Rafael Chirbes en su escritorio a comienzos de los años 80. Foto: Valverde / Fundación Chirbes

Rafael Chirbes en su escritorio a comienzos de los años 80. Foto: Valverde / Fundación Chirbes

Letras

Rafael Chirbes inédito y secreto: "La literatura es una vanidad inútil"

El escritor fue anotando en cuadernos recuerdos, confesiones, lecturas, amores, intuiciones y certezas. El Cultural ofrece una suculenta selección de 'Diarios. A ratos perdidos I y II'

4 octubre, 2021 09:04

Anárquico, depresivo y vital, pura literatura y pasión de crear, Rafael Chirbes (1949-2015) fue anotando en cuadernos azules y grises, de manera compulsiva a lo largo de toda su vida, recuerdos, confesiones, lecturas, amores, intuiciones y certezas. El Cultural ofrece una suculenta selección literaria y sentimental del primer volumen de estos inéditos, escritos entre 1984 y 2005, que Anagrama lanza bajo el título de Diarios. A ratos perdidos 1 y 2.

Abril de 1984

Sensación de provisionalidad. Me siento en el borde de la silla en vez de tomar asiento de verdad, posando cómodamente las nalgas: una nerviosa forma de ser. […] Todo me parece provisional, desordenado, revuelto. Nada encaja en su lugar, las cosas invaden espacios que no les pertenecen. La mesa de trabajo está ocupada por montones de papeles revueltos y de libros pendientes de lectura. Las semanas se escapan volando, no me da tiempo a poner un poco de orden en este caos, a reflexionar, a concentrarme, a ocupar la geografía doméstica, ni, por supuesto, la otra geografía, la mía propia, la geografía íntima, sea lo que coño sea eso: me siento incapaz de colonizarme a mí mismo, un ser plural, a la deriva. […]. Así, ¿cómo escribir, si todo está en suspenso, a la espera de alguna forma de normalidad? […].

Finales de diciembre

En un viaje imprevisto a París, al que me convoca mi jefe, me presentan a François. Pasamos juntos las dos noches que permanezco en la ciudad. Una gran hoguera. En Nochebuena, viajo a Denia para celebrar las navidades con la familia, pero, a los dos días, me pregunto qué demonios hago yo allí mientras François permanece en Francia (me ha llamado dos o tres veces en esos días), así que, sin pensármelo, me compro en la agencia un billete de autobús y me encuentro una hora más tarde en viaje de vuelta a París, sin un céntimo, y sin saber si voy a encontrármelo, porque, después de tomar la decisión, no he conseguido volver a hablar con él. […]

“Escribo cada vez menos y me siento culpable. Como si el silencio fuera una forma de consumar el castigo”

Fin de año con François, en Rouen. Como llueve a mares, cambiamos pronto las visitas a las joyas góticas de la vieja ciudad por una colchoneta en una habitación prestada. El objetivo de cualquier amante es comerse al otro. Estamos en ello.

6 de octubre

He terminado Denier du rêve, de la Yourcenar, después de haber leído otra buena novela de una mujer, Elena Poniatowska. Ahora, de regreso de Moscú y Leningrado, donde he pasado unos días, me pongo con La guardia blanca de Bulgákov. El precipitado viaje me deja con ansiedad por saber más de esa inmensa nación, tan contradictoria, la vieja patria obrera en su decadencia: el turista enfermo de literatura aún cree detectar en la URSS de hoy en día la rara y desgarrada mezcla de ternura y desesperanza que guarda Chéjov; la locura furiosa de Dostoievski. Vaya usted a saber si es así. O si la costra literaria se encarga de ocultarme la realidad de las cosas. […] Llevo días sin escribir. Me siento vacío, vacío, vacío. Qué pulsión más rara, la de escribir, sin que importe lo que se escriba. Yo diría que escribir te permite seguir viviendo sin que te haga falta sentirte de alguna parte o de alguien.

27 de enero de 1986

[…] Más mala conciencia: escribo cada vez menos y me siento culpable por escribir cada vez menos y, como me siento culpable, cada vez tengo menos ganas de escribir. Como si el silencio fuera una forma de consumar el castigo, un modo de purificación de estilo dostoievskiano. Desprenderse de la inteligencia, de la sensibilidad, para alcanzar en el desnudamiento una forma de gracia. La inteligencia, un lujo culpable; la literatura, una vanidad inútil, de la que hay que desnudarse. Ir arrancándose las capas, como se pela una cebolla. Al final resulta que no hay núcleo, que somos esa sucesión de capas bajo las que no queda nada más que el hueco, el vacío oscuro de la muerte, o, menos grandilocuente, el hueco de la cotidianidad. Variantes barrocas. Inoperancia.
La moral judeocristiana que me inculcaron en el orfanato me ha impregnado el carácter: una vida difícil en la que cualquier avance, por modesto que fuera, tenía la cualidad de logro. […].

