Arturo Barea no es un escritor canónico de su generación, a la que pertenecen grandes nombres como Ramón J. Sender, Mercè Rodoreda, Rosa Chacel o Max Aub. Tampoco, en su momento, fue de los más influyentes en España. Mucho tuvo que ver que en 1938 se marchara al exilio para no volver. Pero una de sus obras, la monumental trilogía La forja de un rebelde, por fin comienza a tener el reconocimiento que merece. Las memorias de aquel antifascista nacido en Badajoz el 20 de septiembre de 1897, que se prolongaban hasta el final de la Guerra Civil Española, inauguraron en España la novela autobiográfica. O, si lo prefieren, por ceñirnos a la jerga de hoy, la autoficción, pues en ellas edulcoró algunos recuerdos.

La forja de un rebelde es el recuento de su vida hasta febrero de 1938, fecha en la que abandona España definitivamente. En el verano de aquel año, y tras una estancia penosa junto a la que sería su segunda y última mujer, la revolucionaria austriaca Ilse Kulcsar, en el Hotel Delambre —la pareja lo denominó “hotel del hambre”— de Montparnasse, en París, Barea tomó una decisión crucial: alejarse del realismo socialista que le influyó en sus inicios para escribir La forja…, novela que constituye un prodigioso retrato de las cuatro primeras décadas del siglo XX en España.

Esta trilogía es lo más valioso que Barea escribió en su vida. Lo sostiene con vigorosos argumentos el escritor británico Michael Eaude en Triunfo en la medianoche del siglo, que acaba de llegar a las librerías con el sello de Renacimiento. Sin desprenderse de su ideología, Barea se limitó al registro minucioso de los hechos con una clara ambición literaria. “No podía escribir más historias de propaganda”, contó años después el autor, refiriéndose a los relatos que componen su primer libro, Valor y miedo.

[Unamuno según Arturo Barea]

La prosa evocadora y, por momentos, descarnada de La forja está “más cerca de Proust que de Galdós y Dos Passos”, tal y como acierta a señalar Eaude, colaborador de The Guardian legitimado por historiadores de la talla de Paul Preston. El escritor George Orwell calificó la trilogía como “excelente”, mientras que Gabriel García Márquez consideró a finales del siglo XX que se encontraba entre “los diez mejores libros escritos en España desde la guerra civil”. El contenido político retrasó su edición en nuestro país hasta 1977, año en que fue publicado por la editorial Turner gracias a la recuperación de José Esteban.

El libro que publica Renacimiento no es exactamente la biografía del autor. Al menos, no solo eso. Eaude contrasta los episodios que Barea incluye en La forja con su propia investigación, e incorpora al relato, además de los acontecimientos biográficos correspondientes al exilio, la revisión crítica de su obra. Por otro lado, la reciente publicación de dos textos inéditos en Espasa —Lucha por el alma española y España en el alma de la posguerra— culmina un proceso necesario para la literatura española. Por fin, y con justicia, las obras completas de Barea están editadas en español.

Renacimiento

Alto, adusto, siempre con boina y lleno de contradicciones. Así nos presenta Eaude al interesantísimo personaje que fue Arturo Barea. La integridad que demostró a lo largo de su vida le condujo a constantes frustraciones y algunas manchas en su expediente moral. Sin duda, el desinterés por sus cuatro hijos, a los que abandona cuando se marcha de España con Ilse, es la más flagrante. Por otro lado, el estatus económico que llega a alcanzar, hacia los años 30, aquel hombre de descendencia humilde colisiona con su incorruptible defensa de los desfavorecidos.

En los preámbulos de la guerra civil, aquel incómodo dilema moral azota su conciencia, pero nada mejor que una sublevación para esclarecer las prioridades. “En aquella noche del 18 de julio de 1936… yo no era solo un socialista emocional. Tenía en el bolsillo la tarjeta de un partido, pertenecía a mi sindicato”. En efecto, Barea intervino activamente en la defensa de Madrid y nunca abandonó la lucha antifascista, ni siquiera en el exilio. El mismo detonante, el alzamiento comandado por Franco, Sanjurjo y Mola, también lo convirtió en escritor.

