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Las cartas de amor roto de los románticos

Lord Byron, John Keats y Mary y Percy Shelley, grandes escritores del romanticismo, son los autores del epistolario amoroso 'El mundo roto', que lanza Alpha Decay en edición de Gonzalo Torné

26 octubre, 2020 06:33

Clásicos pero con un halo moderno, “carismáticos y famosísimos” según Torné, estos poetas del XIX “suscitan hoy una enorme curiosidad”. Por eso, cuando el novelista y editor se planteó colaborar con Alpha Decay, se preguntó por qué no leerlos directamente, a través de sus cartas. Porque, subraya, “los poemas pueden tener algunas complicaciones de acceso, pero sus cartas se leen como quien bebe agua. Y hablan de las mismas cosas que nos importan a nosotros: la libertad, el inconformismo, la pasión, Italia…”. Así surgió El mundo roto. Tres epistolarios románticos, un verdadero tratado del amor en todos sus aspectos: entregado, imposible, doméstico pero también, como cantaba Lope de Vega, desmayado, atrevido, furioso, áspero, tierno, liberal, esquivo…

"Sí –confirma Torné–, en realidad son tres poemarios sobre el amor, que adopta formas distintas en cada tramo. Promiscuo en Byron, idealizado en Keats y fiel y conyugal entre los Shelley. También he tratado de que cuenten tres historias, que en cierto modo son una, porque todo termina con Mary despidiéndose de un mundo donde los tres poetas ya han muerto”.

Lord Byron o la pasión

El principal protagonista del libro es Lord Byron (1788-1824). Sus cartas a su esposa, hermanastra, amigos y amantes ocupan 180 de las 340 páginas del volumen y en ellas se perfila un hombre voluptuoso y desmedido, caprichoso y mordaz, que gasta sin control y ama sin medida. Según Torné, el poeta era “una estrella. Estaba en su peor momento vital y lleno de energía creativa. Es fascinante, cínico y risible, cambiando de tono con cada interlocutor… El mejor Byron no está en ninguno de sus poemas ni en sus diarios está en su correspondencia”.

“Este epistolario son tres poemarios sobre el amor. Promiscuo y libertino en Byron, idealizado en Keats, leal en los Shelley”, explica Gonzalo Torné

Cuando nos sumergimos en ella, la diversión es segura. Así, a una de sus amantes despechadas, Caroline Lamb, le asegura en 1812: “Sabes que por ti renunciaría gustoso a todo lo que me ofrece este mundo y a lo que nos espera más allá de la tumba”. A Augusta Leigh, su medio hermana, a la que conoció en 1811 y de la que se enamoró desesperadamente (las acusaciones de incesto empujaron al poeta a abandonar Inglaterra), le promete en 1819: “nunca, ni un solo día desde que me alejé de ti, he dejado de sentir el tacto del afecto que nos une, y que se interpone entre cualquier intento de amar a otro ser humano. Nunca lo amo de verdad, porque siempre estás tú”.

También son memorables las cartas a la condesa Teresa Guiccioli, casada con uno de los hombres más ricos de Italia, a la que implora: “Tú eres mi último y mi único amor, mi única posibilidad de alegrarme y disfrutar, mi última esperanza”.

Por su parte, el Keats (1795-1821) que retrata este epistolario es, en palabras de Torné, “un muchacho seriamente enfermo real en un gremio donde abundan los enfermos imaginarios. Enferma con los ojos abiertos y no se engaña: ve toda la vida y el amor que va a perderse. Un talento inmenso circunscrito a un mundo diminuto y a una vida corta. Ama de manera idealizada, pero su carácter se va agriando. Es bastante terrible”.

La destinataria de las misivas es Fanny Brawne, su único amor, pues el poeta, que ha visto morir a su madre y hermano de tuberculosis, sufría los primeros síntomas de la enfermedad cuando la conoció. Por eso, ya en la primera carta (1 de julio de 1819) le confiesa que no recuerda “haber experimentado nunca una felicidad pura, ni siquiera de niño entre otros niños, siempre se han inmiscuido la muerte o la enfermedad de algún ser querido para envenenar mis horas”.

"Solo me alegra la existencia de algo tan inequívoco como una tumba. No voy a conocer el menor descanso hasta que me sumerja en una", escribió Keats

Una semana más tarde, su declaración de amor abruma: “Nunca sabrás el amor que has despertado en mí, antes de conocerte no sospechaba de su existencia, mi fantasía le tenía miedo, y por el temor a quemarse prefirió convencerse de que no existía. Pero si de verdad me amas tanto como yo, no debemos tenerle miedo a ese fuego”. Sin embargo, la enfermedad le fue volviendo pesimista hasta proclamar, en su última carta (agosto de 1820): “Ojalá pudieras inventar alguna manera de hacerme feliz sin ti. […] No puedo reunir ninguna clase de esperanza, el mundo es demasiado brutal para mí, solo me alegra la existencia de algo tan inequívoco como una tumba. Sé que no voy a conocer el menor descanso hasta que me sumerja en una”.

Los Shelley, el amor conyugal

Por el contrario, la correspondencia entre Mary (1797-1851) y Percy Bysshe Shelley (1792-1820) es apasionada y conyugal, llena de detalles íntimos y preocupaciones domésticas. El poeta y la novelista se conocieron en 1814, cuando ella tenía 16 años y él, casado y con dos hijos, 24, pero lo dejó todo por su amor. En el libro hay pocas cartas de Percy, por lo que el peso de la correspondencia lo lleva Mary, una mujer extraordinaria que Torné encuentra “fascinante, casi antagónica con las tonterías que dicen de ella en las películas. Era una mujer muy fuerte, que trataba a Shelley y a Byron como iguales, y con una obra que va mucho más allá de Frankenstein. El tono de elegía contenida de sus cartas es un modelo de prosa admirable”.

Valgan como prueba estas. En una de 1814, leemos “Estoy tan desanimada, me siento tan sola. Pero nos veremos mañana; no puede ser de otra manera […] Suena tan encantadora la idea de estar siempre juntos…”. Siete años después, en 1821, proclama: “El orgullo es un pecado terrible, así que reconozco que nuestra relación adopta a veces la forma de una tempestad, pero ámame como siempre lo has hecho, que Dios conserve la salud a mi hijo, y que nuestros enemigos nunca tengan el gusto de ser demasiados para nosotros”. No fue preciso: Percy murió ahogado en 1822 y Mary, que guardaba sus cartas, recuperó también su corazón y lo conservó el resto de su vida.