“Buscar es arriesgarse a dejarse seducir por espejismos, es correr el riesgo sin certeza de que te vayas a encontrar con otra cosa que no sea el polvo que te tragas al caer”

Arcachon. 27 de septiembre de 1987

Hago copias de la novela. La semana pasada quedé a cenar con Carmen Martín Gaite para pasársela. Nos despedimos de madrugada, y a las diez de la mañana ya estaba llamándome para decirme que la había empezado y estaba gustándole mucho. Volvió a llamarme por la noche: Tú no sabes lo que has escrito. Es una divinidad, me dice. Durante más de media hora me tiene colgado del teléfono, hablándome del libro: Es una novela tan limpia. Parece mentira que de un tema tan sórdido se pueda salir tan purificado. También le gusta mucho el estilo: La primera novela que escribiste estaba llena de adjetivos. A esta, en cambio, no le sobra ni una palabra. Es un modelo de lo que es aprender a escribir.

Me pidió que no se la enviase a nadie, que ella misma iba a recomendársela a Herralde para que la publique en Anagrama. Al día siguiente le mandé una rosa y uno de estos cuadernitos que compro yo en Francia. Me llamó al trabajo, y no me encontró. Volvió a llamarme por la tarde a casa para darme las gracias por la flor y por el cuaderno. Me dijo que ya había hablado con Herralde. Al día siguiente —el martes— envié la novela. Ahora toca esperar. Pero me he quedado tranquilo. Quiero mucho a la Gaite y siempre he confiado en su opinión. Es muy buena lectora. Lo ha demostrado en las reseñas en Diario 16: una consejera fiable. […]

20 de agosto de 1992

Ayer me llamó V. R. para decirme que ha muerto François. Su larga enfermedad, los terribles últimos meses primero en el Hospital de Saint Louis, luego en el de Rouen. La última vez que lo visité en el Hospital de Saint Louis, intenté convencerlo para que viniera a pasar una larga temporada en Extremadura. Le conté cómo era el campo aquí, la dehesa, te gustará, las encinas se pierden de vista, las extensiones solitarias, podrás sentarte al sol, que tanto echas de menos, pasear; le aseguré que tenía una habitación preparada para él en la casa. Él asentía, pero luego se echó a llorar desconsolado. Meses más tarde, ya en el hospital de Rouen, le repetí la invitación, ahora más bien como piadosa mentira. Estaba absolutamente impedido, no podía salir de allí porque lo tenían encadenado a los tratamientos. […]

Rafael Chirbes fotografiado en París en 1991. Foto: Philippe Matsas / Fundación Chirbes

1998-2000. notas para una novela futura

[…] Escribo así, escribo como escribo, por un accidente personal, por un tropezón. Seguramente, solo porque estoy poseído por unos personajes que son fantasmas, humos de mi desvarío, como en una representación barroca. Me han ocupado y no consigo expulsarlos de mi casa, a pesar de que ni me interesan ni me los creo, pero, fuera de ellos, no veo. Eso no es un problema social, es un problema íntimo […].

No me interesa la literatura temática, la narrativa clínica, novelas de autoayuda o terapéuticas: escribir acerca de los problemas de tales enfermos físicos o sociales, de la juventud inadaptada, de los conflictos matrimoniales, o del particular sufrimiento de las minorías en las sociedades avanzadas. Nada de eso me interesa como forma literaria. […] A los que sufren hambre y miseria en esos continentes de segunda o tercera clase, mejor que una novela es regalarles un arma. El Kaláshnikov como obra maestra literaria. Digamos que en literatura no se trata de enfrentarse a los problemas de este o de aquel, sino proporcionarle al lector instrumentos que le ayuden a dotar de sentido su vida. Situarlo en el mundo, ponerlo ante esas contradicciones que solo a él compete enfrentar […]

“Como llueve a mares, cambiamos las visitas a la vieja ciudad por una colchoneta en una habitación prestada. El objetivo de cualquier amante es comerse al otro. Estamos en ello”

