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Letras

Juan Manuel Gil y las trampas de la memoria

Ágil y divertida, 'Trigo limpio' se sitúa en el punto entre exigencia artística y felicidad popular que debería convertirla en un éxito

15 marzo, 2021 09:40

Trigo limpio

Juan Manuel Gil

Premio Biblioteca Breve. Seix Barral. Barcelona, 2021. 392 páginas. 20 €. Ebook: 9,99 €

En Trigo limpio, Juan Manuel Gil (Almería, 1979) insiste en algunos de sus temas y recursos habituales, presentados ahora en un libro ambicioso que se sitúa en el punto exacto entre exigencia artística y felicidad popular que debería convertirlo en un éxito. La novela, escrita en una primera persona que gusta de ceder espacio a diálogos rápidos y vivaces, cuenta la historia de un escritor que se reencuentra con un amigo de la infancia, quien le invitará a recrear mediante su oficio narrativo aquellos años perdidos en los que su barrio periférico se vio invadido por un aeropuerto, sus días se llenaron de gamberradas no siempre inocuas, y la energía vertebradora que las ficciones aportan a la vida empezó a manifestarse para ellos.

Claro que mirar hacia atrás supone descubrir que la memoria también es una ficción condicionada por nuestro “punto de vista”, del que nos cuesta mucho desprendernos porque cambiarlo implica que todas las piezas se vuelvan nuevas o, al menos, repentinamente excéntricas. Gil encabeza la novela con una cita de Antonio Orejudo, lo que resulta natural puesto que hay un cierto aire estilístico en común: esta es una prosa con conocimiento de la tradición literaria española, con regusto a facultad de Filología (en un sentido elogioso: es la escritura de un alumno que leía los clásicos, no los apuntes de clase).

Algo que se hace explícito en la elección de algunos libros citados o parafraseados, del Lazarillo a Delibes. Y ya que estamos en estas, digamos (por el placer de improvisar hipótesis) que a ratos Trigo limpio podría ser una heredera de El amigo Manso, de Niebla, quiero decir: un libro sobre verdad que se sabe ficción. Quizás lo más bonito de la obra sea la aparente naturalidad con la que combina cercanía narrativa (llaneza expresiva, una accesibilidad respetuosa con el lector, un humor casi, casi costumbrista…) y discurso metanarrativo.

Digo “aparente” porque esa alternancia habrá resultado de elaboración compleja, dada la sutileza de la sutura: en última instancia, Trigo limpio es una larga pregunta muy meditada sobre el modo en que realidad y ficción se influyen mutuamente, transformándose o solapándose a medida que el tiempo disemina sus respectivas tramas. También es una hermosa fábula (bueno: o algo parecido, ya nos entendemos) sobre la identidad individual, cuya relación con lo Otro y con los otros está sembrada de falacias, errores y malentendidos. Todo ello recibe un tratamiento lúcido y explícito en el libro, sin que se rompa el ritmo disfrutón que lo define ni se convierta en otra cosa.

Ágil y divertida, 'Trigo limpio' se sitúa en el punto entre exigencia artística y felicidad popular que debería convertirla en un éxito

El narrador bromea constantemente a costa de (y a veces, junto a) la teoría o la crítica literaria, con el ritornello “quienes saben de estas cosas aseguran que”: por ahí se deslizan ironías sobre la posmodernidad o la autoficción, aunque no se utilicen esos términos, y sobre todo se levanta una defensa entusiasta de la narración que sabe desorientarse o disgregarse, pero que vuelve siempre a un cauce coherente.

Trigo limpio no se desorienta ni deliberada ni indeliberadamente, aunque sí multiplica los planos de su historia, y destaca por el rigor estructural de su desarrollo. Gil utiliza el término “pasadizos” para hablar de las conexiones entre lecturas, pasajes de los libros, arcos de la realidad. Vicente Luis Mora lleva también años sirviéndose de esa palabra, ciertamente muy apropiada para describir esa naturaleza intrincada e interconectada de textos y experiencias.

Sobre todo, Trigo limpio es una novela ágil y divertida que alberga en su corazón a unos chavales de barrio que parecen sacados de una película ochentera, con sus trastadas, sus juegos, sus desafíos entre colegas y sus dramas ocultos en la penumbra de la vida doméstica. El lector acepta sus trampas porque son las mismas trampas que nos tiende la memoria. El lector comprende a los personajes, y se lo pasa bien con esos diálogos a medias coloquiales a medias envarados. El lector, en fin, está de parte de Trigo limpio porque el libro, a su vez, está de parte del lector.