Martes al mediodía y repicotea con los dedos la silla un señor de 91 años que embelesado admira a su compañero guitarrista con el que comparte el escenario. Quien espera paciente su turno para declamar los versos de León Felipe no es otro que el actor Héctor Alterio. Es curioso verle recitar poesías en las que se incide en el volumen de la voz de los españoles, cuando él mismo ha adquirido ya ese tono tras tantos años en España, aunque aún conserva parte de su acento original. El autor escribió estos versos en su exilio en Latinoamérica, quizá llevado a ello por comentarios que escuchase.

El argentino hace propios otros poemas como "Vencidos" o uno de los más aplaudidos por el público asistente, "¡Qué lástima!" y, mientras lo hace, se puede apreciar que su técnica actoral no acusa el paso del tiempo. Aunque su reacción física ya no es la misma, se ve recompensada por la confianza en el escenario.

La vidriera digital de fondo, fruto de los creadores audiovisuales del Festival Cosmopoética 2020, y el onírico entorno de la cordobesa Sala Orive, así como la silenciosa audiencia entre la que se respira respeto y admiración a partes iguales, hacen que la puesta en escena tenga algo de celestial y mágico. Obviamente, no podría haber otro resultado con la combinación de la precisión a la guitarra de José Luis Merlí, los versos de León Felipe y la excelsa interpretación de Héctor Alterio en este espectáculo que lleva tiempo rodando por toda España y que ha tenido a bien detenerse en mitad de toda la vorágine poética que sacude Córdoba estos días. "Diré algo más de la poesía. Diré que la poesía es una ventana. La ventana. La única ventana de mi casa." Y, a veces, se convierte en vidriera y religión.

Pero no todo sucede en la Sala Orive. El Teatro Góngora también ha sido testigo de espectáculos multidisciplinares que han puesto de manifiesto la resistencia y buena salud de la calidad de la poesía y de las artes en general.

La tarde del lunes se presentó el espectáculo "Daño" en el que participaron Rocío Márquez, al cante, Antonio Manuel Rodríguez, autor del texto, Alejandro Rodríguez, al baile, y Miguel Ángel Cortés, a la guitarra. El juego de sillas de enea en el escenario, en el que las diferentes disciplinas jugaban a confrontarse y a hermanarse por partes y por totales, dejó patente que todo es susceptible de complementarse si se trabaja. De hecho, antes de la actuación, Antonio Manuel y Rocío desvelaban el origen de "Daño", unos intercambios de mensajes y audios en Instagram, que han dado pie a un libro en que la ortodoxia de la métrica flamenca comparte espacios con lo vanguardista de las "haikiriyas", mezcla de haiku y seguiriya. Lo hicieron de manera tan orgánica, como si fuera un pasatiempo, que no se dieron cuenta de lo que estaban gestando. Y eso precisamente, lo orgánico, fue lo que se apreció desde el patio de butacas. Hay veces en las que hacer que todo parezca fácil es lo más complicado.

Rocío Márquez

Hasta ahora, los encuentros más concurridos han sido aquellos en los que la música jugaba con la poesía hasta encontrarse completamente. Estamos refiriéndonos a las actuaciones de María José Llergo y Silvia Pérez Cruz, donde cada una en un estilo completamente diferente, fusionaron letras poéticas con ritmos musicales. Llergo, aunque joven, ducha en lo suyo, estaba acompañada en el escenario por Miguel Grimaldo en la parte instrumental. Así presentó su espectáculo "Cábalas", en el que ha incluido composiciones hechas en la cuarentena y otras que forman parte en su disco "Sanación". Esta oriunda de Pozoblanco se metió al público en el bolsillo desde que entró en escena con una dulzura que poco tuvo que ver con su madurez al hablar o con la firmeza al pisar el escenario. Por su parte, Silvia Pérez Cruz, se encargó de llenar todo el espacio con el uso de múltiples instrumentos que utilizó prodigiosamente de manera indiferente, junto a un juego de luces y sombras digno de película que asombró a la platea. Todo estaba medido con escuadra y cartabón. Y se notaba. Aunque, eso sí, dejó sitio para improvistos como el momento en el que pidió que le trajeran una tirita. Costumbrismo que aumentó la complicidad con el público.

Sin embargo, la exhibición que realizó Sheila Blanco en la iglesia de la Magdalena en la tarde del miércoles fue el culmen de la sinergia entre música y poesía. Con su espectáculo homenaje a las mujeres de la generación del 27, durante el cual ofreció píldoras de la biografía de cada autora justo antes de representar sus poemas, consiguió algo en lo que ya es una experta después de sus virales Bioclassic, mezclar arte y didáctica. Ella, junto a un piano negro, en mitad del altar y vestida con un jersey rojo que dejaba entrever la pasión que predomina en sus creaciones, interpretó poemas de Josefina Romo Arregui, Concha Méndez, Elisabeth Mulder, Margarita Ferreras, Carmen Conde y Ernestina de Champourcin. Como colofón, después de un despliegue técnico envidiable con luces idóneas para cada tema, se atrevió a dejar al público sin aliento con una canción propia cantada a capela con el único sonido de la percusión corporal y rompiéndose de la emoción al recordar lo necesaria que es la cultura en estos tiempos.

Sheila Blanco

Y con esa necesidad cubierta ampliamente por la programación de este Cosmopoética 2020, que aún seguirá sudando versos mezclados hasta el próximo sábado, se podría afirmar que este festival destila magia y que da igual si tiene miras internacionales, como en otras ocasiones, o si resalta el producto nacional, como lo ha conseguido con creces en este extraño 2020.

@macumota