Es lícito preguntarse cómo es posible que una mujer tan dulce y serena pueda concebir la voz de un niño de diez años procedente de las Montañas Apalaches, sumido en la pobreza y cuya madre acaba de fallecer por la ingesta de opiáceos.



Con más de quince novelas a sus espaldas y treinta años en el mundo de la literatura, Barbara Kingsolver (Annapolis, Maryland, 1955) tiene experiencias acumuladas para sacar de sí misma, todas las circunstancias que se proponga en sus novelas. Momentos de pobreza, sentimientos de soledad y pautas de superación. De eso va la impactante novela de Demon Copperhead, Premio Pulizter 2023.

Desde su novela Biblia envenenada, la historia de una familia misionera en el Congo; hasta Verano prodigio, Los sueños de los animales, Animal, vegetal, milagro, un relato de no ficción sobre los intentos de una familia de consumir solamente productos locales, para ella, la literatura expone la realidad de la injusticia social y los alcances del cambio climático. Novelista incansable, Kingsolver ha sido la única autora estadounidense en ganar dos veces el Women's Prize for Fiction.

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Barbara Kingsolver ha viajado dos días por España, y termina su viaje relámpago en la librería Amapolas en Octubre, donde ha venido a hablar de Demon Copperhead, una reconstrucción de David Copperfield y las miserias de un niño en las montañas de los Apalaches.

Pregunta. ¿En qué momento surge la primera inspiración de una novela tan ambiciosa?



Respuesta. Todas mis novelas parten primero de una idea, que maduro durante dos años. En este caso, quería contar la historia de las montañas de los Apalaches, donde vivo y de donde yo vengo. Es un lugar muy particular de Estados Unidos que no siempre recibe una mirada positiva por parte de los forasteros.  De nosotros, se burla todo el mundo, ¿sabe? Aunque parezca mentira, en mi juventud, me daba vergüenza decir de dónde venía.

»Poco a poco, a medida que iba creciendo, realicé que los rasgos que nos caracterizaban no dependían de nosotros sino de nuestra tierra, los Apalaches, palabra que procede de una tribu india que fue aniquilada en el siglo XVIII. Hoy en día, seguimos con la herencia de la pobreza, generada por el colonialismo. Hace años, aparecieron compañías que quisieron explotar nuestras riquezas, generando más pobreza aún entre los habitantes y sin aportarles la menor educación. Aun así, Los Apalaches son mi lugar y reconozco que me indigna el escuchar cómo la gente habla de nosotros.

P. Además de la pobreza, la epidemia de los opiáceos que las compañías farmacéuticas desataron en todo el país es fundamental en Demon Copperhead. ¿Por qué ha escogido este tema y qué tiene que ver con los Apalaches?

R. La epidemia de los opiáceos es el problema más grande que tenemos desde años y del que quería hacerme eco en mi novela. Todo empezó hace años, por culpa de las recetas dadas por los médicos a raíz de una campaña farmacéutica que buscaba vender esos productos. Fue una droga muy adictiva y que hoy en día ya ha causado daños irreparables, como el que desarrollo en Demon Copperhead: la muerte de los padres de miles de familias que han dejado a los niños huérfanos por culpa de la adicción.

»Si vinieras a visitarme, te indicaría, en mi misma calle, todas las familias a las que les ha ocurrido. Ahora son las abuelas que tienen que cuidar y ocuparse de los nietos porque sus padres, o están en las cárceles, o estar muertos. Pues bien, me pasé dos años intentando encontrar la manera de contar esta historia que pensaba que no le interesaba a nadie.

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P. Hasta que vino a visitarla Charles Dickens y le recordó la historia de David Copperfield, el niño huérfano que vive en la pobreza.



R. Sí. Fue en mi visita a la casa de Charles Dickens, durante un viaje a Inglaterra que tuve la revelación. Dickens, que había escrito sobre la pobreza y los niños huérfanos, me dio el impulso para empezar, y esa misma tarde, después de dos años dando vueltas a la novela, por fin empecé a escribirla. Me dije: "lo único que tengo que hacer es contar una gran historia" y tomé su novela, David Copperfield, como modelo.

