A finales de los años 30, con Europa a punto de lanzarse al abismo que fue la Segunda Guerra Mundial, el antisemitismo se propagaba por las calles de Nueva York mientras los alemanes inmigrados celebraban el ascenso al poder de Hitler. Hasta allí había llegado en 1925 desde Neuss, una pequeña ciudad del oeste de Alemana, Josef Klein, un hombre aficionado a las comunicaciones por radio, que trabajaba en una imprenta y vivía en un modesto piso de Harlem junto a un pastor alemán.
Tío abuelo de la escritora alemana Ulla Lenze (Mönchengladbach, 1973), sus habilidades técnicas, poco usuales en la época, pronto despertaron el interés de algunos hombres influyentes simpatizantes del nacionalsocialismo, que lo captaron para colaborar con el Estado germano. Fruto de aquel trabajo, fue encarcelado en Ellis Island y deportado a Alemania, antes de terminar su vida perdido en Sudamérica.
La historia de Klein nunca fue un secreto o un tabú en la familia de Lenze, aunque cuando, en 2014, la madre de la escritora le entregó la correspondencia entre él y su abuelo Carl, ella no conocía todos los detalles de la historia de aquel hombre de múltiples vidas e identidades que se hizo llamar Joe, Josef o José.
“Empecé a leer aquellas cartas con un interés meramente personal sobre mi familia, pero luego averigüé que había formado parte de la mayor red de espionaje que había existido nunca en Estados Unidos”, cuenta en una entrevista concedida a El Cultural.
Al compás de la historia
Seducida por aquel personaje que aprendió a moverse entre los difusos límites de la culpabilidad y la impunidad, y a partir de aquella correspondencia, una copiosa documentación y las imágenes que el propio Josef, aficionado a la fotografía, envió a su familia desde Sudamérica, la escritora volvió años después a aquella historia en El operador de radio, que ahora publica Salamandra, con traducción de Carlos Fortea.
“De él me sorprendió todo, la verdad. Aunque obviamente, por razones políticas, tengo una visión crítica de sus afinidades, era una de las pocas personas en la familia que era similar a mí en algunos aspectos, como en su gran gusto por los viajes. También me fascinan su idea de libertad y el desarraigo que sufrió”, comparte sobre este antepasado que, a juzgar por las cartas, siempre se mostró como un espíritu libre.
“Tenía algo que no coincide con nuestra idea de lo que era una persona nazi -continúa-. Es difícil valorar en la distancia hasta qué punto simpatizaba con la ideología nazi, pero en las cartas al menos parecía ser una persona muy cosmopolita y amable. También me sorprendió la ligereza con la que iba por la vida. Nunca formó una familia, fue un solitario que iba dando tumbos de un lugar a otro al compás de los vaivenes de la historia, que en el siglo XX fue muy turbulenta”.
Ser alemán en la Nueva York de los años 30
Para entender más profundamente la figura de Klein y los acontecimientos históricos de la época, Lenze realiza en El operador de radio toda una reconstrucción del clima social y político que se encontró su tío abuelo al llegar al continente americano a mediados de los años 20.
“En aquel entonces emigrar a Estados Unidos ya no era fácil -explica-. Es verdad que al principio había sido el país de la inmigración, pero entonces aquello había cambiado. No era ya el Estados Unidos donde todos podían vivir el sueño americano y hacerse ricos, pasar de lavaplatos a millonario”, resume.
“La vida era muy dura. En Manhattan había barrios pobres donde las personas vivían en condiciones muy adversas. Josef se encontró en esta situación, pero lo asumió, se formó como litógrafo y empezó a trabajar en una imprenta. Tenía una visión y una forma de vida minimalista. Simplemente intentó vivir con lo suficiente”, apunta Lenze.
En ese contexto, su nacionalidad tampoco ayudó demasiado. “En general los alemanes siempre habían sido bienvenidos, una gran parte de la población estadounidense tenía origen germano, pero, después de la Primera Guerra Mundial, se respiraba un ambiente hostil hacia ellos.