27 de enero de 2000

Al empezar a leer el Decamerón, me sorprende, sobre todo, la potencia con la que Boccaccio describe los efectos de la terrible peste negra de 1348, tan cercana mientras escribía el libro. En mis lecturas anteriores nunca había introducido más que como rumor de fondo esa circunstancia que, en realidad, está en el cogollo del libro: la desolación de Boccaccio por los sufrimientos, por el horror del que ha sido testigo, es la espoleta que pone en marcha la gozosa narración. El texto surge de un impulso que hoy nos parece tremendamente moderno: la escritura combate el miedo y la angustia por las pérdidas irreparables. […] escrito por alguien que ha sobrevivido, su humor tiene algo de pascua gozosa; de resurrección. Una escritura desde el más allá, mirada de alguien que, por mero azar, se ha salvado y se siente con fuerzas para levantarse sobre tanto cadáver, para entender que vivir es seguir contándole la vida a alguien, transmitir, y sobreponerse a esa deformación que han dejado en la mirada la acumulación de horror y dolor, y tantas cosas indeseables como se han visto y sufrido.

Pero escribo estas líneas con rabia, porque el libro tiene una llaneza y una agilidad para captar la vida de las que carecen las palabras que voy escribiendo […]

19 de abril de 2001

Leo con avidez y más o menos provecho. […] Termino El Quincornio, de Miquel de Palol, un libro brillante. También exhibe brillantez en algunos tramos Lo real, de Belén Gopegui, un libro bienintencionado, que en su conjunto resulta artificioso, hasta rozar la cursilería en algunas metáforas y en la elección de adjetivos. Personajes y diálogos poco creíbles. Un libro que me resulta, sobre todo, aburrido. […] Sefarad es, con El jinete polaco, el libro más ambicioso de Muñoz Molina, pero tiene algo resbaladizo, además de ese afán suyo por exhibir un cosmopolitismo de pie forzado. Sus mujeres son más de papel (del papel de los carteles de cine de los años cincuenta) que de carne y hueso. Por otra parte, el libro no se priva de algunas dosis bastante cuantiosas de impudor. Yo no sé cómo Antonio, que tiene un oído tan atento, no se da cuenta de que, en demasiadas ocasiones, al leer el libro se tiene la impresión de que el autor es el único que ha entendido tal o cual problema, el único sensible en un mundo de corcho. Su falta de sentido de la proporción, del decoro, le lleva a decir cosas del estilo de allí estábamos los dos, Mari Puri (o como se llame la novia) y yo, como Kafka y Milena estaban en Praga. Esas cosas abochornan, no debe decirlas un escritor. Si a uno han de compararlo con quien sea, han de hacerlo los otros, los lectores, los críticos, los maestros […]

“A los que sufren hambre y miseria en esos continentes de segunda clase, mejor que una novela es regalarles un arma. El Kaláshnikov como obra maestra literaria”

2 de julio de 2004

[…] Me miro a mí mismo y pienso en que poca gente se habrá equivocado tantas veces como yo. Buscar es arriesgarse a dejarse seducir por espejismos, es correr el riesgo sin certeza de que te vayas a encontrar con otra cosa que no sea el polvo que te tragas al caer. Eso con suerte.
Una especie de sombrío banquete en el que se devora a los demás aparece al fondo de cada uno de los gestos humanos que no se regulan mediante la aspiración a algo superior, tan inalcanzable como, al parecer, imprescindible como proyecto. También hay que aprender a vivir con un aceptable nivel de incertidumbre en el conocimiento […]

1 de marzo de 2005

Muchas veces pienso que, con mi frágil salud y la apocalíptica corte de excesos que la rodea y ha rodeado, si no escribo ahora la novela, más adelante ya no podré hacerlo. Cada día me falla más la memoria, la capacidad para ordenar los materiales, la voluntad. Me digo que no puedo entretenerme más, aplazar de nuevo la novela, cubrir el hueco con otro libro a la espera de que llegue la madurez, es una historia que ya me conozco. Luego me digo: pero qué coño es la novela, qué mierda de concepto es ese, y también le doy vueltas a que, si lo que quisiera de verdad en esta vida fuese escribir una gran novela, le dedicaría otro afán, y, sobre todo, más preocupación efectiva; es decir, tiempo ante el ordenador. Pero si la mitad de las noches vuelvo a casa harto de gin-tonics, y mi única preocupación es poder levantarme a la mañana siguiente sin que me agobien demasiado los vértigos que arrastro y tanto me condicionan. La idea de una futurible escritura me parece cada día más una excusa para fingir que todo este desorden en que se ha convertido mi vida tiene un sentido, una brújula que lo guía y le da sentido, y que me empeño en algo que lleva a algún sitio. La literatura, como criada que te ordena la casa.