Desde el asombro, con ojos de niña curiosa y algo traviesa, mira el mundo Cristina Fernández Cubas (Arenys de Mar, Barcelona, 1945), la excepcional narradora galardonada en 2023 con el Premio Nacional de las Letras como reconocimiento a “la magia de su narrativa que la ha llevado a ser considerada como una de las mejores cuentistas españolas”.
El premio, que también celebra su “dominio fascinante del empleo de la concisión para narrar historias que se nutren de la literatura fantástica, y que hace llegar al lector de manera intensa hasta cambiar la forma de entender las cosas”, rinde homenaje a una escritora que ha roto esquemas y convenciones desde que en 1980 publicara su primer libro, Mi hermana Elba. Una mujer asombrosa, bienhumorada y muy cordial, con pupilas “a lo Bette Davis” que le permiten, como escribió Patricia Esteban Erlés, “mirar mejor y ver más que el resto”.
Pregunta. ¿Se sigue reconociendo, como autora, en El columpio, la novela de 1995 que Firmamento recuperó hace unos meses coincidiendo casi con el Premio Nacional de las Letras?
Respuesta. Desde luego, aunque la experiencia ha sido muy especial. Recordaba perfectamente el esqueleto, pero no así muchos detalles de vital importancia. De alguna manera lo he leído como si yo no fuera la autora, sino alguien que sabe de qué va el libro, cómo empieza y cómo acaba, pero no por ello deja de sorprenderse o inquietarse.
P. ¿Por qué no ha querido cambiar nada del libro? ¿No tenía nada que corregir quizás?
R. Algún tiempo verbal, algún pronombre…Nada más. En mi relectura de El columpio me había “dejado llevar” y eso, para mí, era lo más importante. Hubo algo, además, que me sorprendió enormemente. La constatación de los cambios que se han producido en nuestra vida entre las dos ediciones. Hoy, en un mundo de móviles y mails, nos parecería raro, no ya el aislamiento de los habitantes de la Casa de la Torre –ellos, seguramente, seguirían viviendo ajenos a cualquier progreso–, pero sí el vaivén de cartas, los silencios, la importancia de la Fonda-Parada de autocares-Estafeta de Correos-Teléfono público…
»En aquel momento, sin embargo, en el año en que apareció El columpio, eso era lo habitual en pequeñas poblaciones alejadas de grandes ciudades. Es posible que para lectores muy jóvenes el escenario que describo les suene a Érase una vez… No me preocupa. Todo lo contrario. Tengo la sensación de que esa distancia favorece un tanto a la intriga, al pequeño misterio.
P. Sin duda, pero ¿qué queda hoy de la autora que en 1980 publicó su primer libro, Mi hermana Elba, en una colección de libritos plateados de la editorial Tusquets? ¿Qué recuerda de aquellos días, de cómo lo envió a distintas editoriales y de cómo lo publicó?
R. Todo. Aquellos eran tiempos malos para publicar a jóvenes desconocidos y si encima aparecían con un libro de cuentos como equipaje, todavía peor. Hice algunos intentos en varias editoriales sin resultado. Resumiendo: tuve la suerte de que mi manuscrito llegara finalmente a Tusquets y la editorial, desde el primer momento, apostara por mí. Y digo “la suerte” con toda la intención. La suerte, que se da o no se da, es un factor a tener en cuenta.
"Leo menos de lo que me gustaría. Los días se me hacen cada vez más cortos. Gajes de la edad”
P. ¿Y Beatriz de Moura? ¿Cómo está ahora su editora y amiga?
R. Ahí iba a ir yo. Tusquets, en aquellos momentos, era Beatriz de Moura. La fundadora, ni más ni menos, de una pequeña editorial que luego se convertiría en gigante. Hace poco, el verano pasado sin ir más lejos, escribí una semblanza sobre Beatriz para Letras Libres. Y hablé de sus inicios. De esa colección plateada, hoy mítica, que aunaba, desde su aparición, títulos sorprendentes con una presentación rompedora a cargo de Oscar Tusquets, su marido entonces. Un tándem increíble. La escribí con todo el cariño, pero, sobre todo, para rendirle el tributo que merece. Pionera, osada, emprendedora… No descarto, desgraciadamente, que algún día, acosada por esa terrible enfermedad que no respeta los recuerdos, pueda olvidarse de quién ha sido y de todo lo que ha significado… Pero no nosotros. Beatriz es historia.
