Image: Jack London. Una vida estadounidense

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Letras

Jack London. Una vida estadounidense

Earle Labor

6 junio, 2014 02:00

Jack London con sus hijas

Straus & Giroux, 2014. 788 páginas. 30$

"El lector superficial captará la historia de amor y de aventura", escribió Jack London en 1903 sobre El lobo de mar, "mientras que el lector más concienzudo captará todo eso, además de ese algo más grande que yace debajo". Es la forma de hablar directa, típica de un escritor que parecía pensar en su obra en términos de valor mercantil. Podría estar describiendo su propia vida: abundantes aventuras, una especie de historia de amor, un inquietante estallido final. En la nueva biografía de Earle Labor ese "algo más grande" tiene problemas para manifestarse. A lo mejor, no existe.

La historia de JackLondon es agradable de leer, como un desenfadado cuento de cambio de siglo al estilo del propio escritor. Nacido en 1876, London era hijo ilegítimo de un astrólogo mujeriego (que luego, en una creativa maniobra, negó su paternidad alegando que era impotente). Alcanzó la mayoría de edad en una época en la que florecía la corrupción política, cuando los tentáculos del monopolio del ferrocarril Southern Pacific aún aprisionaban a la Costa Oeste. Durante su infancia, fue a parar a lugares en los que prosperaba la crueldad humana; ser testigo de ella le forjó, y desarrolló una rara habilidad para transmitirla a través de la ficción. A los 22 años había trabajado como pescador furtivo de ostras, cumplido condena en prisión, vagabundeado siguiendo las vías del ferrocarril, se había enrolado en una goleta de caza de focas con rumbo a Japón, marchado con el ejército de desempleados de Coxey y buscado oro durante la fiebre de Klondike. En un esfuerzo por abrirse camino en la escritura (un objetivo que, irónicamente, le iba a ser útil para evitar una vida de duro trabajo), convirtió estas experiencias en rentables novelas y relatos, como las brillantes El lobo de mar, La llamada de la selva, Martin Eden, y la obra de no ficción Gente del abismo. Cuando rondaba los 35 años, se había convertido en uno de los más populares narradores de un género que él contribuyó a crear: un tipo de naturalismo especialmente violento en el que un hombre se enfrenta a los crueles y caprichosos designios de la naturaleza humana y de la Madre Naturaleza, siendo derrotado muchas veces. A los 40 años estaba instalado en Rancho Hermoso, en Glen Ellen, California, donde durante un tiempo disfrutaría de una dieta a base de carne dos veces al día (una exquisitez) antes de morir de uremia en noviembre de 1916.

El marco final desvela a una persona cuyas contradicciones quizá no fuesen innatas, sino determinadas por la época: London como malhechor y como ciudadano respetable, que nada más dejar la recolección furtiva de ostras en la bahía de San Francisco acepta un trabajo con algo llamado Patrulla de la Pesca de California y detiene a individuos de la misma calaña que había sido él. Pronto quedó atrapado entre las fuerzas enfrentadas del socialismo y el éxito capitalista, cada una de ellas como un polo magnético. Se convirtió en un socialista consagrado y en un consagrado productor de dinero al estilo capitalista.

London: An American Life es una biografía propiamente dicha, entendida como lo opuesto a un estudio, lo que significa que hay una refrescante ausencia de reivindicaciones de que London inventara o incluso cambiara algo de hecho. Labor, conservador del Museo de Jack London en Shreveport, Luisiana, es uno de esos raros biógrafos que entiende que no es imprescindible que su personaje haya revolucionado el mundo al pie de la letra para llevar una vida fascinante. Es más, en el caso de London, la fascinación no constituye lo que se dice un puente hacia la empatía cómplice. Para empezar, cuesta interesarse por el hombre como artista dado el carácter obsoleto de su obra, mientras que la vinculación emocional con él como personaje es casi imposible. ¿Se puede sentir simpatía por alguien que consideraba a su hija un "potro ruinoso"? A lo mejor sí, si ese fuese el único ejemplo de … su desapego. Pero por lo visto London siempre prefirió los animales a los humanos. En un momento de una extenuante travesía a vela en su barco (el Snark, llamado así por el poema de Lewis Carroll), permanece sordo a los padecimientos de la tripulación, pero en cambio no vacila en variar el rumbo para devolver a un pájaro extraviado a la costa.

Labor no trata en detalle ninguna de las obras del escritor, y ofrece poca información acerca del contexto. Por supuesto, no resulta sorprendente que dedique tan poco tiempo a la obra: después de todo, hay mucho que decir de la vida. En este aspecto, se atiene a los valores de London: la escritura es un trabajo antes que un arte, y está guiada por un feroz apetito de éxito. "Si mañana me quedo desnudo y hambriento", le escribió a una antigua novia, "seguiré desnudo y hambriento; si fuese una mujer, me prostituiría con todos los hombres, pero lo lograría. En resumen, que lo lograré". Esta es solo una de las interesantes observaciones acerca de la prostitución y la ambición, y un ejemplo de una extraña y compleja relación con las mujeres. En otro caso contemplamos perplejos cómo inicia una relación sexual con una chica -un "genio emocional"-, solo después de haberse casado con otra. Luego está la segunda señora de London, Charmian Kittredge, cuya extrañamente igualitaria relación con el escritor transforma las contradicciones de su carácter en complejidad; aunque un poco tarde, bienvenido sea. Desde que ella aparece en 1900, Labor cita profusamente sus diarios, la mayoría relatos en primera persona de su vida con Jack.

En definitiva, hay elementos de auténtico interés a los que asirse: su turbulenta relación con el éxito, los problemas con el capitalismo, el hecho de haber nacido en una época particularmente complicada, impasible y corrupta de la historia de EE.UU.; pero ese "algo más grande" permanece oculto, mientras que la punta del iceberg que se nos ofrece tiene tan solo estrafalarios destellos. El invento sigue siendo más atractivo que el inventor, y plantea el mismo inconveniente de que resulta fuera de lugar cuando es sometido a escrutinio en un siglo que no es el suyo.