Tres poéticas del derrumbe el duelo y la desolación
Pop
La poesía radical de Zuri Negrín (Santa Cruz de Tenerife, 1984) es un descubrimiento. Por su auténtica singularidad, por su forma distinta de respirar y decir, convencer y agitar su pulso de lectura hacia las emociones verdaderas. Esta poesía incisiva y generosa en su valoración de los sentidos encuentra el estallido en un paisaje de erial postapocalíptico, pero también en una tarde londinense entre coctelerías de hotel o en la muerte de Bowie. Hay una melancolía sensual en estas imágenes enteras que impactan en el tono discursivo. Hay pensamiento en esos versos largos que nos lanzan conceptos estéticos y morales.
La gravedad de lo que leemos, este fin de época y cultura, se matiza con un elegante tono irónico y un cierto contrapunto de elegía que convierte la pérdida del mundo de hoy, que ya es ayer, en una añoranza colectiva. Zuri Negrín escribe con trazo limpio e imágenes rotundas desde su sacudida, como un Big Bang verbal de la vivencia creativa en las aristas. Religión, amor, tecnología. Hasta el mundo gay, visto como rebaño, es cuestionado desde la conciencia personal. Canciones del verano frente a materia oscura, pesadillas y calma bajo los melocotoneros. ¿Qué quedará cuando todo se haya desmoronado? De esta época, al menos, para quien lo haya leído detenidamente, la poesía de Zuri Negrín seguro que sí.
I
(…)
cuando las plegarias se canten con ritmo de reguetón
y los museos exhiban iPads y Macbooks
cuando nos enamoremos de las imágenes de personas
y compremos amantes como en un mercado
cuando se hayan marchado los idiomas y se fotocopie el habla
cuando no queden bombas ni flores ni alma
cuando se agote el humo que expulsaban las chimeneas
y nadie recuerde lo que un día tuvo significado
cuando el Apocalipsis blanda la campana de toque de queda
y no haya forma de escapar a lo inevitable
incluso entonces, seguiremos manteniendo la esperanza
en los latidos inconscientes de la fe.
Los poemas menguantes
Alfonso Larrea
Grupo Tierra Trivium. Madrid, 2020. 77 páginas. 15 €
El debut poético de Alfonso Larrea (Córdoba, 1990) supone el nacimiento no sólo de un poeta, sino de un literato. Cabe esperar mucho de este caudal lírico tras haber leído la espectacular prosa final Pero la mar también eres tú, no lo he olvidado, con una explosión muscular y metafórica que va descomponiendo sobre mar la plenitud del amor, los destellos de la bella actriz e inventora Hedy Lamarr y el propio oleaje como devastación y límite de la vida y los sueños.
En este muy buen libro encontraremos unos Apuntes para una poética fugaz, en que se nos grita: “¡Poéticas del mundo, / no habléis más / de vuestros poetas!”. Sin embargo, cuánta belleza hay en poemas confesionales, de lamento amoroso, como el XXI, XXII y XXIII. Pero quien busque la nadería sentimental que se vaya a otra parte. Aquí hay una experiencia verbal de primer orden y una descarnada soledad que acaba siendo la descomposición del recuerdo, mientras la poesía se cuestiona su naturaleza para resucitarnos. Libro de duelo, de búsqueda y de luz al final del lenguaje.
Pero la mar también eres tú, no lo he olvidado
la mar es un azul de muchos verdes
la mar (utopía desbordante y desolación
caprichosa) es la suerte de la arena
la mar es una mariposa hiriendo un vientre
letanía de mártires y salves
una fosa de botellas vacías, porque cristal es y en
vidrio se convierte
la mar es un atlas de incertidumbre con todos los
caminos prohibidos, y el aire que la peina es
un crujido de árbol muy cerca y muy despacio
si la mar tuviera pelo sería un pubis, el zumo de una
lengua invisible (…)
la mar conoce la naturaleza del ser humano, y
por eso lo ahoga
Hallar la vía
En el título de Hallar la vía, el primer libro de la experta en cuidados paliativos Noelia Palacio Incera (Santander, 1985), hay una doble intención: la vía física del cuerpo para la sedación, la medicación o el alimento, y la doble vía de resistir el daño y asistir al misterio. Ese hueco entre dos nadas, como Francisco Brines define la vida, está presente aquí, pero nos acercamos a los márgenes.
En esta poesía dura y seca, con el dolor físico y vital impreso en pinceladas de revelación, asistimos a una lucha silenciosa por la salud, pero también por una redención personal del enfermo de cáncer, que también ha de asumir, y combatir interiormente, la desolación del paisaje emocional devastado. Una vida que muerde y alcanza su epifanía para el paciente en el hecho sencillo y formidable de lograr sostener un vaso de agua que no podrá beber. Trasmitir esta desolación, toda esta dureza desde la sobriedad, es el mayor mérito de esta poesía que alcanza su raíz de sanación y empatía.
Fagocitosis
Tú y yo
nos estamos echando un pulso
desde hace tiempo.
Te alimentarás de este cuerpo.
Haces tu tarea.
No dejes que la luz de mi cuerpo te
engañe.
Mi vida muerde.