P. Su trayectoria está acompañada de muchos premios, como el Ciudad de Barcelona, el Nacional de Narrativa, y ahora el de las Letras: ¿qué suponen para usted? ¿cree que el mundo literario español la ha tratado con justicia o que ha intentado compensar demasiados silencios, la mala conciencia quizá no por su caso sino por el de tantas estupendas escritoras?
R. Es cierto, mi trayectoria está acompañada de premios…, a partir del año 2002, no antes. Si tenemos en cuenta que mi primer libro, Mi hermana Elba, apareció en 1980 nos encontramos con veintidós años en los que a nadie se le había ocurrido darme esa alegría. Porque es alegría, una vez superada la sorpresa, lo primero que se siente ante estos reconocimientos a obra ya publicada . Pero vayamos a su pregunta: ¿Justicia? ¿Mala conciencia? ¡Vaya! No puedo introducirme en cerebros ajenos, pero prefiero pensar que algo, por pequeño que sea, deben de tener mis libros para que hayan despertado el interés de jurados tan diversos y a través de tantos años… Lo contrario, el convertirme en receptáculo de silencios, remordimientos, malas conciencias o arrepentimientos repentinos, me parecería, además de una inconveniencia, un disparate.
P. Coincidió con un grupo de espléndidas narradoras catalanas, como Ana María Moix o Esther Tusquets. ¿Eran amigas, se leían mutuamente, se influían incluso?
R. Éramos amigas, nos leíamos y nos respetábamos, pero no creo que nos influyéramos literariamente. Nuestros mundos eran muy distintos y eso estaba bien. Las recuerdo con nostalgia. Y añoro el humor secreto de Moix, las extravagantes ocurrencias de Esther… Viajar con ellas era una verdadera aventura.
“Escribo cuando tengo algo que contar. No quiero sentirme obligada a fichar como una funcionaria”
P. ¿Cree que, de alguna manera, ustedes son las maestras de esa joven promoción de estupendas escritoras actuales, de Eva Baltasar a Andrea Genovart, pasando por Irene Solà y Mar García Puig…? ¿Las ha leído, le interesa lo que escriben, o en estos momentos prefiere releer?
R. Maestras, no sé. Predecesoras, seguro. En cuanto a leer… Leo lo que puedo, pero menos de lo que me gustaría. Gajes de la edad, supongo. Los días se me hacen cada vez más cortos, el tiempo no me cunde y tengo montones de libros esperándome, repartidos por toda la casa. ¡Un desastre! No he leído aún a las jóvenes escritoras que me cita, pero me encanta ir añadiendo títulos a mi lista de favoritos. Pilar Adón, Patricia Esteban Erlés, Marta Carnicero o Ariadna Castellarnau, también jóvenes, entraron hace tiempo a formar parte de esta categoría que, naturalmente, sigue abierta.
P. Como autora, ¿qué ventajas tiene el cuento sobre la novela y qué inconvenientes?
R. Son dos géneros completamente distintos. La novela permite excursos, divagaciones e incluso, si me apura, algún que otro fallo. O por lo menos los tolera. Un capítulo desacertado, por ejemplo, es solo eso, un capítulo que no está a la altura del resto, pero no tiene por qué dinamitar el resultado. El cuento, en cambio, es cruel. Un párrafo fallido puede desmoronar en segundos todo el edificio.
»Le hablo desde mi experiencia, sin ánimo de establecer verdades absolutas. Como también tengo clarísimo que el cuento, con su concisión e intensidad, es un amante impaciente e infiel. No admite ausencias ni interrupciones y, a la menor desatención, se larga con viento fresco. La novela, en cambio, sabe esperar. Puedes irte de viaje, regresar y lo más probable es que ella siga allí, sobre la mesa, aguardándote. Eso no quita que, pese a todas estas pegas, me fascine el cuento, pero no por ello deseche la novela.
