El último camino de Antonio Machado
De la mano del hispanista Ian Gibson, recorremos los pasos del autor de 'Campos de Castilla' por la localidad francesa de Colliure, donde aún hoy permanece su tumba.
19 febrero, 2019 01:00Situado en los Pirineos franceses, en la histórica región del Rosellón, bañado por el mar Mediterráneo, el puerto de Colliure se abre camino entre su cálido clima, el colorido de sus casas y una luz propia que, durante años, ha seducido a pintores de todas partes. Cuna de inspiración para Picasso, Marquet o Dufy, de él dijo Derain que su “luz dorada” suprimía las sombras y Matisse escribió que no había un cielo más azul en toda Francia que el que reina sobre Colliure.
Hasta allí llegó Antonio Machado (Sevilla, 1875-Collioure, 1939) un 28 de enero, junto a su madre de 88 años, su hermano José y su mujer, Matea Monedero, después de la caída de Barcelona en 1939 bajo el control franquista. No marchaban solos. Junto a ellos, otras 400.000 personas, se calcula, cruzaron la frontera también en busca de refugio. Hoy un plácido camino de viñedos y pueblos bordea este recorrido de apenas 26 kilómetros que hace ochenta años atravesaron bajo lluvia y bajas temperaturas.
“Hay que hacer un ejercicio de memoria”, sostiene Ian Gibson (Dublín, 1939), autor de Los últimos caminos de Antonio Machado (Espasa) que, a raíz de la publicación de este libro que sigue los últimos y atormentados años del poeta, se ha desplazado hasta la localidad francesa para presentarnos su historia. No hay mucha información de sus últimos meses pero él “llega destrozado -cuenta el hispanista-, cruza la frontera con la lluvia y los guardias flanqueando el camino, entre una muchedumbre que huye de los bombardeos aéreos”.
Para entonces, “lleva meses sabiendo que todo está perdido, que la república no va a poder permanecer. Es el final del camino”, explica. Adicto al tabaco y al café, sus amigos y conocidos coinciden en señalar la decadencia de su estado físico. No es la primera vez que pisa suelo francés. Años antes, en 1899, ya había vivido junto a su hermano Manuel en París. Allí conoció a Rubén Darío, Oscar Wilde o Pío Baroja y entró en contacto con la poesía de Paul Verlaine, fallecido en 1896, cuya influencia sería determinante en el resto de su obra. “Hay mucha Francia en la obra de Machado”, añade Gibson, para quien sin el país galo no se puede entender la escritura del sevillano.
Sea como sea, y tras su llegada, pronto los vecinos se vuelcan con ellos. Se hospedan en la pensión Bougnol-Quintana, donde les proporcionan cama, comida y alimentos. Conocida hoy como Casa FH Quintana, a pesar de que en ella el poeta pasó sus últimos días, tristemente, esta pequeña villa de tonos pastel, situada en la calle que lleva su nombre, permanece cerrada al público y a la venta.
En ella, Antonio Machado compone hasta su último aliento. “El último artículo que escribe, que yo sepa, no se ha encontrado -afirma Ian Gibson-. Mucha gente no lo sabe pero el también era columnista. Durante toda la guerra contribuye con la causa republicana escribiendo a la prensa”. Se conoce, continúa, que “envió un último artículo sobre el general Vicente Rojo”. Pero cuando el documento llegó a La Vanguardia, periódico para el que trabajaba entonces, “no salió, porque La Vanguardia aquella noche ya se cierra. Los franquistas han entrado en Barcelona y simplemente desaparece”.
En Colliure, el poeta, pasará sus últimos días. Las noticias que le llegan de su hermano Manuel no son para nada alentadoras. De todos sus hermanos, es con él con el que “tenía una relación absolutamente profunda, se querían entrañablemente”. Juntos estuvieron en París y juntos escribieron algunas obras teatrales como La Lola se va a los puertos, El hombre que murió en la guerra y La prima Fernanda. “Sabemos, por algunos testimonios, que él era muy consciente de que Manuel leía poemas dedicados al franquismo. Según cuenta José, el dolor que provocó en Antonio la situación de su hermano fue una de las causas de su muerte”. Tal vez aquella pena, o tal vez es la de la ausencia de Guiomar -Pilar de Valderrama- la que provoca su hondo pesar.
Con ella, se perdieron más de las doscientas cartas que Machado le envió en vida. “Es terrible -reprocha el escritor-. Siento esa ausencia como algo atroz. Las 40 cartas que tenemos son fascinantes. Sería un documento de incalculable valor. Y pensar que esa mujer fuera capaz de quemar el resto…”.
Sea como sea, lo cierto es que el poeta, tres semanas después de llegar al país francés, morirá. Es el 22 de febrero de 1939. Son las 15.30 cuando su hermano, José, lo hace público. Antonio Machado tenía entonces 63 años. Hoy, su cuerpo descansa en una tumba, que comparte con su madre, en el pequeño cementerio de Colliure flanqueada de banderas republicanas, flores, claveles, y un pequeño buzón, donde recibe notas con cierta frecuencia.
Sobre la tumba, uno de sus versos más famosos:
Y cuando llegue el día del último viaje
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo, ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
Allí, llega Ian Gibson con cierta emoción. Se toma un minuto de silencio, antes de recitar, frente a su esquela, la primera estrofa de su poema Retrato. Defensor de que sus restos “tienen que seguir donde está”, el también experto en Lorca incide en que “España no ha hecho los deberes con la memoria histórica. Cuando se resuelva el tema de Franco y de los cuerpos enterrados en cunetas, empezará a ser el gran país que añoraba Machado. Todavía no ha ocurrido”.
Dueño de un “escepticismo agudo y una bondad extraordinaria”, en palabras de Mariano Quintanilla, para Gibson si había una cualidad en la personalidad del poeta republicano era su dignidad en el sufrimiento y su estoicismo. “Si el viviera en estos tiempos -dice-, vería cosas muy positivas. Hemos avanzado. El quería un diálogo razonable, llegar a compromisos. Es muy necesario Machado hoy”.
Su presencia en Colliure, además, simboliza “la tragedia de España y de aquel éxodo masivo. Así como Lorca representa a todos los fusilados -continúa-, él representaba a todos los exiliados”.
La historia, por otra parte, es bien conocida. Cuando muere, José encuentra “en un bolsillo del viejo gabán de su hermano un trozo de papel arrugado”. Contiene tres anotaciones a lápiz, recuerda Gibson, las palabras iniciales del monólogo de Hamlet “Ser o no ser…”, una copla y su famoso verso: “Estos días azules y este sol de la infancia”. Bajo un cielo, el más azul de toda Francia, que no es el de su niñez en el Palacio de las Dueñas, ni su cielo gris de Castilla. El 22 de febrero se cumplen 80 años de su muerte. “Aquí acabó el último camino de Antonio”, dice Ian Gibson. Y uno se despide de Colliure, en otro tren, antes de que anochezca y la luz se apague.