Rubén Herce: "La idea de Dios es un tema casi tabú en España"
El sacerdote y doctor en filosofía Rubén Herce publica ‘La ética es cosa de otros’ (EUNSA), un libro en el que sitúa nuestra relación con los demás como piedra angular de la ética y la moral, dos conceptos que funde en uno solo
30 marzo, 2022 11:54Con el título de su último libro, La ética es cosa de otros, el ingeniero, sacerdote y doctor en Filosofía Rubén Herce nos propone un juego de palabras. No es que la ética sea algo ajeno a uno mismo, sino todo lo contrario. Lo que hace con este doble sentido es conceder una importancia mayúscula a los otros, es decir, a nuestra relación con los demás, desterrando el enfoque individualista que considera la ética como una relación entre el yo (subjetivo) y el mundo (objetivo). En medio de ese binomio hay que colocar un tercer elemento: los otros (lo intersubjetivo).
Título: La ética es cosa de otros
Autor: Rubén Herce
Editorial: EUNSA
Año de edición: 2022
Apasionado de la ciencia, Herce compara su visión del ser humano con el comportamiento de las partículas descrito por la mecánica cuántica: no solo son corpúsculos o “bolitas”, como se las ha representado tradicionalmente, sino que también pueden comportarse como ondas. De la misma manera, esas bolitas llamadas “individuos” se comportan como ondas cuando se relacionan con los demás, considera el autor, que da clases de Antropología, Ética y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Navarra, cuya editorial EUNSA publica La ética es cosa de otros.
Como subdirector del Grupo Ciencia, Razón y Fe de la misma universidad y con su actividad académica y docente, Herce contribuye a desmontar el tópico que dice que ciencia y religión son incompatibles. Por eso en su bibliografía encontramos otros títulos como De la física a la mente, sobre el pensamiento filosófico de Roger Penrose, o Si rezas, pasan cosas.
Pregunta. ¿A qué tipo de lector se dirige su libro y cuál es su propósito?
Respuesta. Se dirige a personas con inquietud intelectual, inconformistas, buscadoras de verdades abiertas. Nace del diálogo con otras personas y busca que entre todos repensemos cuestiones relevantes que ayuden a orientar la vida cotidiana. Pretende profundizar en la relevancia ética de los demás: ellos son la mejor ayuda para salir del relativismo ético y del subjetivismo moral.
P. ¿Cuál es la diferencia conceptual entre ética y moral y por qué no está de acuerdo con la separación de ambas?
R. La ética se centra más en procedimientos, reglas de convivencia, en cómo hacer o dejar de hacer ante una situación, qué está bien o mal, qué es correcto e incorrecto. Mientras que la moral sería la guía personal con la que cada uno orienta su vida. La primera se detiene más en lo objetivo y la segunda en lo subjetivo. Me parece que esta distinción no ayuda porque crea tensiones en las personas, entre lo que quiero hacer y lo que me veo obligado a hacer porque me lo imponen. Sin embargo, las normas tienen una razón de ser que va más allá del mero consenso. Esto hace que se puedan entender y explicar racionalmente y por eso cada uno las puede asumir de forma libre. Somos capaces de querer lo que nos dicen porque vemos que es bueno actuar así y también podemos proponer a otros unos modos de actuar que percibimos como mejores.
P. Su enfoque a la hora de abordar la ética hace hincapié en nuestra relación con los demás. A la visión subjetiva (el yo) y objetiva (el mundo), añade una visión intersubjetiva (las relaciones entre las personas). ¿Cree que una visión de la ética sin este tercer elemento está incompleta?
R. Sí, sin duda. La ética no son solo normas externas o percepciones personales sobre cómo actuar bien, sino que la interiorizamos sobre todo a partir del comportamiento de otros. Vemos la actuación ajena y eso resuena en nosotros como admisible o rechazable porque tenemos algo en común. Hay ciertos comportamientos que vemos que deberíamos imitar y otros que preferimos omitir. Lo identificamos en otros y no tanto en una fría norma o en un razonamiento subjetivo, muchas veces teñido de autojustificación.
P. ¿Considerar la ética como un consenso de mínimos para poder llevarnos bien es una postura derrotista?
R. Es una postura conservadora, conformista. Ir más allá del consenso de mínimos implica creer en el potencial de las personas y en el impacto social que pueden tener, si se dejan transformar por lo más excelso entre lo humano. Pienso que la ética debe mover a proponerse ideales grandes, a capacitarnos para percibir la belleza de una vida que apuesta por ellos.
P. Señala dos fundamentos de la acción ética que nos pueden servir de brújula: buscar la verdad y reconocer la dignidad humana. ¿Tener en cuenta estas dos cosas nos garantiza alcanzar un comportamiento ético?
R. No, simplemente son dos orientaciones brújula a tener siempre en cuenta. Sin empuje y sin ideales grandes en los que gastar la vida, uno no se mueve a actuar más allá de su propio interés.
