La primera vez en el mundo del libro
Nervios, ilusión, sorpresa, excitación… los debuts siempre generan sentimientos encontrados y dejan una huella imborrable que guarda ese aroma de lo nuevo e irrepetible. En este Día del Libro, ocho profesionales del sector editorial comparten con El Cultural cómo recuerdan esa inolvidable primera vez
23 abril, 2021 09:14¿Cómo es enfrentarse por primera vez al voraz filtro editorial? ¿O tomar la trascendental decisión de con qué libro iniciar un nuevo catálogo? ¿Cómo viven un librero o un agente el primer encuentro con un autor de prestigio? Por muy conocido que sea hoy en día un profesional, nadie está libre de esa primera vez llena de titubeos, alegrías, desencantos y mucha ilusión. Dos escritores, dos libreros, dos editores, una ilustradora y una agente literaria nos cuentan cómo recuerdan ese primer encuentro, cada uno en su campo, con el mundo del libro.
Todas las emociones posibles las vivió el escritor Luis Landero a finales de los 80 con su hoy canónica novela Juegos de la edad tardía. Para empezar, estuvo peleándose con su escritura casi siete años. “Comencé a escribirla en primera persona. Hice así dos versiones, pero tras dos años abandoné el proyecto, porque aquello no era lo que yo quería escribir. Al cuarto, la retomé, esta vez en tercera persona, y ahora sí encontré el tono, y tanto la escritura como la invención empezaron a fluir sin mayores problemas”, recuerda ahora.
“Hice cuatro paquetes y los mandé por Seur. Hubo de todo: rechazo, silencio y aceptación plena”. Luis Landero
Eso sí, la aventura no acabó en cuanto tuvo listo el manuscrito. “Hice cuatro paquetes y los mandé por Seur a algunas editoriales. Hubo de todo: rechazo, silencio, aceptación con reservas y aceptación plena”, reconoce Landero, que solo aspiraba a recibir algunas críticas alentadoras que me reafirmaran en mi vocación literaria. Cuando Beatriz de Moura me dio la noticia de que mi novela se iba publicar, fui el hombre más feliz del mundo”.
Una apuesta en su momento arriesgada que se revelaría certera, como la que hizo en su día la editora de Minúscula Valeria Bergalli, que en otoño del año 2000 comenzó su andadura editorial lanzando Verde agua, de la italiana Marisa Madieri. “Se trataba de una autora desconocida aquí y la traducción era mía. Este es el motivo por el que no figurara, hasta más tarde, el nombre de los traductores en la cubierta de nuestros libros, como había sido mi intención. Sentí pudor de que figurara el mío”, desvela.
El entusiasmo, pieza clave
"En aquel primer libro de Minúscula están ya muchas de las preguntas que son recurrentes en nuestro catálogo". Valeria Bergalli
Para conseguir la imagen de portada, Bergalli viajó hasta una isla del Adriático y pidió a Claudio Magris que escribiera el posfacio, “que acabó siendo maravilloso. Diría que en el libro de Madieri están muchas de las preguntas que son recurrentes en el catálogo: la cuestión de la identidad, la infancia, el papel de la frontera, el exilio, la mirada sobre los paisajes…”, apunta la editora. “Fue un libro que cuidamos como una plantita delicada y que nos devolvió esa atención con creces al regalarnos la experiencia de que, en ocasiones, el entusiasmo que sientes por una obra puedes llegar a compartirlo con muchísimos lectores”.
Ese entusiasmo es una pieza clave en todo el engranaje del sector editorial, y es motor de muchos proyectos que ofrecen al lector oportunidades únicas. Con ese arma Lola Larumbe, de la Librería Alberti echó a rodar el proyecto Encuentros en Alberti, que comenzó con “una carta de las de antes, con su papel, su sobre y su sello”, en la que invitaba al poeta Joan Margarit acudir a su librería “para que leyera sus poemas y para que se encontraran con sus lectores y amigos”, relata. “La respuesta fue inmediata. En la voz de Margarit, certera y suave, ya me pareció escuchar a un amigo antiguo, aunque nunca nos habíamos visto. Creo que la lectura anterior de Estación de Francia y Joana, nos habían acercado de una manera invisible, con ese lazo poderoso que nos une a algunos escritores”.