Aquello cambió algo en la década de los años 30. Cuando Hitler llegó al poder en 1933 los periódicos hablaban del hombre fuerte en Europa, que asumiría el poder en Alemania, de manera muy positiva. En esa época los alemanes que vivían en Estados Unidos lo vitoreaban”, cuanta con sorpresa la escritora.
La novela también analiza cómo en aquellos años surgió entre los emigrantes alemanes en el país “un nuevo sentimiento nacional. Es un fenómeno que se encuentra bastante a menudo cuando los que emigraron en su día se reconectan con su cultura de origen. Aún hoy en día en la calle 86 en Manhattan quedan vestigios de las tiendas y comercios con productos alemanes. No fue hasta finales de los 30, en concreto cuando Hitler declaró la guerra y atacó a Polonia, que se empezó a ver la realidad y volvió la hostilidad”.
La mayor red de espionaje de Estados Unidos
Fue en aquel ambiente de nuevo enrarecido, según cuenta en la novela la escritora, cuando el servicio de espionaje nazi contactó por primera vez con Josef en su trabajo en la imprenta para contratar sus servicios como operador de onda corta. Tiempo después, él se declararía inocente alegando que desconocía la verdadera identidad de aquellos hombres y que los mensajes que llegó a transmitir estuvieron siempre cifrados.
Pero de lo que no cabe duda es de que a Klein se le puede atribuir el dudoso mérito de contribuir con la red de espionaje más grande en la historia de Estados Unidos, en la que participaron un total de 33 miembros afines a la Alemania nazi, todos ellos declarados posteriormente culpables con una pena de más de 300 años de prisión.
A pesar de aquel impacto, poco se habló de aquello en los libros de historia alemanes. “Es gracioso, porque en Alemania hay un déficit de investigación sobre estos temas. A los historiadores les gustan los éxitos y desde el punto de vista alemán aquello fue un fracaso, al contrario que para los estadounidenses. En Estados Unidos supuso el primer gran triunfo del FBI, así que toda mi documentación procedió de allí”.
Condenado y deportado a Alemania, sobre el particular caso de su tío abuelo, “lamentablemente” no se sabe cómo lo vivió. “En el juicio se declaró no culpable, pero no le creyeron y lo condenaron. Yo tampoco le creo, la verdad, aunque me puedo imaginar que hubo bastante ingenuidad al principio. En mi novela, Josef no quiere participar en política, sino que simplemente quiere vivir su vida. Pero es algo que no funcionó entonces y que no funciona hoy en día, porque somos políticos, no podemos mantenernos al margen. Es un error. Él no se supo mantener al margen lo suficiente y acabó en esta red de espionaje donde lo instrumentalizaron. Pero él permitió que lo hicieran”.
La historia de Klein sirve para plantearse, además, el grado de responsabilidad de todos aquellos ciudadanos corrientes que, de manera consciente o no, terminaron contribuyendo de algún modo al nazismo.
“A nivel jurídico -responde Lenze- fue plenamente responsable, está claro. Pero a nivel moral o humano, la novela precisamente formula esta pregunta. No quiero disculparlo, simplemente quiero mostrar cómo funcionaron los mecanismos de este enredo, entender, pero sin mostrar comprensión. Esto es muy difícil, sobre todo, cuando hablamos de la memoria histórica del nacionalsocialismo. Es algo que se hace en muy pocas ocasiones. Pero es importante que lo analicemos, porque hubo muchos alemanes que colaboraron, y habría que preguntarse cuáles fueron las razones. Normalmente vemos solo los extremos. O bien a los que lucharon en la resistencia o bien a los criminales atroces. Y en ese contexto es fácil pensar que nosotros no lo hubiéramos hecho. Pero, ¿quién sabe si me podía haber pasado lo mismo que a Josef, bajo las mismas condiciones, sin dinero, y en una situación de desarraigo parecida a la suya?”.
