El Premio Loewe de Poesía se ha convertido, durante la tercera década del siglo XXI, en un feudo latinoamericano. El mexicano Orlando Mondragón en 2021 y el cubano Reiniel Pérez en 2022 —el ganador más joven de la historia del prestigioso galardón— precedieron al último premiado, el argentino Diego Roel (Temperley, Buenos Aires, 1980), por su inspirado y reflexivo libro Los cuadernos perdidos de Robert Walser (Visor). El poeta recibe a El Cultural antes de recoger el premio, cuya dotación económica se ha elevado en esta edición a los 30.000 euros.
Aunque empezó a publicar hace casi una década, el lector español solo había tenido la oportunidad de acercarse a la poesía de Roel a través del poemario Andréi Rubliov, Premio Alegría 2020 del Ayuntamiento de Santander. Publicado en Rialp, el sello que edita a los ganadores del Adonáis, se trata de una inmersión en la obra del pintor ruso. En su nuevo libro, Roel va incluso más allá. Esta vez se desdobla en la figura de Robert Walser, autor suizo que escribió en alemán y fascinó a autores de la talla de Kafka o Elias Canetti.
Los hitos biográficos y las pulsiones literarias de Walser impregnan el poemario de Roel, que para el caso ficciona el hallazgo de unos textos perdidos del autor suizo. Es, sin embargo, el propio Roel quien allana la identidad de Walser para dar testimonio en estos poemas de sus precarios oficios —"mientras otros trabajan y ejercen / sus serias profesiones"— desde uno de los sanatorios en los que estuvo ingresado —"casi me he convertido en un fósil"—, para cantar al paseo, una de sus grandes aficiones, y sobre todo para abrazar su inclinación a las composiciones breves.
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Pregunta. ¿Cómo se da cuenta de que la obra de Robert Walser puede maridar con su poesía?
Respuesta. En 2022 una amiga, la poeta Alejandra Boero, me señaló una posible afinidad entre mi escritura y la del escritor suizo. Yo también soy un andariego, un hombre en constante movimiento. En Argentina me mudé muchísimas veces, casi compulsivamente. Y también soy un cultor del paseo, del arte del caminar: en mi ciudad actual, Posadas, no uso el transporte público, voy a todos lados a pie o en bicicleta.
P. ¿Qué rasgos son los que más le interesan de su literatura?
R. Robert Walser es un escritor imprescindible. No hace falta que yo lo diga. Ya lo dijeron Benjamin, Musil, Tucholsky, Hesse, Canetti, Seelig, Vila-Matas. Parece que Kafka, mientras paseaba con sus amigos, leía en voz alta pasajes de la novela Jacob von Gunten y se reía a carcajadas.
En su afán de invisibilidad, Walser achica su letra hasta hacerla prácticamente invisible
»Lo que más me interesa en él es su férrea voluntad de hacerse cada vez más pequeño. En su afán de invisibilidad, Walser achica su letra hasta hacerla prácticamente invisible (el tamaño de sus famosos microgramas es minúsculo). Personalmente, creo que el poeta tiene que tener una mirada microscópica, tiene que aprender a ver en lo pequeño y en lo débil cosas que nadie se atreve a vislumbrar. El poeta debería ser, usando palabras de Robert Louis Stevenson, como una flauta en la que toque cualquier viento.
P. ¿Siente que ha ido depurando su poesía hasta llegar a las formas breves que también practicara Walser? ¿Cuándo toma conciencia de esta vocación por lo conciso?
R. En la segunda parte del libro, "Escrito a lápiz", lo intento. Son veintidós poemas breves, algunos de una línea. Pero mi vocación por lo conciso viene de mucho antes, ya trabajé el poema breve en mi libro Kadosh (2015), por ejemplo, y en Andréi Rubliov (2020).
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P. ¿Teme que este desdoblamiento de identidades y esta relación tan intensa con su figura y su obra pueda apartar al lector de sus poemas?
R. No pensé en eso. No suelo pensar en esas cosas. Soy, en ese aspecto, demasiado walseriano.
"Cuando era chico dibujaba y pintaba, supongo que soy un pintor frustrado"
P. A tenor de su formación, ¿cómo se relaciona el lenguaje con las imágenes en su poesía? Diría que también en "Escrito a lápiz" hay muchas conexiones.
