Karine Tuil (París, 1972), reconocida escritora francesa, lleva ya trece novelas de éxito publicadas en su país. Su tema predilecto, auscultar la sociedad actual a través de unas historias que parten de situaciones y hechos reales. La autora aparece para la entrevista en el Instituto Francés de Madrid, elegante, pausada y silenciosa. Es evidente que no estamos ante un escritor amante de los focos mediáticos sino de una mujer con una larga experiencia intelectual y que siempre ha tenido claro su camino.
“La representación social es uno de los temas que abordo en mis novelas. Me pregunto qué puede llevar a la sociedad a exponer en las redes sociales una visión tan falsamente agradable y bella de uno mismo y de su vida, cuando bastaría con ser uno mismo”, afirma la autora.
Finalmente, y tras más de veinte años desde su primera publicación, la editorial Adriana Hidalgo se hace eco de sus palabras en español, publicando una aclamada novela, Las cosas humanas, que trata de una violación ocurrida en Estados Unidos en 2016 por un estudiante de Stanford. Novela que hace dos años ganó el Premio Goncourt des Lycéens, a Karine Tuil le ha gustado la elección de la traducción de esta obra, entre sus demás novelas.
“¡Me hubiera encantado ser publicada en España desde el principio! Siempre es una gran alegría para un autor ser publicado en otro idioma. Pero es verdad que tengo una relación particular con este libro, por dos razones. La primera es porque trata el tema del consentimiento sexual. La segunda, porque esta novela se convirtió rápidamente en Francia en un tema de debate en las familias y eso, para mí, es la función primordial de la literatura”.
Pregunta. Su novela Las cosas humanas parte de un hecho real llamado el “caso de Stanford” que tuvo una repercusión enorme en 2016, en Estados Unidos. Ocurrió unos meses antes del fenómeno MeToo, que desencadenó una serie de testimonios de mujeres sobre abusos sexuales. Dentro de esa misma línea, ¿qué repercusión tuvo su libro?
Respuesta. Desde el fenómeno del MeToo asistimos a una verdadera revolución y liberación de la palabra. Evidentemente, mi novela causó impacto sobre todo por el tema de la violación tan acorde a todo lo que estaba sucediendo. También por el caso de Strauss-Kahn, al que hago referencia. Es una obra que ha sido leída por los jóvenes, pero también por sus padres e incluso sus abuelos. De repente, se convirtió en un tema de debate en el seno de las familias. Y es justo la concepción que siempre me he hecho de la literatura, un espacio de transformación social.
P. De hecho, su personaje Alexandre, como Strauss-Kahn, es arrestado en el momento de subir al avión en dirección a Estados Unidos. Pero hablando del caso de Stanford, que es el que usted retoma en la novela, ¿qué fue exactamente lo que llamó su atención?
R. Ese día, leo la noticia, la acusación, el juicio contra este estudiante americano. El veredicto fue, no sé si lo recuerda, seis meses de cárcel entre los cuales tres de arresto total. Finalmente, la ola de indignación por las calles entre las mujeres que no entendían ese veredicto tan leve. Hasta aquí, todo previsible. Pero no fue eso exactamente lo que despertó mis ganas de escribir sobre el tema. Lo que más me sorprendió fue un correo que escribió el padre del violador al juez en el que le decía: “No se puede destruir la vida de mi hijo, un hijo que lo ha conseguido todo, por veinte minutos de acción”. Esos “veinte minutos de acción” fueron para mí el detonante. La justificación perfecta para lanzarme a escribir la novela.
P. En su libro, pone usted esas mismas palabras en boca de Jean Farel, el padre del agresor, un apuesto periodista que tiene un programa político en la televisión francesa desde hace cuarenta años, y cuya declaración en el juicio de su hijo será recogida y retransmitida por toda la sociedad francesa.
