Jesús Carrasco (Olivenza, Badajoz, 1972) mantiene vivas las inquietudes temáticas y las pulsiones narrativas con las que deslumbró en Intemperie (Seix Barral, 2013), uno de los debuts más exitosos que se recuerdan en la ficción española de los últimos años. La naturaleza y, en general, lo rural casi como una ideología de vida es la mecha que ha seguido encendiendo cada una de sus novelas posteriores; lo que ha cambiado en las dos últimas es el punto de vista narrativo, según el propio autor reconoce a El Cultural.
Si en Llévame a casa (Seix Barral, 2021) sería un regreso al municipio en el que creció, Torrijos (Toledo), el detonante de un conflicto interior del protagonista derivado de la muerte de su padre y la enfermedad de su madre, en su nueva novela, Elogio de las manos (Premio Biblioteca Breve), el motor de la trama será la llegada del narrador, junto a su familia, a una casa prácticamente en ruinas.
De nuevo las relaciones entre individuos arraigados a las formas de vida popular determinarán la peripecia narrativa, pero en el corazón de esta novela hay dos arterias centrales: por un lado, la defensa de las labores que se hacen con las manos —acondicionan la casa ellos mismos—; por otro, la reflexión profunda acerca de la provisionalidad a la que nos aboca el sistema capitalista: su nuevo hogar, ubicado en un entorno natural, será tarde o temprano demolido para construir un hotel y pisos turísticos.
El hecho de que la familia que lo habita sea consciente del desenlace reviste de interés un planteamiento que se cohesiona, entre otros muchos atributos, con excelsas digresiones y numerosas referencias a otras obras, como si la lectura fuera indisociable de la propia vida. Menos cruda y más doméstica, esta novela insiste, como venía siendo habitual en su obra anterior, en descripciones detalladísimas —casi quirúrgicas— de los espacios, los objetos y cada una de las muchas actividades que se consignan: soldar el hierro, ordenar un almacén, herrar a un caballo…
Bajo la reivindicación del aprovechamiento de los recursos, idea que entra en colisión con el empleo del tiempo, o el respeto por el ámbito profesional especializado, subyace un estilo sinestésico y divagatorio que, por ejemplo, le lleva a detenerse durante un capítulo completo en el aterrizaje de unos buitres. El compromiso con la precisión para designar todo cuanto acontece en el relato sigue siendo uno de los principales activos de su escritura, emprendimiento que ha encontrado un nuevo cauce. "Intento fijar mi mirada cada vez más en los lugares cercanos y extraer de ahí la literatura", desliza.
Pregunta. En la última entrevista con El Cultural reconocía haber leído El artesano, de Richard Sennett, una reflexión sobre la materia y el hecho de trabajar con las manos. Es inevitable establecer el paralelismo con esta novela.
Respuesta. Esa lectura forma parte del proceso de documentación del libro y fue clave para entender muchas cosas y fijar gran cantidad de conceptos, pero la idea es muy anterior. Hace unos ocho años tengo recuerdo de hablarlo con algún amigo. Con esa idea empiezo a tomar notas sobre todo aquello que me interesa. En aquel momento pensaba que iba a escribir un ensayo, pero luego me sentí incapaz de hacerlo, no tenía sentido. La escritura fue mutando y tomando una forma narrativa.
[Jesús Carrasco gana el Premio Biblioteca Breve con 'Elogio de las manos']
P. A propósito, Elogio de las manos tiene un cariz ensayístico, por más que sea una novela.
R. No me atrevería, porque el ensayo es un género, como la poesía, que me produce mucho respeto. Más bien diría que es una divagación: el pensamiento más o menos orientado de alguien interesado por un asunto que practica, pero sobre el que no puede sentar cátedra. De lo que hablo en el libro es de mi experiencia personal sobre algo concreto. Eso lo puede separar un poco de la ficción pura. Desde luego, no falta reflexión ni referencias a distintos autores y autoras. El libro tiene la voluntad de profundizar sobre la materia. No es una mera narración, sino que hay un impulso meditativo.
