Es difícil precisar si Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963) habla como escribe o escribe como habla, por más que su verdadera vocación se consagre a la literatura. Como en su nueva novela, El estilo de los elementos (Random House), el escritor argentino afincado en España se extiende en las digresiones, emplea referencias compulsivamente y apuntala su discurso con frases genuinas que conectan con su propia biografía.
La lectura y la escritura, así como la relación entre padres e hijos, dominan los propósitos de esta monumental obra, que aparece tras el éxito de Melvill, publicada también en Random House en 2022, y entronca con las preocupaciones vertidas en la trilogía La parte contada. Repleta de destellos de inteligencia, constituye un muro de contención contra la liquidez de nuestro presente.
Pregunta. Ahora que tanto se habla de la cultura de la inmediatez y la incapacidad para mantener la atención durante un lapso de tiempo prolongado, ¿un libro de 700 páginas es una provocación?
Respuesta. Diría que es más una opción. No me interesa provocar a nadie, pero dadas las circunstancias que comentas, me pareció que había que hacer un gesto en este sentido. A mí siempre me gustaron los libros largos, que te abducen y te reclaman. O, como en este y otros libros míos, te advierten, de entrada, para que sepas dónde te metes. Y si no te gustan, el mundo es muy grande y los estantes muy amplios.
»Sí hay, es cierto, una apuesta por mi parte: el único lugar donde se puede rendir batalla en igualdad de condiciones ante el bombardeo audiovisual es en la búsqueda de un estilo.
P. Pero sí se enfrenta a quienes critican los textos “complicados” y “excesivos”, o sea, aboga por no ponérselo fácil al lector. ¿La mejor manera de respetarlo es no pensar en él cuando está escribiendo?
R. En realidad, yo siempre tiendo a pensar que mi lector es un poco más inteligente que yo. Lo cierto es que leer es muy complejo. Hay muchísimas combinaciones de signos diferentes que te entran por los ojos, llegan a la cabeza y se convierten en imágenes.
P. Percibimos también un desapego hacia las obras demasiado confesionales. ¿Hay alguna correspondencia entre el auge de la autoficción y la idea de que vivimos en tiempos cada vez más ensimismados?
R. Si vamos al fondo, todo el libro sería autoficción porque surge de dentro. Pero salvando las enormes distancias, querría honrar autoficciones como el David Copperfield de Dickens, el Martin Eden de Jack London o En busca del tiempo perdido de Proust. Incluso, más recientemente, Los destrozos de Bret Easton Ellis. El libro se nutre de un montón de episodios y situaciones muy cercanas a mí, pero limitarme a contar lo que pasó me parecería muy poquita cosa.
P. Además, parece que quería resaltar la idea de la corrección en la escritura, un acto que se extrapola a la labor del editor en las figuras de los padres de Land, el protagonista. Pero lo que parece imposible reescribir es la memoria.
R. Sí, pero lo cierto es que todo es memoria desde el momento en que tecleas la primera frase, porque inmediatamente ha empezado a formar parte del pasado. Y es una memoria que se reactiva cada vez que el lector abre el libro y empieza a leerlo. Todo queda atrás, pero no hay nada más interesante que el ejercicio de la memoria. Una vez me dijo Martin Amis que a los 60 años se te abren las puertas del pasado. Tal vez porque tu futuro es cada vez más breve y tu pasado cada vez más amplio, surge una especie de curiosidad por lo que te pasó, lo que te dejó de pasar o lo que te podría haber pasado.
"El único lugar donde se puede rendir batalla ante el bombardeo audiovisual es en la búsqueda de un estilo"
P. ¿Qué beneficios y qué limitaciones le ha reportado la voz del narrador equisciente, ese que solo conoce los pensamientos e intenciones del personaje al que pone el foco? Land, además, se revela como su otro yo...
R. Es interesante el juego del autobiógrafo de otros, ¿no? Contarlo desde afuera, como si no fuera él mismo. Esto puede sonar muy pedestre, pero yo me divierto mucho escribiendo. En los problemas con los que me voy encontrado no hay trauma ni frustración ni impotencia, sino todo lo contrario.
P. Por cierto, Land pretendía ser lector antes que escritor. ¿Cómo se relaciona usted con ambas actividades?
R. No soy de estos que escriben o leen un número de páginas cada día. Cada vez que intenté algún tipo de disciplina, nunca avancé demasiado. Hay días que son muy productivos y otros que no, pero tiendo a pensar que en esos días inocurrentes te cargas de combustible para encarar los días donde te pasa de todo.
P. Es curioso, porque por la extensión de sus libros muchos pensarán que la disciplina es para usted innegociable.
R. Pues no, pero ¡ojo! No me siento a esperar que llegue la inspiración. Tampoco he padecido el bloqueo del escritor ni el miedo a la página en blanco. Lo que me da miedo es la página que escribí el día anterior y al releerla me parece mala (risas). Creo que este libro no es un caos indisciplinado, sino que tiene una estructura y responde a ciertos condicionamientos que yo mismo impuse. Aunque no de un modo castrense, claro.
