'El diablo mistral', un cuento inédito de Mar García Puig
Política y escritora, la filóloga barcelonesa firma este relato con tintes autobiográficos en el que una joven estudiante trata de enseñar inglés a una niña durante un verano.
23 marzo, 2024 02:15Entré a estudiar Filología Inglesa recién cumplidos los dieciocho años, cuando España empezó a venerar esta lengua como si en ella residiera el mayor secreto de la alquimia, y todo aquel que la dominara pudiera tocar oro. Yo en realidad quería estudiar Hispánicas, pues había quedado fascinada en el bachillerato por los místicos y me imaginaba desempolvando poemarios escondidos en algún monasterio castellano. Pero mis padres, como todo el país, habían despertado súbitamente al amor por los idiomas, y pensaron que de esta forma me salvaría de ser una poeta del hambre.
Con esta recién inaugurada fiebre colectiva, se impuso la moda de las au pairs, chicas extranjeras que, a cambio de alojamiento y una módica recompensa económica, cumplían con el sueño de las familias de tener institutriz nativa que hiciera de sus hijos unos perfectos bilingües. Y aunque yo había nacido y vivido siempre entre el Llobregat y el Besòs, unos amigos de mis padres que andaban impresionados con mis conocimientos me propusieron pasar con ellos y su hija de seis años un verano en la costa catalana.
La niña en cuestión se llamaba Elisenda y tenía los ojos más azules que he visto, o eso creo recordar. Me asombraron cuando me la presentaron en ese salón con vistas al mar y decorado con dos gigantes láminas de los girasoles y los lirios de Van Gogh. Estaba en el suelo rodeada de cuadernos, coloreando uno de ellos con tanta fuerza que pude escuchar nítidamente el sonido de las ceras contra el papel antes de que se pusiera en pie y me mirara con esos ojos pasmosos. La saludé con un “Hello” que delató la falsedad de mi acento, pero la madre no se percató de nada y, después de decir mi nombre, me dejó sola con Elisenda para que fuéramos conociéndonos.
[‘Samuel Pearce’, un cuento inédito de Carla Nyman]
Le pregunté cómo estaba, siempre en inglés, pero ella no hizo ningún esfuerzo por entenderme. Señaló las imágenes de los cuadros de Van Gogh colgadas en la pared, sus dibujos esparcidos por el suelo que intentaban imitar los trazos del pintor y me dijo con una sonrisa extremadamente abierta:
–¿Lo conoces? ¿Sabes que se suicidó?
–Yes –le contesté, consciente de que esa sería una de las pocas palabras que iba a enseñarle en esas semanas, pues yo carecía de la menor didáctica del idioma.
–¿Sabes por qué se suicidó? –me interrogó de nuevo, sin perder la sonrisa.
–Nice to meet you, Elisenda –le contesté, abriendo mucho la boca y a cámara lenta. – Repeat with me, “nice to meet you”.
Pero la niña ya estaba de nuevo en el suelo, garabateando sus girasoles y echando por tierra mis esperanzas en esa lección introductoria.
Elisenda mantuvo todo el verano esa vitalidad contagiosa y la misma poca voluntad por aprender inglés. Ella solo quería ir a la playa, pintar y saber por qué se suicidó Van Gogh
Elisenda mantuvo todo el verano esa vitalidad contagiosa que me mostró el primer día y la misma poca voluntad por aprender inglés. Ella solo quería ir a la playa, pintar y saber por qué se suicidó Van Gogh. No dejaba de preguntárselo a cualquier visita, a sus padres, a mí. Yo, además de sonreír, no sabía qué hacer. ¿Debía enseñarle a una niña de seis años a cuestionarse sobre las causas del suicidio en inglés? No me veía capaz de alimentarle esa curiosidad luctuosa, pero a la vez su constante repetición de la pregunta en español evidenciaba mi fracaso.
A fuerza de insistir, la gente le iba revelando algunos elementos de la vida del pintor. Un día me preguntó si yo creía que se había suicidado porque estaba loco. Al otro quería saber por qué nadie le compraba cuadros.
–Pobre, no tenía para comer, quizás se suicidó por eso.
“Maybe”, le respondí, lo mismo que cuando una tarde llegó de tomar un helado con sus padres rumiando si Van Gogh se había quitado la vida porque se había peleado con su mejor amigo.
–También era pintor –me confesó–, pero él sí vendía cuadros.
Recuerdo especialmente de ese verano el sonido del endiablado mistral que entraba por las ventanas junto con el de las ceras destripando los papeles sobre los que Elisenda trazaba girasoles y lirios. Sin perder nunca la sonrisa, con arena y sal entre su pelo despeinado, siempre cavilando sobre las causas del suicidio de Van Gogh.
['Escarnio', un cuento inédito de Jacobo Bergareche]
Yo sabía que a Van Gogh le molestaba mucho el viento y que le amargó sus años en la Provenza, pero no quise añadirle a Elisenda una variable más en su ecuación imposible.
No fui capaz de enseñarle nada más allá del típico “My name is” o un “How are you” pronunciado con una jota bien castiza. Pero a sus padres no parecía importarles. Tampoco les inquietaba demasiado la obsesión de la niña, y me miraban con cara de admiración cuando yo intentaba que Elisenda en lugar de “oreja” dijera “ear”, y me desvivía por reproducir esos sonidos vocálicos y que ella los imitara. Un día, mientras cavaban un pozo en la orilla, su abuela le contó que Van Gogh se cortó la oreja, y Elisenda dedujo que era así como se había suicidado. Pero no acababa de entender que alguien pudiera morir por esa razón.
–¿Cómo te vas a morir, si puedes seguir escuchando con la otra? –me dijo cuando volvíamos de la playa, extrañada.
A mí me fascinaba cómo una niña que aún no era capaz de entender por qué el cuerpo deja de vivir se desesperaba por descifrar por qué el alma quiere morir.
['El arenero rojo', un cuento inédito de Eduardo Halfon]
Acabó el verano y abracé a Elisenda.
–See you soon and keep on painting –le dije.
Creo que no entendió nada, pero no perdió la sonrisa.
Pasaron otros veranos y a veces, cuando veía a mis padres, me interesaba por Elisenda. Poco a poco fueron perdiendo el contacto con su familia, y no supimos más de ella y de si siguió su carrera de pintora, con la que yo fantaseo a veces. La imagino en ese mismo salón, frente al balcón, mirando el mar embravecido y su cabello al viento, como en uno de esos cuadros románticos que tanto me gustaban de adolescente. Me pregunto si habrá resuelto su rompecabezas, si averiguó por qué se suicidó Van Gogh, si habrá sentido el mismo abismo que el pintor, y si conservará algo de esa sonrisa abierta con la que ese verano me preguntaba por el dolor y la muerte.
Mar García Puig (Barcelona, 1977) es filóloga, editora y política. Diputada en el Congreso entre 2015 y 2023, fue portavoz en la Comisión de Cultura y vicepresidenta de la de Igualdad. Ha publicado artículos en diversos medios y colaborado en obras corales como Neorrancios. Sobre los peligros de la nostalgia (Península, 2022) y Más que visibles (Egales, 2022). La historia de los vertebrados (Random House, 2023) es su primer libro y en él narra su vida desde que dio a luz a mellizos la misma noche en que ganó su escaño por En Comú Podem.