"Así recordaré para siempre a Joan Margarit, contento por compartir sus nuevos poemas". Lola Larumbe
Después de aquel primer sí, vendrían muchas más visitas, “y en cada una de ellos traería siempre bajo el brazo un nuevo libro, la alegría por compartir un premio, su risa, su voz de trueno y el regalo de su amistad” recuerda Larumbe, que evoca también su última charla con el poeta, pocas semanas antes de su muerte. “Estaba contento, a pesar de la enfermedad y me contó que había podido entregar Animal de bosque, su último poemario. Si esto mejorara, me dijo, nos vemos en la Alberti, Lola. Así quedará siempre presente para mí, contento por compartir sus nuevos poemas”.
De la mano de los grandes
A otro grande, también recientemente fallecido, ata su primer recuerdo Palmira Márquez, agente literaria de la agencia Dos Passos. “Fue Luis Eduardo Aute el que nos nombró a mi socio Miguel Munárriz y a mí ‘agentes especiales’ para conseguirle una editorial que publicase todas las letras de sus canciones”, comenta. “Sabíamos que Temas de Hoy, dirigida en aquel momento por Belén López, había inaugurado una colección de libros que publicaba las letras de cantautores y allá que nos fuimos”.
“Fue fácil estrenarse con Aute. Ese fue el bautismo y la chispa que encendió la mecha para ser agente editorial”. Palmira Márquez
Así vería la luz Cuerpo del delito, un cancionero que reunía más de cuatro décadas de las composiciones del artista. “Fue fácil estrenarse como agentes literarios con Aute, un valor seguro. Ese fue nuestro bautismo como agentes y la chispa que encendió la mecha para convencernos de que queríamos pasar de ‘agentes especiales’ a agentes literarios”. Desde entonces, rememora Márquez, “han sido muchos los autores que se han ido sumando a la familia Dos Passos, algunos con una trayectoria ya consolidada y otros que han sido un descubrimiento. Autores y libros que nos han dado satisfacciones maravillosas y el placer de dedicarnos al hermoso oficio del libro”.
También la ilustradora Laura Pérez Vernetti entró en el mundo editorial acompañada de un grande, en este caso, el intelectual Joseph-Marie Lo Duca, colaborador de Paul Valéry, Bataille, Cocteau, Fellini, y cofundador de Cahiers du Cinéma. A finales de los 80, la autora colaboraba en la revista El Víbora, a donde Lo Duca envió el guion de una historia sobre mitología titulada El Toro Blanco solicitando contactar con el ilustrador Maracaibo, para él, el mejor de la publicación. “Yo firmaba con este pseudónimo para ahorrarme problemas en el mundo del cómic y entre sus lectores si lo hacía con mi nombre de chica”, explica la autora. “Tenía tan solo 25 años y lo Duca se quedó estupefacto al saber que Maracaibo era una mujer”.
"Lo Duca me escribía cada semana cartas desde París, entusiasmado, lo que influyó en la euforia creativa que viví". Laura Pérez Vernetti
A pesar de las reticencias del editor de la revista, José María Berenguer, que “no estaba de acuerdo porque en El Víbora se trataban sobre todo temas como las drogas, los bajos fondos, y el underground”, el cómic vio la luz por capítulos y en 1989 fue publicado como libro por La Cúpula. “Dibujé especialmente inspirada porque el tema mitológico me apasionaba desde la infancia y porque Lo Duca me escribía cada semana cartas desde París, entusiasmado con cómo iba dibujando su guion. Ese entusiasmo también influyó en la euforia creativa que viví”, asegura la ilustradora, que celebra que “a pesar de las dificultades, el cómic obtuvo un asombroso éxito de ventas y también de apoyo por parte de muchos autores que, aún hoy en día, me recuerdan lo que les entusiasmó este libro que tiene ya 30 años”.