R. En esos “veinte minutos de acción” cristalizaban todas las incomprensiones existentes sobre el consentimiento y la violación. Para Jean Farel, el acto solo representaba veinte minutos de acción, cuando para la víctima constituía su vida rota. Yo conocía víctimas de agresión sexual, de violación y me daba cuenta perfectamente del impacto de ese acto. ¿Cómo un hombre podía decir que no eran más que “veinte minutos de acción”?
»A partir de ese momento, empecé a escribir, pensando adoptar el punto de vista de la víctima. Leí muchos testimonios, entrevisté a gente a mi alrededor hasta que me dije "qué extraño, no sabemos nada de lo que piensa un hombre acusado de violación". No hay nada en internet. No hay libros sobre su punto de vista. El único lugar donde tenemos acceso a ese pensamiento es en las vistas de los juicios. Y me di cuenta de que, en algún momento, el acusado iba a emitir su versión de los hechos. ¿Qué diría en su defensa? ¿Qué estaba pensando en esos momentos? Asistí en París, durante dos años, a los juicios por violación y al final, decidí adoptar el punto de vista de la familia del acusado.
P. Por eso el narrador parece no tomar parte por nadie, sino que “transcribe” de forma objetiva las declaraciones de cada personaje. Su libro está dividido en dos partes. En la primera, presenta a los personajes, esta familia Farel de perfecta apariencia. Jean, un conocido entrevistador político obsesionado por aparentar ser mucho más joven de lo qu ees. De setenta años, casado con Claire, ensayista, defensora feminista, treinta años más joven que él y con quien tiene un hijo. Alexandre es un brillante estudiante en Stanford, de 21 años. El juicio por violación de este joven impecable es el tema de la segunda parte de Las cosas humanas.
R. La verdad es que no sabía cómo enfocar la historia. He dudado mucho sobre la dirección que debía tomar la novela. Cuando empecé a asistir a las vistas, a escuchar los juicios por violación, entendí la perspectiva que debía adoptar. En esos pleitos a los que asistí durante dos años, me puse en la piel de los miembros del tribunal del jurado. No sé si ocurre lo mismo en España, pero en Francia hay un presidente del tribunal jurado y este está compuesto por gente, como usted y como yo, personas elegidas al azar, que deben asistir a toda la vista y al final votar por la culpabilidad o no del sospechoso. Es una gran responsabilidad la que tienen, ya que no son juristas.
»Los momentos que estaba en la sala, como simple espectadora, me metía en la piel de estos miembros del jurado y me preguntaba a mí misma si realmente pensaba que el sospechoso era culpable o no. Y es lo que he querido contar en la novela. Tomar esa perspectiva para que el lector se pusiera en la posición de esos miembros del jurado.
»En todo momento busco que el lector se interrogue. Que al escuchar a los personajes se diga "ahora entiendo a Claire, a Jean, comparto las ideas de Alexandre o siento el miedo de Mila". Que en todo momento sea llevado de una perspectiva a otra, de un punto de vista a otro. Me encanta que sienta ese dilema total.
P. ¿Por eso no tenemos, en ningún momento en la novela, la escena de la violación sino los relatos que hacen de ella, los unos y los otros?
R. Exactamente. No hay verdad afirmada. La única verdad es la del veredicto judicial que emerge al final de la vista. Quería que el lector se hiciera él mismo las preguntas, y tuviera las mismas dudas.
P. ¿Piensa que la literatura es el espacio del cuestionamiento humano sobre su sociedad?
R. Sí. El espacio de la literatura es el lugar del conflicto, de las dudas, en el que el ser humano se cuestiona sin cesar.
P. Usted que es jurista de formación, ¿cuándo y por qué empieza a escribir? ¿Piensa que la literatura es el mejor medio para hacer entender a la sociedad este acto de barbarismo?