"El Carnaval de Cádiz es la mejor fiesta popular española que conozco, no se tiran cabras desde los campanarios"
P. Es su novela más biográfica, aunque en Llévame a casa ya advertíamos ese nuevo registro en su literatura. ¿A qué se debe ese proceso por el cual sus libros se están volviendo más confesionales?
R. En realidad, yo no pretendo que mi vida sea un material narrativo. De hecho, no he querido desvelar nada de mi interioridad, pero al mismo tiempo me he descubierto a mí mismo como un punto de vista que me interesa a la hora de narrar. Soy yo el sujeto que vive, que experimenta, que percibe, que lee, que se moja, que acierta y que se equivoca. Con el paso de los años, y también de muchos fracasos, uno empieza a confiar más en uno mismo y en que aquello que ve también pueda ser un material interesante para los demás.
»Esa confianza no tiene nada que ver con el dominio de la prosa o las técnicas narrativas, sino con la perspectiva. Forma parte de una maduración como escritor. Una vez superada la fase técnica —ser capaz de escribir correctamente y con cierto poder—, lo mejor que puede aportar un escritor al mundo es la mirada. Quizá por eso, y aunque no deje de ser un autor de ficción, en mis dos últimas novelas el narrador está tan cercano a mi vida.
P. También hay mucho más humor en esta novela…
R. Es que yo tengo bastante sentido del humor, aunque tenga una apariencia seria y a veces un poco siesa. Es porque la vida pública me impone respeto. Y también el humor como disciplina. Yo no soy humorista ni cómico, pero tengo un espíritu juguetón. Acabo de volver hace dos semanas del Carnaval de Cádiz y me lo he pasado pipa. Me he reído a carcajadas, hasta el límite de que a las 3 de la mañana ya no me hacía gracia nada porque estaba agotado de reírme.
"Mi objetivo es escribir comedia en el futuro, sería mi gran reto literario"
P. No conocía esta afición suya.
R. El Carnaval de Cádiz es un homenaje a la palabra, así que para un escritor es una delicia. Para uno aficionado al humor como yo, es un paraíso. Y no solamente fui a reírme; también a maravillarme con los textos y la agudeza y la mala baba y el filo de algunas chirigotas. Me embelesa el ingenio humano y en Cádiz se ve clarísimamente. Es la mejor fiesta popular española que conozco. No se tiran cabras desde los campanarios, aunque eso ya pasó, pero tampoco otras cosas salvajes. No hay ningún tipo de maltrato, salvo si eres Froilán [el primogénito de la infanta Elena de Borbón y de Jaime de Marichalar, cuarto en la línea de sucesión al trono español, ha sido una de las dianas más recurrentes en las coplas de este año] (risas).
[Carnaval de Cádiz: así fue como las coplas del pueblo se impusieron a las fiestas de la burguesía]
»Bueno, ese humor que aparece últimamente en mis novelas también tiene que ver con esa confianza de la que hablaba. Yo veo las cosas de un modo profundo, pero también de un modo ligero. De hecho, mi objetivo en un futuro es escribir comedia. Para mí sería el gran reto literario.
P. "Una puerta que roza, una ventana que no abre, una gotera. La cisternilla del baño que no ajusta bien, el termo de agua que no calienta lo suficiente", leemos. Esa idea de la imperfección podría revelarse como el motor de la literatura. ¿Se escribe porque el mundo es imperfecto?
