'Nos vemos en agosto': crítica del libro póstumo que el propio García Márquez quería destruir
El Nobel vuelve a uno de los asuntos sobresalientes de toda su obra, el amor, en una novela sobre el empoderamiento de una mujer independiente.
12 marzo, 2024 01:38La casualidad ha querido que en poco tiempo reciente se hayan descubierto obras desconocidas de autores relevantes fallecidos. Ha ocurrido con las de Manuel Vázquez Montalbán Los papeles de Admunsen (Navona, 2023) y del narrador vasco Ramiro Pinilla El hombre de la guerra (Tusquets), dos valiosas novelas que andaban en sus respectivos archivos terminadas y listas para la imprenta. Algún parecido con ambos casos, pero también notables diferencias guarda la narración inédita de Gabriel García Márquez (Colombia, 1927; México, 2014) En agosto nos vemos.
Ya se conocía fragmentariamente y además el autor se oponía a que viera la luz. Sus hijos confiesan su "sentencia final" en el prólogo al texto: "Este libro no sirve. Hay que destruirlo". Los descendientes, a pesar de apreciar baches, pequeñas contradicciones e imperfecciones, han permitido la publicación porque han antepuesto el placer de los lectores a los defectos. Y han hecho bien, aunque se trate de una obra menor.
García Márquez escribió este breve relato aquejado por la pérdida de memoria de sus últimos años. Ello dio lugar a un proceso de redacción laberíntico que Cristóbal Pera, 'editor' del original, detalla en las páginas finales del volumen. El autor llevó a cabo muchos cambios en el manuscrito original, hizo varios borradores con correcciones y dictó a su secretaria enmiendas abundantes hasta última hora.
Las diferentes versiones indican los titubeos del escritor. Por cierto, la editorial tendría que haberle impedido al mencionado Pera ditirambos y arrebatos infantiles que a nadie le importan nada.
En agosto nos vemos cuenta la historia de Ana Magdalena Bach, quien todos los años viaja en dicho mes a una innominada isla del Caribe mexicano para llevar gladiolos a la tumba de su madre. No pudo estar presente cuando la enterraron y desde entonces repite ese rito. En una de las ocasiones se dejó llevar por el pronto de seducir a un desconocido y en una noche de absoluta pasión se sintió liberada de la rutina matrimonial.
García Márquez escribió este breve relato aquejado por la pérdida de memoria de sus últimos años
Durante doce meses aguardará la nueva conquista periódica. Pero no sale indemne de estas exultantes transgresiones, y el efecto de sentirse distinta que le producen se cobra el precio de la inestabilidad personal y de la conflictividad familiar. Así hasta que un día, tras una "última mirada de compasión a su propio pasado", decidió decir adiós para siempre a sus desconocidos de una noche.
Vuelve García Márquez en esta obra a uno de los asuntos sobresalientes de toda su obra, el amor. Lo enfoca sin el menor idealismo romántico y lo emplaza en el contexto de una doble dimensión, pasional, de explícito erotismo, y mental. A la vez, lo encuadra en las convenciones burguesas, una clase media acomodada y culta. Pero alérgico como era al retrato sociológico, deja el asunto en una estampa viva y compleja de las relaciones familiares, de los engaños, falsedades y sobreentendidos que marcan el matrimonio.
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Contrario también a añadir la menor carga moralista a sus historias, no ofrece lección alguna acerca de las perturbaciones que causa el amor y se centra en el motivo de la soledad. Tampoco propone aquí ningún mensaje y se ciñe a mostrar el empoderamiento y la determinación de una mujer valerosa e independiente. La aproximación psicológica a Ana Magdalena y los apuntes en el mismo sentido sobre el marido y la hija suponen también una indagación leve en los misterios del alma.
La novela tiene una forma muy convencional: una acción continuada y progresiva que se permite algunas incursiones en el pasado. Desde el comienzo, suena a un relato tradicional, a un cuento de sucesos interesantes, lo cual se refuerza con los lecturas populares de corte comunicativo que le gustan a la mujer o le acompañan en su aventura anual (Drácula, literatura fantástica, la ciencia ficción de John Wyndham o Bradbury, pero también el Graham Greene de El ministerio del miedo, que la conecta con el tema de la culpa).
Mérito particular tiene el lenguaje. El estilo directo y nada barroco se galvaniza con adjetivaciones sorprendentes
Los viajes de Ana Magdalena se refieren con fluidez y habilidad, y la destreza del autor consigue que no se resienta el relato por su trama monótona. Aunque la idea que impulsa el argumento peque de reiterativa, en cada ida a la isla y vuelta a la ciudad se añaden pequeñas novedades que proporcionan suficiente variedad.
En todo ello se aprecia una notable capacidad inventiva. Y mérito particular tiene el lenguaje y su prosa eufónica. El estilo directo y nada barroco, de oraciones poco complejas, se galvaniza con plásticas imágenes y con adjetivaciones sorprendentes. En la creatividad del lenguaje se halla el factor que engancha de entrada al lector, por encima de las andanzas de la protagonista.
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El final de En agosto nos vemos resulta, sin embargo, fallido, como si el autor, por no saber bien qué hacer con la historia, la resolviera con un expeditivo descabello. No debo precisar más el desenlace en atención al lector, pero el realismo esencial del conjunto se despeña en lo absurdo e inverosímil. Se rinde al folletín. A pesar de tales reparos, habría sido una pena que un relato corto ligero y agradable, también a su manera serio y profundo, entre humorístico y patético, siguiera inédito.