Desde su presentación como poeta hace ya más de cincuenta años con Los retratos (1971) y Elsinore (1972), la extensa obra poética de Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950), filólogo de reconocido prestigio, viene marcada por un ideario en el que el culturalismo, del que participan otros poetas más o menos coetáneos, es esencial para una obra que ha hecho de este poeta un verdadero clásico.
De ese presupuesto diría hace años: “No nos apetecía escribir nada que no tuviera unos orígenes culturales, librescos”. La sección “Aristónico y otras antigüedades" es en El secreto del Mago la que responde plenamente a ese principio –excelente “El graffito de Aristónico”–, pero no se limita a ese conjunto, sino que se pone de manifiesto en bastantes otros de los poemas.
Si en las primeras publicaciones había una cierta oscuridad, De Cuenca derivó a la claridad –“Lao línea clara” tituló un poema de La vida en llamas (2006)–, al uso de una lengua tendente a la coloquial culta, elección que se continúa en este libro y siempre en versos plenamente rítmicos.
Que en “Habla el poeta” se diga “Voy navegando / despreocupadamente / rumbo al silencio”, ese reconocimiento del final, de la muerte, tiene un tono elegíaco que es muy típico de esta obra y que en la sección “Oficio de difuntos” reúne textos de tal tonalidad, algunos de ellos absolutamente magistrales. Pero los registros de este poeta son variados y no falta la ironía o directamente el humor en la sección “Por soleares”.
Los poemas reunidos en “Creo en ti” son declaraciones de amor a la vida, a la infancia, “la fiesta feliz de mi niñez”, a lecturas –presentes en varios otros de los poemas–, al descubrimiento del sexo, a la amada –a quien va dedicado el libro–, el tú que da lugar en “Amor perpetuo” a una actualización del quevedesco amor más allá de la muerte. Este El secreto del Mago dice en palabras claras el secreto de la poesía.