R. Pues yo creo que sí. Un escritor no puede limitarse a certificar lo que hay. Se escribe para completar la realidad, pero también se lee para lo mismo. No tengo la capacidad de experimentar todas las vidas que me gustaría y por eso leo. Pero creo que cualquiera percibe esto. Me parecería muy pueril imaginarme a un ser humano que conciba la vida como algo acabado, sobre lo que no se puede actuar. La vida es exactamente eso: transformar lo que te rodea, intentar ser mejores, evolucionar…
"Se puede averiguar mucho sobre la sociedad en la que vivimos a través de un grifo que gotea"
»Yo desde luego escribo desde esa perspectiva. Y me interesa mucho, literariamente, mirar hacia lo que no funciona bien. Y, más particularmente, a lo que no se le presta mucha atención porque está muy cerca. Esto me interesa cada vez más. Se puede averiguar mucho sobre la casa y sobre los que la habitan, incluso sobre la sociedad en la que vivimos, a través de un grifo que gotea.
P. ¿Se ha perdido la labor de artesanía en el arte?
R. Supongo que te refieres, por ejemplo, a la inteligencia artificial, que amenaza con suplantar la creación humana. Yo estoy tranquilo. Creo que seguiremos haciendo arte, emocionándonos los unos a los otros, y que ese sarampión pasará y nos daremos cuenta de que lo que necesitamos es el punto de vista de una persona. La imagen que pueda crear la inteligencia artificial de las imágenes me da igual si lo comparo con lo que hace Oteiza, Chillida, Ibarrola u otros pintores y escultores que me gustan. Me interesa la conexión entre la obra y el tiempo en el que vivieron. Eso no me lo puede dar una inteligencia artificial.
»La literatura, según mi experiencia, sigue siendo un oficio eminentemente artesanal. Las estrategias y las técnicas que se emplean para sacar adelante un libro requieren de argumentos muy contraculturales y atributos que no son precisamente los que brillan en la sociedad: tiempo, paciencia, capacidad para soportar el fracaso… Además, hay fases en la escritura que se asimilan mucho a ciertas artesanías. Por ejemplo, se acaba una novela como se acaba un mueble: lijando y puliendo cada vez más fino hasta que dejas una superficie en la que no haya discontinuidades.
P. "No hay nada más definitivo que algo provisional", leemos también en esta novela. Esta frase, de naturaleza paradójica, denota un síntoma de nuestros tiempos. ¿Por qué nos hemos abandonado a la provisionalidad? ¿Quizás la propia incertidumbre de un presente tan volátil nos ha empujado hasta aquí?
R. Efectivamente, ya no nos compramos una casa para toda la vida, los muebles no duran toda la vida, ni la ropa… Pero al mismo tiempo nos incomoda esa de idea de lo provisional. Es paradójico, sí, y tiene mucho que ver con el modo en que hemos desarrollado nuestra civilización. El capitalismo impone el ritmo alto de la producción y el consumo, pero ya sabemos que esta idea se fundamenta en un planeta que es finito.
»Ayer hablaba con un amigo que cada vez es más difícil, por ejemplo, pagar una casa. Esto tiene sus contradicciones y sus consecuencias porque impone a su vez más horas de trabajo y, por tanto, más desatención hacia la vida y el disfrute. Parece que todo tiene que ser productivo, que tenemos que aprovechar hasta el último minuto del día impelidos por este impulso. En el libro me rebelo contra esa idea y elogio la provisionalidad desde una perspectiva lúdica.
"El medio rural está abandonado en España porque el voto está muy disperso"
P. También diría que se rebela contra la gentrificación a través del personaje de Ignacio. ¿Pretendía denunciar este hecho o simplemente señalar una marca de nuestros tiempos?
R. En el libro hay una paradoja. Mi experiencia con Ignacio es personal porque esa familia que habita esa casa es mi familia. Al principio lo percibí como un personaje que tenía una visión absolutamente mercantil del espacio, pero luego me di cuenta, mientras vivía en la casa, que si no hubiera sido por su vista para los negocios nosotros no estaríamos llenando de vida y de alegría ese espacio. Ocupamos esa casa porque él nos lo permitió. Se podía haber comportado como el capitalista de chistera y puro y haber cerrado la casa a cal y canto. No lo hizo, así que, en cierto modo, este libro es una carta de agradecimiento a Ignacio. No pretendo impugnar todo el capitalismo, ni mucho menos.