P. ¿Cómo definiría algo tan abstracto como la “dignidad humana”?
R. Es un reto, como definir el amor. Lo que pasa con las palabras grandes es que las intuimos y las entendemos, pero cuando las intentamos acotar en conceptos o definiciones las desvirtuamos. Tiene que ver con aquello que debe ser amado en sí mismo y no por causa de otra cosa. Aquello que tiene algo de único o de sagrado y que debe ser respetado y promovido. Solo descubriendo la dignidad de los demás puedo comprender mi propio valor y reconocerme como ser humano y así valorar mis actos desde el horizonte del servicio y del cuidado de los demás. De ahí la importancia real de mis actos libres y el desafío de desarrollar culturas más humanas.
P. En su libro menciona la “ética del cuidado”, una corriente que está ganando cada vez más importancia en el debate social. ¿Qué propone esta visión?
R. La ética del cuidado nos pide tener en cuenta a los demás, no solo para ver cómo les afectan mis decisiones, sino para hacerme cargo de sus vidas. Me lleva a salir de mí mismo para encontrarme con las necesidades del otro y responsabilizarme de su mejora, respetando su propio modo de ser. Por ejemplo, preguntándome qué le pasa a esta persona, qué puede necesitar en un momento determinado o cómo le puede estar afectando una situación familiar.
P. También señala que el exceso de sentimentalismo es malo. ¿Cree que vivimos un momento en el que parece que se da más importancia a los sentimientos que a las ideas y a la verdad en el debate público?
R. Me parece que nos centramos demasiado en las sensaciones que tenemos y eso nos impide vivir los sentimientos adecuadamente. Buscamos más las sensaciones subjetivas que el auténtico sentimiento que nos permite entrar en contacto singular con aquello que nos afecta, en especial con los otros. Y esto tiene un problema, porque si los sentimientos se quedan meramente en el plano subjetivo, me puedo acercar al mundo y a los demás desde moldes ideológicos. No dejo que la realidad me diga cómo es pensándola a través de lo profundamente sentido, sino que la intento encuadrar en mi teoría. Sentimentalismo e ideología van de la mano. Por otro lado, sin sentimientos adecuados nuestra vida psíquica será triste y vacía.
P. Aunque somos dependientes de los demás, advierte contra la tóxico-dependencia de los demás, ser demasiado grupales. Ante la incertidumbre la gente tiende a refugiarse en su burbuja cultural. En este sentido, ¿cree que internet y las redes sociales han potenciado paradójicamente que nos hundamos más en nuestra propia burbuja, en vez de abrirnos a otras visiones del mundo?
R. En algunos casos, sí. Me parece que es una realidad suficientemente subrayada por autores como Jaron Lanier, Tristan Harris o Shoshana Zuboff, y recogida en documentales como El dilema de las redes sociales o películas como Brexit.
Dios, ética y ciencia
P. Según su visión, ¿es necesario creer en Dios para desarrollarse de forma plena como ser humano?
R. Si Dios existe y no lo tengo en cuenta en mi actuar, me estoy perdiendo algo importante. Si los otros son esenciales para mi desarrollo humano, cuánto más lo puede ser el Otro. La clave no está en que yo piense que Dios existe o no, la clave está en si existe o no de verdad y cómo es. Porque hay concepciones tan pobres de Dios que en esos casos sería casi mejor ser ateo. La cuestión sobre Dios es un rumor inmortal que recorre la historia y la geografía de la tierra entera y que, hasta ahora, a pesar de tanto esfuerzo, nadie ha conseguido desmentir. Pienso que es una pena que este sea un tema prácticamente tabú, por lo menos en España.
P. Se suele decir que tienen más mérito los ateos que se comportan de manera ética que aquellos que lo hacen movidos por creencias religiosas, ya que los primeros no esperan recompensa ni castigo en una supuesta vida después de la muerte. ¿Qué opina de eso?
R. Considero que todos actuamos movidos por obtener cierta recompensa ya en esta vida. Saber que no todo se acaba aquí te puede ayudar a no desesperar cuando las cosas se tuercen, cuando el mal parece triunfar. Es muy duro pensar que tantas injusticias como hay en esta vida no van a tener una respuesta definitiva.
P. En su libro alude frecuentemente a la ciencia para poner ejemplos de sus argumentos. ¿Cree que la división entre ciencia y religión es una cosa del pasado? A título personal, ¿el avance en campos punteros como la mecánica cuántica refuta la idea de Dios o la refuerza?
