'La isla del doctor Schubert': la inventiva sin límites de Karina Sainz Borgo
La nueva novela de la escritora es una fábula mítica visionaria lastrada por el fatigoso amontonamiento de ocurrencias y una palabrería excesiva
19 marzo, 2023 01:58Suele ocurrir que las narraciones de más desatada invención e invertebradas se ahormen en un mínimo soporte argumental. A este arbitrio recurre Karina Sainz Borgo (Caracas, 1982) en La isla del doctor Schubert. Una innominada y difusa “intérprete y copista de los cantos de sirena” le sigue la pista al tal doctor Schubert y con su trabajo de “amanuense” escribirá unos “diarios” que forman el corpus noticioso de igual título que el libro.
Esta obra, “bitácora de un paraíso… para quienes consiguen soportarlo”, recoge la historia de una isla balear cercana al islote de Dragonera y de su dueño, Schubert, cirujano y héroe de la batalla de Solferino, desde tiempos antiguos y hasta unas guerras “abisales”.
Se trata de un puro cañamazo donde se incrustan episodios sueltos de una realidad inédita, aunque algo concomitante con la nuestra. El tiempo se dilata como un chicle muy elástico y se remonta a una edad mítica en que el mismísimo Homero firmó un ejemplar de la Ilíada.
En el extremo contrario se alcanza el “fin del mundo”. En el medio se pasa por el imperio austrohúngaro, la construcción del canal de Panamá, la revolución mexicana o una época presente con tarjetas de crédito, ascensores acristalados, grandes almacenes, boutiques y algo tan actual como los cruceros de recreo, motivos estos de una denuncia de la modernidad que quiere convertir el mundo en un lugar peor. Semejante extensión afecta al marco espacial.
Bajo la seducción del mar y de omnipresentes islas (las Sándwich del Sur, de las Especias, Borneo, los arrecifes de Cubagua…), se mencionan o transitan el mar Adriático, Ucrania, Suráfrica, la Guayana Francesa, el Congo Belga y muchos sitios más. Por si fuera poco, este encuadre tan anchuroso incluye también el mismísimo inframundo.
El tiempo se dilata como un chicle muy elástico y se remonta a una edad mítica en que el mismísimo Homero firmó un ejemplar de la 'Ilíada'
Este escenario cobija mil maravillas. El protagonista “provoca huracanes en las botellas de vino”. Algo mucho menos sorprendente que la génesis de su allegado Tristán: “Un saltamontes fruto de la cópula entre un cíclope y una mecedora vienesa”. Y lo pueblan ninfas, sirenas, ondinas, lamias, furias, centauros, dragones, hidras de cinco cabezas, duendes y monstruos diversos.
Son simples muestras de la fervorosa entrega de Sainz Borgo a una inventiva sin límites, no solo en el convencional terreno de la fantasía sino en el del transgresor juego surrealista, con sorpresas de corte dadaísta y gusto por la paradoja y la extrañeza conceptual. Lo cual se empareja con abundante culturalismo que implica alusiones, por otra parte nada secretas, para lectores avisados. Así, menciones a “un argentino ciego” y a un poeta de varios heterónimos o varias referencias casi directas al autor de Isla Berta.
Paralela va la afición a las sentencias rebuscadas. Enigmática me resulta la afirmación sobre Javier Marías, “el único que sabe leer pensamientos pirómanos en la mente de los vigilantes de museos”. E incomprensible lo que se dice de una mariposa: “La encontró bella como a una ahorcada que vence dando coces en el aire”.
En la base de su relato tiene Karina Sainz Borgo una idea valiosa, la construcción de una fábula mítica visionaria con dosis de aventuras y relatos mágico legendarios que muestre cómo el caos y la violencia amenazan a un mundo ideal. El fatigoso amontonamiento de ocurrencias y una palabrería excesiva impiden que una atractiva propuesta cuaje en un buen texto.