R. Estudié Historia del arte, sí. Hay una relación muy estrecha, en mi obra, entre el lenguaje y las imágenes. Ya trabajé la écfrasis en mi libro Andréi Rubliov. Cuando era chico dibujaba y pintaba, supongo que soy un pintor frustrado. Veo la vida con los ojos de un pintor, no puedo evitarlo. Cuando miro alrededor me pasa un poco lo que le pasaba a Joan Miró: "Lo que me interesa más es la caligrafía de un árbol o de un tejado, hoja por hoja, ramita por ramita, hierba por hierba, teja por teja".
P. ¿Recuerda el instante en que la poesía entró en su vida? ¿Con qué autores comienza su andadura como lector?
R. Sí, la culpable es mi abuela materna. Cuando yo tenía seis o siete años ella me leía los Salmos, el Libro de Job, el Cantar de los cantares. Y a Pedro Calderón de la Barca y a Lope de Vega. Y a Lorca (soy lorquiano hasta la médula). Yo no entendía mucho, pero algo prendió en mí, una especie de música, un ritmo. Y hasta los quince años fui un lector desaforado de La Biblia (lo sigo siendo).
»A los quince años también encontré en la biblioteca de mi colegio una antología de Raúl González Tuñón. Esa lectura fue fundamental para mí. Después vinieron Gelman, Orozco, Pizarnik, Madariaga, Juarroz... En esa época me hice amigo del padre de una compañera de colegio, Gerardo Burton, un excelente poeta, que me fue guiando y sugiriendo lecturas.
P. Después de casi una década, ¿se reconoce en el poeta de sus primeros libros?
R. Le tengo mucho cariño, todavía, a mi primer libro: Padre Tótem / oscuros umbrales de revelación (2004). Se va a reeditar este año en Argentina, en una editorial maravillosa que se llama El desenfreno. Me reconozco, sí. Aunque la voz de uno va mutando, buscando otros rumbos.
"Los libros de poesía en Argentina circulan contra viento y marea"
P. ¿Siente que la circulación de sus libros en España —creo que sólo ha publicado Andréi Rubliov en Rialp— ha sido mayor que los que se editaron en Argentina? ¿Espera que la distribución desde Visor le conceda mayor vuelo a su poesía?
R. No lo sé. Mis libros en Argentina han circulado como circulan los libros de poesía en Argentina. Contra viento y marea. Pero han circulado. Claro que editar en Visor le concede mayor visibilidad a lo que escribo. Igual, lo repito, no pienso mucho en esas cosas, soy irremediablemente walseriano.
P. A tenor de su propia experiencia, ¿cuál es la principal diferencia entre la edición en España y la de Latinoamérica? ¿Cuáles son las grandes distancias que nos separan?
R. No sé bien cuál es la diferencia. Me parece que en Latinoamérica todo es un poquito más difícil. Los costos de edición son altísimos. Cuesta editar y cuesta difundir. No sé exactamente cuál es la situación en España, supongo que ahora me iré enterando.
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P. ¿Cómo es la relación entre los poetas de habla hispana? ¿Se leen entre ellos? ¿Comparte afinidades con los poetas de su generación? ¿Le interesa algún autor español contemporáneo?
R. Comparto afinidades con algunos poetas argentinos, pero no sé si son, exactamente, de mi generación. Creo que no. No me gusta dar nombres, pero te puedo decir algunos: Valeria Pariso, Claudio Archubi, Lucas Margarit, Raquel Jaduszliwer, Diego Muzzio, Mercedes Roffé. Y admiro muchísimo a Inés Aráoz, una de las mejores poetas de Argentina y del mundo. De los españoles me interesan Antonio Gamoneda, Antonio Colinas, Jaime Siles, Olvido García Valdés, Juan Carlos Mestre, Aurora Luque, Marta López Luaces, Carmen Crespo, Ada Salas.
»Sinceramente, no sé muy bien qué escriben los poetas de mi generación, no frecuento ciclos de lecturas, ni festivales; vivo en Posadas muy walserianamente...