Ana Blandiana

Ana Blandiana

Premio Princesa de Asturias de las Letras

Ana Blandiana, la patria de la palabra

La escritora rumana, cuyos poemas circulaban clandestinamente durante el régimen comunista de Ceaușescu, se quitaba importancia y negaba haber sido valiente.

23 mayo, 2024 16:09

La publicación el año pasado –en Humanistas, su editorial de referencia– del diario Mai-Mult-Ca-Trecutul (algo así como Más que el pasado), de Ana Blandiana, fue un acontecimiento literario en Rumanía y volvió a poner el foco sobre esos años oscuros del régimen comunista en los que la palabra en libertad –la palabra poética, creadora de realidad, pero también de realidades alternativas– se volvió un artículo de primera necesidad, tan preciado y escaso como los bienes materiales que circulaban a trompicones o nutrían el mercado negro.

Las quinientas páginas del diario recogen íntegramente y sin retoques de nueva hora las entradas del 31 de agosto de 1988 al 12 de diciembre de 1989 –apenas trece días antes de la ejecución de Ceaușescu y el fin efectivo de su gobierno–, y son un testimonio de la terquedad de su autora, su renuncia a darse por vencida. O lo que es igual: su deseo de recuperar para la literatura su vieja centralidad.

Recordemos que en aquellos años Blandiana tenía prohibido publicar –era la tercera vez que estaba en la lista negra– y que sus poemas eran leídos de manera clandestina. Como me confesó una vez en una entrevista, "los lectores recibían los poemas de una manera que ahora no se da y que hasta parece inconcebible […] el público leía con tanta atención y escudriñaba el texto de tal manera que terminaba encontrando muchos más sentidos de los que el artista había ideado inicialmente".

[La escritora Ana Blandiana, Premio Princesa de Asturias de las Letras 2024]

La literatura era una forma de mantener vivos los lazos de confianza y solidaridad de la gente por debajo de las consignas oficiales y la mentira institucionalizada. Blandiana también se quitaba importancia y negaba haber sido "valiente": "Solo hacía lo que pensaba que era normal hacer. […] Solo cumplía con mi deber. Y siempre he pensado que el deber de un escritor es el de expresarse a sí mismo. [..] La vida era tan falsa que todo lo que fuera auténtico, todo lo genuino, sobresalía".

Y por aquí cabe entender el atractivo que su poesía –y su prosa, desde luego– ha ido teniendo para muchos lectores hispanohablantes desde la publicación de Mi patria A4 hace justamente diez años.

La impresión de autenticidad que desprende tiene que ver con su particular tono de voz y su fidelidad a una forma de hacer que no ha variado particularmente desde la publicación de sus dos primeros libros, La primera persona del plural (1964) y El talón vulnerable (1966): poemas generalmente breves, que crecen o se articulan sobre imágenes poderosas, fértiles como greguerías, y donde la imaginación sabe concertar lo íntimo con lo mítico, la mirada subjetiva con una atención curiosa al mundo exterior en la que también se percibe –sobre todo en los libros más recientes– un espíritu lúdico, una cierta liviandad.

Salvo en ciertos pasajes de Estrella predadora (1985) o La arquitectura de las olas (1990), en los que se hace patente su cansancio exasperado con el régimen comunista, lo político no suele comparecer de manera visible. Sí lo hace en forma de fábula o de alegoría trunca, con un don singular para tirar de las imágenes y sacarles todo el jugo, desovillarlas y examinar su despliegue ante los ojos de la mente.

[Seis poemas para comprender a Ana Blandiana]

La figura del arcángel, tan habitual aquí, refleja su vocación a la vez terrestre y celeste, su afán por proyectar lo humano sobre el telón de fondo del mito. La muerte en 2016 de su marido, el también escritor Romulus Rusan, le inspiró Variaciones sobre un tema dado, donde el discurso amoroso generado por el duelo alterna prosa y el verso para construir un diálogo conmovedor con el ausente.

Ana Blandiana, como bien saben sus oyentes, dice sus poemas casi como si los salmodiara, con una voz musical que parece siempre a punto de quebrarse. Es una fragilidad solo aparente y que esconde una fe rotunda en la capacidad transformadora de la literatura. Trabajadora incansable, hay también en nuestra escritora un respeto no menos explícito por la naturaleza misteriosa de eso que llamamos inspiración.

Como ha dicho ella misma, "la poesía no se puede inventar, hay que descubrirla. […] Es como un halo, un aura que, para ser entendida y aceptada, intenta tomar la forma de un sombrero". La concesión del Premio Princesa de Asturias de las Letras a Ana Blandiana es una ocasión perfecta para que todos sus lectores nos quitemos nuestros sombreros –reales o imaginarios– y celebremos, una vez más, el triunfo de la gran literatura, de la creación genuina.

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