendo, por humildad, la modestia".
- Sobre los italianos: "Para dirigir una discusión entre italianos se necesita una metralleta".
- Sobre su impostura: : "¡En el fondo, qué aburrimiento tener que fingir maldad sólo porque la bondad esté de moda!"
- Sobre la mujer ideal: "Alta, flaca, vestida de terciopelo negro, con un largo, blanquísimo cuello de cisne. Los ojos azules. Los cabellos de oro. Infinitamente dulce, aérea, alegre. ¡Ah, si encontrase una criatura semejante…! Cada noche la acompañaría a su cuarto, la desnudaría, y la metería en el lecho cubriéndolo de rosas. Y correría al burdel en busca de una puta gorda, desinhibida y vulgar".