Cuando Siri Hustvedt (Minnesota, 1955) termina alguna de sus numerosas conferencias acerca de la neurociencia o el psicoanálisis, primero preguntan los hombres y luego las mujeres. Si, además, se le ocurre rebatir alguna de sus cuestiones, “se quedan sorprendidos y frustrados en sus asientos”. La poeta, ensayista y novelista lamenta que, “debido a nuestra cultura masculinizada”, sigan ocurriendo hechos de esta índole. Amante de la filosofía y la psicología, entre otras disciplinas adyacentes a la literatura, Hustvedt aboga por “explorar todos los terrenos” y hacerlos converger para resolver problemas sociales como el machismo, contra el que siempre se ha posicionado a través de sus textos.

“Que el mundo está mejorando es un mito del siglo XIX”, aseguraba ayer la escritora en la rueda de prensa celebrada en el Hotel La Reconquista de Oviedo, con motivo de la inminente recepción del Premio Princesa de Asturias de las Letras el próximo viernes en el Teatro Campoamor. “La idea de progreso puede ser falsa”, alertaba la autora de La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres, un ensayo referencial de la lucha feminista publicado por la editorial Seix Barral en 2017. Por otro lado, no vaciló al exigir a la comunidad literaria tomar cartas en el asunto. “Los hombres que aún recelan de leer a las mujeres deberían avergonzarse de su sensación de masculinidad”, dijo.

El problema es que “la autoridad femenina no se acepta en la cultura, sino que se denigra” según su criterio. Preguntada por su experiencia personal en este sentido, reconoció haber sido víctima de numerosas formas de humillación, “como cualquier mujer que tiene vida pública”. Además, su caso es el de una figura de la literatura que se atreve a inmiscuirse en especialidades como la ciencia o la filosofía, siempre tan “combativas” aunque lamentablemente “masculinizadas”, lo que despierta algún que otro resentimiento inexplicable.

La causa de este retraso social, según Hustvedt, radica en que “las estructuras de poder en Occidente están dominadas por hombres” que han contribuido, quizás en algún caso de manera “inconsciente”, a crear falsos mitos como la necesidad de separar a las mujeres de los hombres. “Lo más triste es que algunas mujeres lo compartan”, dijo con pesar, y se refirió al humor y a la comedia como instrumentos para luchar contra esta lacra. En definitiva, “la idea de que no se necesita el feminismo es un gran mito de la literatura y hay que combatirlo”, concluyó.

La autora de la novela Los ojos vendados y el ensayo El verano sin hombres, preguntada por “las diferencias entre el proceso de indagación” para un género y para otro, aseguró que el paso del tiempo le llevó a pensar que “no son tan diferentes”. Y es que en ambas “se trata de llevar al lector por un viaje” a través de un “proceso de indagación filosófica”. No obstante, sí es cierto que “en la novela hay voces disonantes y en el ensayo no existen”, concedió. Incluso “algunas de mis obsesiones acaban recogidas en un ensayo posterior a una novela”, como es el caso de Un mundo deslumbrante, la novela construida a partir de la investigación sobre la vida de Harriet Burden, la pintora feminista.

La inmensa aportación a la poesía, la novela y, por supuesto, al ensayo por parte de Siri Hustved no habría sido posible sin las referencias de Soren Kierkegaard, Jacques Lacan, Sigmund Freud, Mary Douglas o Julia Kristeva, escritores, psicoanalistas y neurocientíficos que contribuyeron a una obra, la de Hustvedt, tan heterogénea y extraordinaria como para merecer el Premio Princesa de Asturias. Casi con toda seguridad, no existe la fórmula exacta para lograr semejantes resultados, pero ella sí desveló, antes de despedirse y agradecer el reconocimiento como “un regalo del cielo”, su rutina diaria: “Me levanto temprano y escribo durante mucho tiempo. Por la tarde leo tres o cuatro horas. Parecerá muy aburrido, pero a mí me encanta”.

@JaimeCedilloMar