Años antes, cuando trabajó como viajante para un alemán que comerciaba con joyas en Europa al inicio de la Gran Guerra, acumuló dinero y prestigio. Al mismo tiempo, en su fuero interno afloró “un sentimiento de asco y vergüenza hacia la especulación de la guerra de la que yo mismo me aprovechaba”, escribiría en Palabras recobradas, uno de sus últimos títulos publicados. Eran tiempos en los que su controvertida personalidad, de principios aparentemente firmes, no estaba del todo definida. Sus orígenes explican su posición ante la vida.

Su padre murió al poco tiempo de su llegada al mundo y su madre, Leonor, a la que le dedica la trilogía, quedó al cargo de cuatro hijos. Su tío José, hermano de Leonor, les ofrece amparo en su casa de Lavapiés: una buhardilla encima de los establos. De aquella humillante situación para su madre, que se convirtió en la sirvienta de su hermano, aprendió Barea “lo bueno y lo malo” de la vida: “A rezar a Dios y a maldecirle. A odiar y a querer. A ver la vida cruda y desnuda, tal como es. Y a sentir el ansia infinita de subir y ayudar a subir a todos el escalón de más arriba”, escribe en La ruta, que estira los episodios biográficos hasta 1914.

Arturo Barea celebrando la charla 800 para la BBC. Foto: Uli Rushby-Smith

Arturo es el único de los cuatro hermanos apadrinado por el tío José y su esposa Baldomera, que no tenían descendencia. Destinado a la educación católica y la asimilación de los valores que promocionan el progreso económico individual, se reparte entre la cochambre de la buhardilla llena de cucarachas y las comodidades en casa del tío José. Los veranos de su infancia, hasta los 13 años, los pasa feliz en Brunete, Méntrida y Navalcarnero, pero con la muerte de su tío tuvo que ponerse a trabajar.

En la tienda de bisutería La mina de Oro, donde prestaba sus servicios por 10 pesetas mensuales, su vehemente reacción ante la bofetada que una vez le propinó el propietario evidencia su categórico rechazo ante los abusos de poder, una actitud rebelde que lo acompañaría toda su vida. Vuelve al colegio para estudiar contabilidad y comienza a trabajar en el banco Crédit Lyonnais, pero cuando estalla la Gran Guerra se marcha muy dignamente. Abrió también una fábrica de juguetes y muñecas que fracasaría y pensó unirse a un circo, uno de los sueños de su infancia, pero acabó en la fábrica de Motores España como secretario del director gerente. De este modo entró en contacto con las primeras luchas obreras en España, acontecimiento determinante en su vida.

Espasa

En La ruta, el segundo volumen de la trilogía, Barea renuncia al lirismo para relatar el periplo que lo conduce a la guerra civil. La trama comienza en 1920, cuando lo llamaron a filas para combatir en la Guerra del Rif que se libraba en Marruecos. Testigo del nacimiento de la Legión con Millán Astray al frente y nombrado sargento del cuerpo en el que se enroló, sufrió de primera mano las consecuencias del Desastre de Annual en 1921.

En esta etapa, en la que se contagia de tifus, Barea se revela como un mujeriego asiduo a los burdeles. A la vuelta, contrae matrimonio con Aurelia Rimaldos, que supuestamente lo engaña con un supuesto embarazo y finalmente tiene cuatro hijos, de los que se desentiende pocos años después. Ya en Madrid, trabajó en una oficina de patentes hasta el comienzo de la guerra. Es allí donde se lía con su secretaria, María, que resultó ser “perfecta como un consuelo”, y en 1934 se separa de Aurelia, aunque un año más tarde trataría de salvar su relación trasladándose con ella al municipio toledano de Novés, donde organiza al Frente Popular para las elecciones de 1935, que terminarían ganando. Entre tanto, ejerce como capataz en el latifundio castellano La Dehesa Casablanca.

Desde la proclamación de la Segunda República en 1931, había intensificado su participación en la vida política. Vuelve a UGT, sindicato creado por Pablo Iglesias al que se había afiliado antes del servicio militar, pero el mismo carácter férreo que le lleva a desacreditar las injusticias tampoco le permite acatar una jerarquía. "No era un marxista", escribe Eaude, "aunque utilizó algunas herramientas" de aquella doctrina que velaba por los intereses de los trabajadores. En los años precedentes a la guerra, participa en tertulias junto a Valle-Inclán y Jacinto Benavente, entre otros autores con los que mantiene sonoros desencuentros.