»He frecuentado los dos géneros y en los dos me he sentido a gusto. Lo quiero dejar claro porque a menudo muchos lectores y también muchos escritores se posicionan de una forma tajante. La superioridad de un género sobre el otro. En este sentido voy a recordar una frase que descubrí un buen día navegando por internet, frase que me cautivó por su contundencia. Pertenece al escritor colombiano Julio César Londoño y dice así: “El novelista es un parlanchín que sigue hablando…, cuando el lector ya se ha ido”. ¡No hace falta preguntarse de qué lado está!
“Cuando acabo de leer un buen cuento, sigo en él durante mucho rato. Por lo que dice y por lo que no”
P. Sin embargo, no es usted una escritora atada a plazos y presiones. ¿Cuál es su secreto?
R. Para mí la escritura es libertad. No quiero ponerle barrotes ni sentirme obligada a fichar como una funcionaria. Escribo cuando tengo algo que contar y publico si lo que he contado me parece publicable. Puedo equivocarme, claro. Pero siempre, de alguna manera, tengo presente al lector. “Lector”, en mi vocabulario, equivale a “nivel de exigencia”. Y pienso sobre todo en el lector de cuentos. Ese cómplice que, desde la primera página, se convierte en tu compañero de viaje y, al llegar al punto final, sigue rumiando tu historia. Eso es, precisamente, lo que me ocurre a mí, como lectora, cuando acabo de leer un buen cuento. Sigo en él durante mucho rato. Por lo que dice y por lo que no dice. Los silencios, a veces, hablan más que las palabras.
P. ¿Y cómo es su método de trabajo? ¿Prefiere escribir por la mañana o por la tarde, con o sin música, con el plan de la historia plenamente trazado o los personajes pueden cambiar las tramas?
R. Antes escribía siempre de noche. Ahora, desde hace ya bastantes años, prefiero el día. Recién levantada, incluso. A veces enciendo la radio. Radio Clásica de Radio Nacional o su equivalente en Catalunya Radio. Cuando en cualquiera de las dos empiezan a hablar y no paran, me cambio a la otra. Si hablan en las dos, cierro la radio. El silencio total también me gusta. Y en cuanto a tener un plan perfectamente trazado… Pues no. Puedo tener un plan, claro, pero no un guion de hierro. Y aunque crea saber a dónde voy, eso no quiere decir que termine llegando allí donde yo creía.
»No diré que el papel “habla”, pero sí que, si has creado una atmósfera, una situación y unos personajes que han cobrado vida, debes permanecer atento, saber escuchar y dejarte de imposiciones. La única excepción a lo dicho estaría quizás en mi novela El Año de Gracia. Allí sí, a eso de la mitad, tuve que parar y establecer un esbozo bastante completo de los pasos que me proponía seguir. Pero aún así, me salté algunos, me demoré en otros, y el final, que yo creía definitivo, se convirtió simplemente en uno de los últimos capítulos. La novela siguió más allá.
“Barcelona, una gran capital, pasó a convertirse en provincia. Pero queda el recuerdo. Y las ausencias”
P. Por cierto, ¿cuáles son sus cuentistas preferidos y qué les debe a cada uno de ellos?
R. A Poe le debo el miedo maravilloso que me hizo pasar de pequeña y de no tan pequeña. A Las Mil y Una Noches una admiración sin reservas. A Emilia Pardo Bazán, capaz de tocar todos los palos, el milagro de un cuento como “La Resucitada”. A Witold Gombrowicz lo mucho que disfruté con su “Bakakaï” y , sobre todo, con “El bailarín del abogado Kraykowsky”, un relato fascinante en que el narrador es un pelmazo. Sin olvidar, para terminar, las increíbles historias de El manuscrito encontrado en Zaragoza de Jan Potocki, autor cuya vida fue una mezcla de cuento, aventura y drama.