»Luego, tardé tres años en terminarla. Como me ocurre con todas mis novelas, me meto tanto en ella y en la historia de sus personajes, que el resto de mi vida deja de existir. Me despierto a las 4 de la mañana, con mi café y cuando me dio cuenta son las 3 de la tarde y me duele el cuerpo entero. Ahora que mis hijos ya son mayores, soy consciente de la suerte que tengo de poder pasarme el día entero escribiendo sin preocuparme de nada más.

P. ¿Por qué antes era diferente? ¿Piensa que el hecho de ser mujer con niños le ha perjudicado a la hora de escribir?

R. Yo me volví madre y escritora a la vez. Terminé mi primera novela embarazada, y el día que di a luz, dos editoriales me contestaron que querían publicarme. Recuerdo que los primeros días, con mi bebé y mi novela a punto de publicarse, viví como en una nube de felicidad. Luego, empecé a darme cuenta de que tenía una nueva carrera. Seguía eufórica. Pero es cierto que todos esos años fueron difíciles.



»El tiempo de escritura, para mí, empezaba cuando llegaba ese autobús amarillo a recoger a los niños y llevárselos al colegio. ¡El autobús fue mi musa! Durante todos esos años en los que educaba a mis hijas, tuve que luchar por algo de espacio para mí. ¡Lo bueno es que eso me evitó tener bloqueos, por ejemplo, ya que me acostumbré a escribir lo máximo en el mínimo de tiempo posible! Aprendí a ser muy eficiente y esa cualidad, me da que es una característica completamente femenina.

P. ¿Para la redacción de su novela, cómo consiguió meterse en la piel de un niño, sin el menor recurso, cuya familia estaba marcada por el alcohol, las drogas y la falta de educación?

R. Es cierto que es muy diferente a la persona que soy ahora, pero una cosa maravillosa de ser escritor es que, con la edad, vas acumulando experiencias y sabiduría. Es tan diferente a ser atleta o modelo, por ejemplo, cuya carrera se te acaba a los 30.

»El ser escritor te permite meterte en la piel de todos tus personajes. Es muy divertido cuando leo o veo comentarios sobre mis novelas, de gente joven, en las redes sociales. ¡Es increíble todo lo que llegan a decir! Tengo lectores muy jóvenes y cuando ven una foto mía, se sorprenden y escriben: “¡Carai! Qué mujer tan mayor”. Me encantaría contestarles: “¡Sí, pero no lo he sido siempre!”. La única manera de ser más sabio es a través de los errores que uno va cometiendo a lo largo de su vida y de los que se aprende sin cesar. 

La escritora estadounidense Barbara Kingsolver. Foto: EFE/ Andreu Dalmau

P. Por tanto, ha tenido que recordar sus años de juventud en los Apalaches para trazar el retrato de Demon. ¿Qué es lo que más recuerda de esa época?

R. Te voy a decir un secreto. No he tenido que recordar nada porque tengo toda mi adolescencia grabada en mi cabeza como si hubiera ocurrido ayer. Si pienso en cómo era yo a los 35 o 40 años… ¡No tengo ni idea! En cambio, de mis 13 años, me acuerdo perfectamente. La intensidad con la que viví todo. Las hormonas, los amores, los primeros intentos de conducción, esas experiencias están grabadas en mi piel.

»Es cierto que no era un chico, pero, francamente, no creo que haya mucha diferencia entre la adolescencia de un hombre y la de una mujer. Tenemos las mismas obsesiones, las mismas vivencias y preocupaciones, como el miedo que nos da lo que los demás piensan de nosotros.

»Como Demon, yo también viví una adolescente retraída. Me pasaba el día leyendo, no hacía deporte. La gente de donde yo vengo, no suele leer en su tiempo libre, casi nadie va a la universidad y recuerdo muy bien sentirme sola. De la misma manera, viví a lo largo de mi vida, momentos en los que pasé hambre. Por eso digo que la edad es lo que te permite acumular sentimientos y sensaciones que luego enriquecen tus novelas.