Una grata sorpresa también se llevó también Rafael Arias, de la librería Letras Corsarias, cuando a los pocos meses de abrir decidió montar un acto en torno al libro La muerte de mi hermano Abel, de Gregor von Rezzori, publicado por Sexto Piso. “Estábamos completamente obsesionados por el libro, y tras algunas charlas con su traductor, el gran José Aníbal Campos, decidimos organizar una charla sobre el autor y su obra. La cuestión es que llegó a oídos cruzando media Europa de su viuda, Beatrice Monti della Corte y se plantó aquí”, recuerda, todavía asombrado.
“La viuda de Von Rezzori, Beatrice Monti, se enteró del acto y se plantó en la librería. Fue una tarde mágica”. Rafael Arias
“Fue una tarde bastante mágica, en la que pudimos escuchar anécdotas sobre el escritor y mantener una conversación salida del siglo XX que fue como leer todo un ensayo sobre los escritores austrohúngaros, pero de primera mano”, destaca Arias. “Disfruté muchísimo y con esta historia casi increíble nos dimos cuenta de que realmente podían 'pasar cosas' en la librería, en ese espacio que habíamos creado con muchísimo cariño”.
Un sueño inesperado
Increíble fue también para Andrea Abreu el apabullante éxito de su primera novela, Panza de burro, editada hace poco más de un año por Barrett con el apoyo clave de Sabina Urraca. “Ni siquiera ahora tengo perspectiva. Esto se me fue por completo de las manos. He sido muy feliz, pero también he vivido mucha angustia. No la enseñan a una a actuar en estas circunstancias. Te pasas todo el tiempo soñando con conseguir que te hagan caso, pero nunca se te ocurre que haya un momento real en el que eso ocurra”, explica la escritora, que durante la escritura de la novela convivió con su mudanza de Canarias a Madrid, la falta de dinero y la muerte de una persona muy querida.
“Sueñas con que te hagan caso, pero no se te ocurre que haya un momento real en que ocurra”. Andrea Abreu
Además, justo cuando el libro iba a ver la luz, comenzó la pandemia y el confinamiento. “Tuve miedo de que el libro se perdiese en la vorágine de publicaciones poscuarentena, pero ocurrió algo muy diferente y totalmente inesperado: había muchas personas que habían ido fermentando las ganas de leerlo durante el encierro”, recuerda Abreu. “Se me hace raro decirlo, pero creo que el confinamiento, en cierta medida, ayudó a que el libro se conociera antes de haberse publicado oficialmente”.
Otro que sabe mucho del boca a boca es Enrique Redel, infatigable editor de Impedimenta, que antes de abrir la editorial “ya había participado en la edición de al menos un centenar de títulos, pero la decisión de publicarlos no había sido mía. Durante años, mientras trabajaba como editor para otros sellos, iba anotando en un cuaderno aquellos títulos que conformarían mi catálogo personal”. En los primeros puestos de esa lista siempre estuvo el primero que considera “propio”, Botchan, de Natsume Soseki.
"Cuando trabajaba como editor para otros sellos, iba anotando en un cuaderno los títulos que conformarían mi catálogo personal". Enrique Redel
“Esta adorable fábula sobre un profesor en una escuela rural de Japón del que todo el mundo se burlaba, me pareció uno de los más libros divertidos, irreverentes y adorables que había leído nunca, y decidí que sería la apuesta clave de mi primer año. Ese libro en el que pones tus esperanzas para darte a conocer, en el que vuelcas el proyecto, el que abandera el nuevo sello”. Redel reconoce que no erró en su elección de la novela para abanderar el nuevo sello. “La suerte estuvo de nuestra parte, porque el libro ganó el Premi Llibreter ese año, y supuso un espaldarazo al catálogo. Lo recuerdo con especial cariño, porque su éxito nos lanzó y, de hecho, aún hoy se sigue vendiendo”.