Evelio-Rosero

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Letras

Colombia y la furiosa saña de Evelio Rosero

En 'Casa de furia' el escritor arremete con saña, ingenio e ironía contra los estamentos de la sociedad de su país y los grupos que la componen

19 octubre, 2021 09:07

Casa de furiaEvelio Rosero

Alfaguara. Barcelona, 2021. 376 páginas. 18,90 €. Ebook: 8,99 €

Evelio Rosero (1958) es oriundo de Bogotá, ciudad que parece tener marcada a sangre y fuego. En 2006 consiguió el Premio Nacional de Literatura en su país y al año siguiente el II Premio Tusquets de Novela con Los ejércitos, galardón que impulsó su fama internacional. A partir de entonces, las condecoraciones y el éxito han acompañado su producción, que es muy variada porque tiene la habilidad de manejar con eficacia un amplio espectro de géneros, desde el periodismo a la narración infantil, pasando por la poesía, la novela o el cuento. Entre sus narraciones más recientes cabe mencionar La carroza de Bolívar (2012) en la que desmitifica al Libertador, Plegaria por un papa envenenado (2014), donde indaga sobre la muerte del efímero Juan Pablo I y Toño Ciruelo (2017), que trata sobre la maldad.

En el relato corto ya demostró ser un consumado maestro, como sostuve en estas mismas páginas tras la publicación de sus Cuentos completos, una colección plural en temas, formas y extensión que daba a conocer historias insólitas que emergían de mundos oscuros. En ellas se escuchaban, en sordina, sonidos ásperos, como brotados de habitaciones vacías, a menudo pobladas por mujeres, niños y, en general, gente desamparada. Al fondo, o en primer plano, latía la gran metrópoli, Bogotá, como un monstruo fragoso que amenazaba con engullirlo todo.

En su última novela, cuyo título, Casa de furia, resulta esclarecedor, asistimos a la fiesta del aniversario de bodas de los Caicedo, en 1970. Ella es Alma Santacruz, señora de la alta sociedad, y él Nacho Caicedo, magistrado de la Corte Suprema de Justicia. El matrimonio, de mediana edad, ha conseguido triunfar en la vida, como revela la opulenta mansión en la que reside, situada en uno de los barrios más prósperos de la capital.

Allí se prepara la celebración, dominada por el exceso, a la que asistirá una cohorte variopinta de personajes: familiares en distinto grado de los que destacan sus hijas (Francia, Italia, Armenia, Lisboa, Palmira y Uriela), tan hermosas como problemáticas; distintos individuos que parecen haberse infiltrado burlando la seguridad; un heterogéneo conjunto musical y las fuerzas vivas de Bogotá entre las que sobresalen monseñor Javier Hidalgo y su joven secretario, el padre Perico Toro, que llegan a bordo de una limusina negra.

Rosero arremete con saña, ingenio e ironía contra los estamentos de la sociedad de su país y los grupos que la componen

El primo César, traficante de marihuana, lo hace sobre una mula blanca porque desea ser el centro de todas las miradas. Le acompañan su esposa, la casquivana Perla Tobón, y sus tres hijos, Cesítar, Cesarito y Cesarín. Todos ellos tienen como misión complicar el argumento hasta límites insospechados dentro de un texto dominado por la ironía y un inveterado sentido del humor que ya se aprecia en los nombres de los protagonistas.

A lo largo de un buen número de páginas, que poco a poco se revela desmesurado, los distintos personajes entran y salen de la trama al modo barojiano, dejando a su paso el aroma de vida que fluye. Lo hacen, además, de forma acumulativa, creando un ambiente de algarabía y confusión que, con el correr de la historia, siembra dudas sobre su verdadera naturaleza.

¿Se trata, realmente, de una novela jocosa?, se pregunta el lector abrumado ante el cúmulo de anécdotas y enredos. Durante gran parte de la trama, la obra parece una caricatura y en este sentido recuerda a la escritura de nuestro Larra. En tales pasajes, la fiesta se presenta como un esperpento (también se vislumbra al mejor Valle-Inclán) que en ocasiones tiene trazas de sainete, de vodevil e incluso de espectáculo circense.

Más adelante, sin embargo, revela su auténtica intención, que es la de hacer una crítica acerba de una ciudad y, por extensión, de un país, para lo que Rosero arremete con saña contra todos los estamentos de la sociedad colombiana (el religioso, el académico, el político, el jurídico) y contra todos los grupos que la componen, desde el más bajo al más alto. Es entonces cuando triunfa la violencia en todo su esplendor. Casa de furia le resultará entretenida a quien guste de historias abigarradas, ferocidad y crítica acerada, pero el hacinamiento de anécdotas en la fiesta resulta algo excesivo y diluye, en parte, la eficacia de su intención.