La llama, último volumen de la trilogía, fue escrita entre 1944 y 1946. El autor detalla la guerra en primera persona. Aunque tiene las trazas de un libro antimilitarista, por cuanto registra el horror del conflicto bélico y el impacto que le produce la destrucción de Brunete, pueblo en el que veraneó durante su infancia, Barea no elude su participación en el asalto al cuartel de la Montaña dos días después de la sublevación del 18 de julio. Tampoco que fue el encargado de entrenar a los soldados del Batallón de la Pluma en La casa del pueblo socialista debido a su experiencia militar.

Ilse Kulcsar y Arturo Barea en Inglaterra. Foto: Uli Rushby-Smith

Gracias a sus contactos comunistas, comienza a trabajar en la oficina de prensa extranjera de Telefónica como Jefe de Censura. Exactamente un año después de su incorporación, en septiembre de 1936, al Departamento de Prensa del Ministerio de Asuntos Exteriores, donde conoce a Ilsa, fue despedido tras la llegada de Constancia de la Mora, nieta de Antonio Maura. Al mismo tiempo, emite charlas radiofónicas alentando al ejército republicano y sufre una crisis nerviosa por el volumen de trabajo y los estragos que la violencia le había causado.

Desengañado por la división de las fuerzas de la coalición antifascista, hecho que podría haber sido la causa de la derrota final ante los sublevados, se acercó al comunismo español de la época. “El Partido Comunista había dado el primer gran paso hacia la formación de un ejército”, escribe Barea en La llama, y sin embargo estos mismos prescindieron de él cuando dejó de ser útil. Barea nunca les guardó rencor. Incluso en la época posterior, la del exilio, en la que colaboró “con revistas del frente de la CIA”, tal y como apunta Eaude, “no parece que se prestara al anticomunismo activo”. En La raíz rota, su última y fallida novela, sí muestra un desprecio hacia el sectarismo del partido.

Ilse y Barea abandonan Madrid en noviembre de 1937, pasan por Valencia para despedirse definitivamente de sus hijos y llegan a Barcelona, donde el autor termina su primera obra, el volumen de cuentos propagandísticos Valor y miedo. En febrero de 1938 se marchan de España para siempre. En 1939 llegan a Inglaterra y, salvo contados viajes a Estados Unidos y América Latina, fijan su residencia hasta el final de su vida. Barea murió en los brazos de Ilse en la Nochebuena de 1957 tras un infarto.

En el proceso de transformación citado, que habría de suceder en el exilio e implica un revelador cambio en su modo de encarar la literatura, localiza y revela carencias en algunas obras canónicas del momento. Tal es el caso de Por quién doblan las campanas, de Hemingway, a quien atribuye el “fracaso” de ser “siempre un espectador que quiso ser actor, y que quiso escribir como si hubiera sido actor. Y sin embargo, no basta con mirar: para escribir con verdad hay que vivir y hay que sentir lo que se vive”.

[La ventana inglesa de Arturo Barea]

Desde luego, Barea se introdujo como pocos en las entrañas de su tiempo. La lucha antifascista, la gran causa de su vida, se convirtió en el centro de su escritura. Obstinado en dar voz a la clase obrera, reflexiona sobre aquella España que le tocó vivir, tal y como hicieron los grandes exponentes de la Generación del 98: Unamuno, figura a la que dedica un ensayo, Azorín, Ortega y Gasset… De Baroja señaló la “reseca superficie de realismo” que impregnó su obra, mientras que Ramón J. Sender despertó toda su admiración.

Influido inicialmente por el realismo socialista de los escritores rusos afines a Stalin, su ambición nunca fue la sofisticación literaria ni el intelectualismo. Antes al contrario, practicó un lenguaje accesible, consciente del público al que pretendía dirigirse. Así los textos recuperados por Espasa en el volumen Contra el fascismo, de cuya edición se hace cargo el investigador William Chislett. Lucha por el alma española, editada originalmente en 1941, es un análisis del franquismo a partir de la disección de los pilares del Movimiento: principalmente la Iglesia y el Ejército.

En el panfleto España en el alma de la posguerra, escrito junto a Ilse y publicado en 1945, Barea insta al gobierno inglés a tratar de derribar la dictadura. Ambas publicaciones ponen de manifiesto la independencia de un autor alejado de gregarismos. Colaboró en emisiones radiofónicas de la BBC con el seudónimo "Juan de Castilla", escribió obras reseñables como Lorca, el poeta y su pueblo, y otras de menor enjundia literaria. La calidad del conjunto, sin embargo, ya no está en entredicho. El fascinante interés que tiene su vida, tampoco.