R. ¡En realidad soy escritora por vocación y me volví jurista por accidente! Siempre he querido escribir. Mis padres me obligaron a tener una profesión, digamos “al uso”, y escogí derecho, un poco por azar. Escribía en paralelo. Mi primera novela con 19 años, que no fue publicada. La segunda con 21, que tampoco fue publicada y, finalmente, mi tercera novela salió a la luz cuando estaba ya terminando mi tesis doctoral. Abandoné la tesis y mis estudios de derecho. Sin embargo, jamás me arrepentí de todos esos años. El derecho es una profesión que te permite pensar la sociedad. Estructura tu mente. Es una mecánica intelectual muy interesante para un novelista ya que existe ese principio de la contradicción. Es muy democrático. En derecho uno puede abordar cualquier tema sin la menor reserva.
P. Usted es conocida en Francia por ser una escritora que trata sin tapujos los temas más controvertidos. Desde las familias reconstituidas, al machismo social, las injusticias laborales, la repercusión de las redes sociales, la violencia. ¿Se siente optimista con su sociedad?
R. Tengo ganas de ser optimista ya que creo firmemente en la fuerza de la juventud. La sentí vivamente durante la promoción de Las cosas humanas, al visitar a los alumnos de varios colegios. Y, últimamente, he animado un curso de escritura creativa en la Universidad de París SciencesPo con jóvenes de 22 años que me parecieron inteligentes, sensibles, tremendamente preocupados por el devenir de la sociedad, las cuestiones de la igualdad, de ética o del cambio climático. Cuando veo su fuerza, soy optimista. La misión de mi generación es transmitirles las armas y la confianza. Por eso, como escritora pienso en la literatura como un arma. Incitarles a leer es para mí una manera de conservar este optimismo.
»Considero que se puede transformar a la sociedad a través del debate, de la palabra y del intercambio. Lo que me vuelve pesimista es la ausencia de debate. Es decir, una sociedad, que promueve Instagram o cualquier red social en la que cada uno defiende su campo sin la menor complejidad.
P. El tema principal de Las cosas humanas es el consentimiento. La diferencia de interpretación del acto de violación, desde la mirada masculina y desde la femenina. ¿Qué diría usted sobre la ley española votada en esta legislatura del “Solo sí es sí”?
R. La pregunta del consentimiento sexual es mucho más compleja que un simple “sí”. No conozco esa ley suficientemente. Pero fue en las vistas en Francia cuando descubrí el problema principal, el de la conmoción. La víctima, que está en estado de shock total, es incapaz de emitir palabra. Su cuerpo, su mente, se quedan bloqueados, como en pausa.
»De hecho, mi temor hoy en día es diferente a esa ley y es que se pretenda controlar todo. El deseo, el amor, está más allá del control. Sería un error querer encorsetarlo, encuadrarlo, amordazarlo con esas afirmaciones, porque va en contra de la naturaleza. Temo un efecto adverso, es decir un desarrollo de la pulsión, un paso al acto de mayor brutalidad.
»Cuando se lee el caso en mi novela, desde la perspectiva de Mila, se descubre una violenta violación. Pero cuando se escucha el relato de Alexandre, se tiene la impresión de que su sexualidad es libre, que ha creído tener una relación normal de una noche con una chica de su tiempo y de su edad, después de una fiesta. Cuando la realidad, para ella, fue bien diferente.
»Simone de Beauvoir en su libro La fuerza de la edad habla de un episodio en el que la narradora sospecha una violación. A pesar de ello, explica que prefiere seguir su vida con total libertad, no depender de una mayor seguridad y seguir confiando en los demás.
»Creo que el temor, la sospecha, es la tendencia de la sociedad actual. Y, lo siento, me parece más efectivo educar. Concentrarse en cómo cambiar los códigos culturales, la manera de pensar, en vez de elaborar leyes demasiado represivas o encorsetar al ser humano. Sabemos que, en la realidad de los hechos, nunca ocurre así. Nadie dice “sí, consiento” o “no, no consiento”. El “no” es complicado porque se tiene miedo. Pero el “si” también rompe el ímpetu del deseo.
»Cada uno tiene su verdad y cito la frase de Nietzsche que dice que no existe una "verdad" sino una pluralidad de enfoques sobre las cosas. “No hay hechos, sino interpretaciones”. Cada uno defiende su propia visión de las cosas.