"Siempre tiendo a pensar que mi lector es más inteligente que yo"
P. Desde luego, esta obra desprende una absoluta libertad creativa. Aunque muchos crean que es un escritor total, ¿habrá quien piense que detrás hay una incapacidad para abordar un género concreto o contar una historia redonda?
R. Seguro. Incluso hay días en que digo: “Me gustaría escribir una novela decimonónica” (risas). Pero cada uno es como es y, como decía Henry James, trabajamos en la oscuridad y el resto es la locura del arte. No creo en la idea de ir yo a los géneros, sino más bien que vengan los géneros a mí. Yo ya tengo perfectamente claro cuál es mi tema: todos mis libros tratan sobre leer y escribir.
['El estilo de los elementos', la imponente fábula alegórica de Rodrigo Fresán]
P. ¿Siente entonces eso de estar escribiendo siempre el mismo libro?
R. Es que los escritores que más me interesan, como pueden ser Vila-Matas, Banville, Proust, Vonnegut, Cheever, Nabokov o Faulkner, siempre han hecho más o menos eso.
P. Es interesante cuando habla del estilo como “el idioma dentro de ese idioma” y que ese estilo puede ser distinto en función del libro que se aborde. ¿Pueden escribirse libros con distintos estilos sin perder el estilo propio?
R. No lo sé. Soy feliz prisionero de mi estilo porque creo que uno tiene que ser consciente de sus limitaciones. A estas alturas, no voy a poder escribir ciertas cosas, pero por suerte tampoco se me ocurren. En fin, me consta que tengo un estilo reconocible. Conversando una vez con Banville, le pregunté si para él era más importante el estilo o la trama. Me dijo que “el estilo avanza dando triunfales zancadas y la trama va por detrás arrastrando sus piececitos”. El gran desafío es que el estilo dé la vuelta para llevar en brazos a la trama.
“Más que la página en blanco, me da miedo la que escribí el día anterior”
P. Además de consignar los accidentes de la memoria, diría que ha pretendido registrar las fallas del pensamiento en el momento de conversar. ¿Hay una voluntad de dejar constancia de esa indeterminación, tan propia de la comunicación oral?
R. Claro, se trata de eso. Proust decía que su idea de la literatura era fundir los trastornos de la memoria con las intermitencias del corazón. Si todo fuera exacto, estaríamos simplemente reproduciendo la realidad. Entonces sí que sería todo autoficción en el peor sentido de la palabra.
P. Por cierto, ¿qué hay de la infancia? La encara desde la confusión y el desconcierto de los niños, un enfoque muy alejado al del paraíso idílico.
R. Las partes del libro que te parezcan más extrañas probablemente sean las más reales. Por ejemplo, que estuve durante dos años sin ir al colegio sin que mi padre se diera cuenta (risas). Sin embargo, no tengo un recuerdo traumático porque me pasaron demasiadas cosas. Eso sí, todo está recreado. Hay personajes que son un composite de muchas personas que conocí. Nadie es exactamente quien es en el libro.
P. A propósito, los autores que desfilan por el catálogo de Ex Editors conforman una tipología muy divertida: la del best-seller, el escritor maldito… ¿Cómo querría ser recordado por Land si hubiera formado parte de ese sello?
R. Buena pregunta… Nunca lo pensé y me inquieta, así que lo olvidaré inmediatamente (risas). No lo sé, creo que el recuerdo de uno mismo no le corresponde a uno. Quiero decir que ahí están los libros que he publicado. Que cada cual haga lo que quiera con ellos. La idea de la posteridad es absurda porque es ajena, aunque tenga que ver con uno. No se experimenta, igual que no se experimenta la muerte.
"Hay ciertas cosas que ya no voy a poder escribir, pero por suerte tampoco se me ocurren"
P. Incluso viene a sugerir que en este presente tan preocupado por el futuro nos hemos echado en manos de la tecnología para vencer el miedo a la incertidumbre…
R. Sí, hay una especie de deformación en cuestiones como que se haya logrado convencer a la gente de que lo correcto es cambiar un teléfono cada dos años. Hay algo que no está del todo bien. Por eso insisto en que la literatura puede ser un buen refugio o un buen santuario contra tanto estímulo artificial.
P. Habla también del cuento como “un género más importante que el de la novela” en la Argentina de los años 70. ¿A qué cree que se debe la pujanza actual de las cuentistas latinoamericanas?
R. Para mí los libros no tienen sexo, ni edad ni lugar; son buenos o malos, no hay mayor misterio. Yo diría que siempre ha habido mujeres cuentistas en América Latina. Otra cosa es lo que el mercado español, que ahora es el centro de la industria editorial, haya decidido hacer en determinado momento. La verdad es que no creo que se esté haciendo justicia.
P. Lo que sí le habrá parecido significativo es el cambio de gobierno en Argentina. Esta obra no deja de ser una biopsia de su país en los años de su infancia y su adolescencia. Si echa la vista atrás para comparar, ¿qué le parece la llegada al poder de Javier Milei?
R. No suelo pronunciarme sobre esto porque no quiero presentarme de ese modo y, además, no tengo ese tipo de mirada sobre la realidad, que generalmente está peor escrita que la ficción. Además, la realidad para un escritor, en este sentido, puede ser un poco tóxica. No me interesa la idea del escritor politizado.