P. Demon Copperhead es el narrador de su novela. ¿Cómo pudo, además de las experiencias, adoptar esa voz, ese tono, escoger esa forma de hablar tan peculiar de un adolescente, sin recursos y sin cultura?

R. Porque soy de los Apalaches. El idioma, la forma del habla de mi región es muy reconocible. De hecho, es de lo que se burlan los demás. En mi juventud, cuando me fui de casa a estudiar a la universidad, sentía que debía cambiar mi forma de hablar para que los demás no se rieran ni me tomaran por tonta. Fue un tiempo difícil y pasé años tratando de modificar el tono, la voz, para convertirme en alguien como los demás. Tardé años en aceptar de dónde venía y al final regresar a mis orígenes.

»La identidad es importante y para un escritor, ese estilo particular, es lo más valioso que tiene. Lo único que puede ofrecer un escritor es su lugar específico en el universo. A pesar de haber situado la mayor parte de todas mis novelas en esta región de Estados Unidos, necesité todo este tiempo para escribir la gran novela sobre los Apalaches. El libro que pudiese explicar quiénes éramos realmente y qué teníamos de especial. Por eso, la voz, la forma de hablar de Demon, es fundamental. Y esa voz, sale de mí misma.

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P. En su novela, los nombres de los personajes pueden abarcar una historia entera. De hecho, ¡tiene un capítulo entero dedicado a la importancia de los nombres! Demon Copperhead, sin ir más lejos, es el nombre de una víbora, roja, presente en esa región. Me recuerda a las costumbres de los indios, cuyos nombres se adquieren a lo largo de la vida. El nombre de Demon, que significa demonio, es muy fuerte para un niño.

R. ¡Otra típica característica de los Apalaches! Los habitantes adquieren así, desde su infancia, nombres divertidos, motes que pueden parecer desagradables pero que, en realidad, no lo son para nada. A los chicos, se les puede llamar “fatty”, o “stompy”, etc. Son nombres graciosos que luego siguen llevando de mayores. Es una tradición de los Apalaches, y nadie les hace el menor caso.

»Demon Copperhead, que lo utilizo como título, debía dar la idea del riesgo que corre el personaje. Por eso el nombre es también el de una serpiente que solo existe en los Apalaches. La novela cuenta la historia de un niño que desde su nacimiento corre un sinfín de peligros y es lo que quería transmitir con su nombre. Su pobreza, el hecho de que no tenga familia, y que el gobierno no se haga cargo de él.



»Hay en Estados Unidos, aunque parezca mentira, muchísimos niños en su caso, que simplemente no tienen para comer. ¿Cómo es posible que un país tan rico tenga una población infantil sin el menor recurso? Por eso quería que este libro fuera una ventana abierta a una realidad americana que no siempre se conoce. Y, por último, los nombres hacen eco con los de David Copperfield. El personaje de Stoner, por ejemplo, en David Copperfield es Morder Stone. Para mí fue como efectuar un sinfín de puzles para que todo encajara.

P. ¿Podemos decir entonces que el objetivo de sus libros es el de denunciar esa pobreza, las injusticias que suceden a nuestro alrededor sin que seamos conscientes de ellas?

R. No. Ese no es mi objetivo ni tendría que ser el de las obras literarias. Denunciar es fácil. Denunciar es un panfleto. Si le preguntas a cien personas qué piensan de la pobreza, dirán todos que es un horror. La literatura debe ser mucho más delicada. Debe invitar al lector a entrar, literalmente, en ese mundo que desconoce. Le permites convertirse en otra persona y sentir lo que es tener diez años y pasar hambre todo el día.



»A través de este niño, también quería mostrar quiénes éramos y cómo el juicio de los de afuera, resulta estrecho. Cuando Demon va a la ciudad, por ejemplo, se pregunta extrañado dónde la gente hace crecer sus tomates. Para él, no hay un “afuera” de las cuatro paredes de los edificios. Lo que los demás creen que es un nowhere es, para nosotros, el everywhere. Todos amamos nuestros pequeños mundos.