R. Me encanta la ciencia y disfruto mucho leyendo sobre los nuevos avances científicos. Pienso que la división ciencia-religión es algo que permanece en el imaginario colectivo, pero que es más teorizado que real. Basta leer algunos libros como Ciencia y Religión, de John Hedley Brooke, La curiosidad penúltima, de Wagner y Briggs o la reciente colección sobre la cosmovisión de los científicos editada por Juan Arana. En concreto, llama mucho la atención cuál es esta cosmovisión religiosa de la mayoría de los científicos en el periodo de la Ilustración. Por otro lado, también en la actualidad hay muchos científicos punteros como Francis Collins o incluso ateos insignes como Antony Flew a los que la actividad científica los ha llevado a creer en la existencia de Dios. Pero este salto es fruto de una valoración filosófica del orden que se aprecia en la naturaleza, porque los datos científicos en sí no nos hablan sobre Dios. Siempre los interpretamos y por eso necesitamos de la filosofía.
Contra el relativismo y la intransigencia
P. También habla en su libro del relativismo en cuanto a la verdad. ¿Cree que la corrección política nos lleva a pensar que la verdad es solo una cuestión de perspectiva y pensar que todas las opiniones merecen el mismo respeto?
R. En la práctica actuamos como si hubiese opiniones más acertadas que otras. La postura relativista solo se sostiene desde la teoría, pero no en la vida real.
P. Del mismo modo, el relativismo intercultural nos puede llevar a decir que todas las culturas son igual de buenas. ¿Cree que eso es un efecto del multiculturalismo mal entendido? Usted se moja al decir que “hay culturas mejores y peores”. ¿Atreverse a decir eso es osado hoy en día?
R. Sin duda que es osado, pero —de nuevo por la vía práctica— pensamos que hay aspectos culturales que son mejores en unos sitios que en otros. Creo sinceramente que tenemos mucho que aprender de otras culturas y que el multiculturalismo es un valor, pero no a costa de homogeneizar todo o de renunciar a lo que claramente hay de más valioso o éticamente mejor en nuestra cultura. Hay que rescatar lo bueno de cada cultura, detectar qué podemos aprender y después quizá sacar a la luz lo que podemos enseñar. Sigue habiendo mucho colonialismo cultural.
P. También hace referencia en su libro a la cultura de la cancelación surgida en los campos universitarios estadounidenses, y al manifiesto Truth Seeking, Democracy, and Freedom of Thought and Expression. También en 2020 hubo un manifiesto publicado en la revista Harper’s, firmado por 150 intelectuales destacados, contra la creciente intolerancia hacia quienes piensan de manera diferente a la corriente principal de los activismos actuales. ¿Cree que se está perdiendo la capacidad de mantener un diálogo honesto en el espacio público entre ideas contrarias?
R. Sí, y me da pena, porque entrar en diálogo con los que piensan distinto es tremendamente enriquecedor. Sin necesidad de compartir las mismas ideas, siempre es interesante entender por qué piensan así y también argumentar por qué yo veo las cosas como las veo. Es muy sano que haya un pluralismo de enfoques porque ninguno se encuentra en posesión completa de la verdad, y las críticas sanas que me hagan siempre serán aprovechables.
P. Al final del libro habla del postulado transhumanista de que, ya que el ser humano es falible, la ética sea externalizada, es decir, que una Inteligencia Artificial imponga un código ético para los humanos. ¿Esto conlleva algún peligro?
R. Creo que sí. No se trata de hacerlo todo perfecto. Fallar, incluso intentando hacer las cosas bien, nos ayuda a percibir nuestra vulnerabilidad, a reclamar la ayuda de los demás y a cultivar una humildad epistémica que nos protege. De algún modo nosotros avanzamos a trompicones. Es como aprender a andar. Si nos pusiesen un “exoesqueleto moral” para no equivocarnos nunca, perderíamos algo tan humano como crecer desde dentro. No se puede hacer buenas personas desde fuera. Y además ¿cómo sabe la Inteligencia Artificial qué es lo mejor para nosotros? A las máquinas se las programa para que maximicen un criterio, pero alguien tiene que decir cuál es el criterio a maximizar: y ese lo tiene que descubrir cada uno desde dentro.
P. No he podido evitar pensar varias veces en la invasión de Ucrania al leer sus ideas sobre la ética, la verdad y el diálogo. ¿Cree que podemos extraer de esta terrible situación enseñanzas o cuestiones para el debate sobre estos temas?
R. Es muy triste lo que está pasando. Este tipo de actuaciones nos lleva a darnos cuenta de que el ser humano es capaz de acciones heroicas y de ruines mezquindades. Está en la mano de cada uno de nosotros escoger cada día lo auténticamente bueno frente a lo interesado, beneficioso o útil. La banalidad del mal, por usar la expresión de Hannah Arendt, nos acecha cada día; pero por fortuna también podemos acostumbrarnos a hacer el bien en las cosas pequeñas cotidianas. Los corazones generosos saben reconocer la grandeza de una sonrisa, de una palabra de agradecimiento, de un comentario negativo que no sale de nuestra boca. Ahí y no en las grandes gestas es donde nos jugamos nuestro carácter moral.