P. ¿Qué importancia tiene en su obra (novelas y cuentos) la imaginación, la memoria, la fantasía y el humor?
R. Mucha. Aparte de que, en la vida cotidiana, la combinación imaginación-humor ayuda a resolver un montón de escollos, reconozco su colaboración, junto a la memoria y la fantasía, en casi todo lo que he escrito. Imaginación, memoria o fantasía actúan a menudo como el motor de la historia. El humor, en cambio, aparece cuando le da la gana. No sabría cómo convocarlo. Pero es cierto que, cuando asoma, porque la situación o los personajes lo han requerido, escribir se convierte en una fiesta.
P. En algún lugar he visto que para usted lo que los demás consideramos fantástico es parte de la realidad: ¿cuándo descubrió que lo real es lo que es y lo que puede ser?
R. La vida está llena de incógnitas, de misterios ¡Hay tantas cosas que no comprendemos! Pero negar lo que no se comprende no lleva a ningún puerto. Además, aquello que parece fantástico en un momento puede convertirse en habitual con el paso de los años En “El cuento mil y dos de Scheherazade”, por ejemplo, Edgar Allan Poe añade una noche al libro que todos conocemos, haciendo que el sultán, profundamente irritado, mande estrangular a la incansable narradora. La causa de su cólera viene de un relato. El último viaje de Simbad que Scheherezade desgrana por primera vez y que cuenta, como siempre, aventuras y descubrimientos prodigiosos.
»Un caballo con huesos de hierro que corre a toda velocidad y se alimenta de madera, una caja capaz de hacer que el sol dibuje tu retrato; un lugar en el que, navegando, no parece que la tierra sea plana sino redonda… “¡Disparates!”, dice el sultán. “¡Paparruchas!”. El ferrocarril, el daguerrotipo, la redondez de la tierra… ¡Fantasías! Lo bueno es que Scheherezade, ya con el cordón al cuello, acepta resignada su destino. E incluso se alegra de que la petulancia del sultán, “aquel animal de su marido”, le llevará a perderse gran parte de la aventura, aun sin contar, y otras muchas historias que ya no no podrá conocer nunca.
“No sé si escribir en español me ha ‘señalado’. La verdad, o no me he enterado o me importa poco”
P. Por cierto, hablando de lo que pudo ser y no fue, ¿qué queda hoy de la Barcelona rebelde, cosmopolita y trasgresora de los años ochenta?
R. En muchos aspectos Barcelona, una gran capital, pasó a convertirse en provincia. Pero queda el recuerdo. Y también las ausencias. El tiempo no ha pasado en balde.
P. ¿Alguna vez se ha visto perjudicada o señalada por no escribir en catalán?
R. No soy un caso aislado. En realidad, ni siquiera soy “un caso”. Escribo en mi lengua materna, pero otros muchos, sobre todo de mi edad, cuya lengua materna es el catalán, escriben en su lengua “culta”, la lengua en la que estudiaron en la universidad o leyeron la mayor parte de sus libros. En cuanto a mí, no veo por qué tendría que perjudicarme, y si se me ha “señalado”, como me pregunta, pues, la verdad, o no me he enterado o me importa poco. Como ya he dicho, para mí la escritura es libertad. Y la primera de sus manifestaciones está en la lengua. La materna, en la que te mueves desde que naciste o, como Samuel Beckett o Joseph Conrad, entre otros, aquella en la que te sientas más a gusto.
P. ¿Qué puede adelantarnos de su próximo libro? Sabe ya si será un libro de relatos o una novela, tiene plazos?
R. Relatos. Se está cociendo a fuego lento. Y, como siempre, no tengo plazos.
Cristina Fernández Cubas (Arenys de Mar, Barcelona, 1945) estudió Derecho en Barcelona, y se diplomó en periodismo en 1972, en Madrid. Debutó como narradora con Mi hermana Elba (1980). Entre sus libros de relatos destacan Los altillos de Brumal (1983), El ángulo del horror (1990), Parientes pobres del diablo (2006), Todos los cuentos (2009), recopilación de sus libros anteriores, que obtuvo los Premios Cálamo, Ciudad de Barcelona, Salambó y Tormenta, y La habitación de Nona (Tusquets, 2015), Premio Nacional de la Crítica en 2016. Traducida a una decena de idiomas, es también autora de tres novelas, El año de Gracia (1985), El columpio (1995) y La puerta entreabierta (2013), una obra de teatro y un libro de memorias.