P. En todo caso, ¿cómo se puede combatir este fenómeno?
R. Creo que la política es la única forma de contraponerse a esto: que las leyes y las administraciones protejan el legítimo derecho de los ciudadanos a vivir en sus barrios porque la riqueza de una ciudad no es solo patrimonial o monumental, sino que también es humana. El fenómeno es imparable porque parte del capitalismo, que basa su fuerza motriz en el beneficio. Mientras exista beneficio, existirá gentrificación. Yo vivo en un barrio del centro de Sevilla en el que cada vez hay más espacios ocupados por hoteles y apartamentos turísticos. Si dejamos la ciudad en manos de los hosteleros y del capital, estoy seguro de que al final sobraremos los vecinos. El problema es que siempre hay una promesa de riqueza.
[La alianza del hombre y la tierra, germen de una nueva literatura rural]
P. ¿Y está siguiendo la huelga de agricultores? ¿Tiene una opinión al respecto?
R. No sé cuál de los tractoristas está legitimado para defender su postura. Y, desde luego, no apoyo ninguna protesta violenta, eso lo tengo claro, pero sí tengo una percepción muy nítida del medio rural español. Tengo la certeza de que está absolutamente abandonado por un motivo muy sencillo, y es que el voto está muy disperso. Hay caladeros de votos muy poco rentables para los políticos en el medio rural español. No hay, por tanto, inversiones ni oportunidades para que los jóvenes se queden, y sí hay una población muy envejecida. Si encima dedicarte a la pesca, la agricultura o la ganadería cada vez es más difícil porque el propio sistema de la industria alimentaria lo hace cada vez más precario, me parece que lo raro es que no hayan protestado antes.
"Lo raro es que los agricultores no hayan protestado antes"
»O sea, la ciudad necesita al campo para vivir, pero ¿luego no quieres saber nada de ellos salvo para ir allí los fines de semana? Aunque no sea rentable en lo estrictamente económico, lo apropiado y digno sería que también financiemos buenos servicios de salud, que protejamos el patrimonio y que invirtamos en el medio rural para que pueda haber fijación de la población. El problema de los agricultores creo que es más complejo que esto, pero creo que este sería un primer paso importante.
P. ¿La pandemia ha sido determinante para que empecemos a superar el estigma de la violencia y el analfabetismo a la hora de referirnos lo rural?
R. La pandemia ha servido para impulsar una visión que ya se venía fraguando. Muchos habitantes del medio urbano han decidido marcharse al rural, a veces de una manera no premeditada. Aunque en realidad, eso da igual. La romantización del medio rural me parece bien si eso anima a una mirada que antes ni siquiera existía. La representación en la cultura era muy escasa. Ahora sí sabemos que hay agricultores que trabajan en el campo y nos proveen de alimentos.
»La pandemia, efectivamente, nos ha ayudado a percibir más aquello que tenemos cerca: la casa que habitamos, el alimento que comemos, quién lo produce, quién nos atiende en el supermercado… Creo que hay un estado de sensibilización mucho mayor, pero todavía queda mucho por recorrer. Esto tiene que contribuir a que se disuelva esa imagen de la España negra y oscura de Puerto Hurraco, que parece que solo ocurren crímenes en el medio rural.
P. A propósito del sueño con el Premio Nobel [un pasaje de la novela en clave jocosa], ¿sueña con la gloria literaria?
R. Te podría decir que no pienso en los premios, pero te mentiría. Lo que sí te diría es que no me quitan el sueño. Claro que me gusta el reconocimiento, pero no hago demasiado por estar en ese lugar. Si llega, bien; si no, pues bien también. Te puedes imaginar que estoy enormemente satisfecho. Puedo dedicarme a esto, y eso es algo que no muchos escritores pueden decir en este país.