La radio, precursora de internet
Más allá de las conjeturas, lo cierto es que Josef Klein accedió a transmitir mensajes cifrados e, incluso, fue el artífice de la construcción de un aparato de radio que los nazis más tarde utilizarían con fines políticos. El mundo de la radio, cuenta Lenze, no solo “es un mundo desconocido ya para nosotros, sino también una fase precursora de internet. Podías comunicarte con personas del todo el mundo, pero necesitabas los conocimientos técnicos. No era tan fácil y no había tantas personas capaces de hacerlo. La tecnología te permitía ampliar el mundo en un instante”.
Ahora bien, en relación con América, no tuvo ninguna repercusión. “Por suerte, consiguieron pocos resultados. Por ejemplo, tenemos planos arquitectónicos del dispositivo de bomba, así se llamaba, que robaron y enviaron a Alemania. Es decir que averiguaron secretos industriales y económicos que luego pudieron transmitir a través de la radio. Pero los agentes alemanes no tuvieron mucho éxito en Estados Unidos, algo que tuvo mucho que ver con el hecho de que era muy difícil encontrar personas con esta formación técnica", valora la escritora.
"Tampoco podías formarlos en Alemania y luego enviarlos, porque había unas cifras de inmigración limitadas. Es decir que había que reclutarlos directamente allí. Josef Klein fue uno de ellos. En la novela describo también al resto. Eran agentes aficionados que no lo hacían nada bien. Imaginamos personas diferentes, con más conocimiento, más peligrosos, pero no lo eran. La mayoría eran gente corriente que se vio implicada. De todas formas, por lo que pude investigar, tampoco Hitler estaba interesado en Estados Unidos, él estaba más centrado en Europa”.
Un final inacabado
El operador de radio es, además de una novela histórica sobre este hecho poco conocido, una historia de amor fraternal. Tejida a partir de la vida de Josef en Estados Unidos, Alemania y Sudamérica, “la relación entre los hermanos, Carl y Josef, encierra muchos interrogantes porque ellos tenían un carácter muy diferente, aunque durante décadas intentaron buscarse a través de su correspondencia -explica Lenze-. Eran un gran enigma el uno para el otro. Carl, que había perdido un ojo en un accidente, nunca pudo obtener el permiso para emigrar a Estados Unidos y toda la vida sintió celos de Josef por eso. Mi abuelo fue un hombre de negocios responsable que mantuvo a su familia durante la guerra. Él creía que lo hubiera hecho mejor que su hermano, que, desde el punto de vista burgués, no había conseguido casi nada, más bien lo había perdido todo”.
De hecho, tras ser deportado de Estados Unidos, Josef convivió algún tiempo en Neuss en la casa familiar de su hermano. Pero aquella no era vida para Klein, que pronto decidió partir de nuevo, esta vez hacia Sudamérica.
“En la novela -matiza Lenze- quería permitirle una nueva vida a Josef, pero no puede haber un final feliz para él. Para el Josef histórico sí. Él tuvo siempre claro que Alemania después de la guerra no era país para él y emigró a Sudamérica. Allí, la ideología continuó. Los nazis en el exilio siguieron aferrados a la idea de que aún podían alcanzar la victoria. Y él, de algún modo, aunque en las cartas se distanciaba de ellos, también estaba ahí en medio, y se acabó aprovechando de sus contactos nazis. En ese sentido, podríamos condenar este hecho, pero es que él simplemente era un hombre débil, no fue ningún héroe”.
Conocido ahora como José, Klein se instaló en Costa Rica donde, según investigó Lenze, se apartó de la comunidad alemana para vivir la vida libre que siempre había querido. Las últimas noticias de las que Lenze tiene evidencias datan de 1956. “Después no sé si intercambiaron más cartas. La última de la que tengo constancia es de 1978, cuando Carl falleció y Josef envió sus condolencias”. En el sobre, además, había una última imagen. “Era una fotografía suya con el pelo cano. Ya era un hombre viejo”.