Cuando García Márquez leyó 'La metamorfosis' de Kafka casi se cae de la cama
El nobel colombiano fracasó en sus primeros intentos literarios hasta que la obra del autor checo le descubrió un universo de posibilidades.
"Una mañana, después de un sueño tormentoso, Gregor Samsa se encontró convertido en un gigantesco insecto". Cuando Gabriel García Márquez (Aracataca, 1927-2014) leyó esta frase por primera vez, su existencia cambió por completo. "Lo recuerdo como si me hubiera caído de la cama en ese momento. Fue una revelación, es decir, si esto se puede hacer, esto sí me interesa", cuenta en una entrevista con la periodista de RFI Conchita Penilla en 1998.
El autor colombiano acababa de empezar los estudios de derecho en Bogotá e intentaba escribir sus primeros textos sin resultados, hasta que descubrió a Franz Kafka (Praga, 1883-1924). "Fue una verdadera resurrección, de ahí me levanté a escribir mi primer cuento La tercera resignación. Lo escribí a partir de esa lectura y a partir de ese momento todas mis lecturas se orientaron en ese sentido, que era la novela contemporánea, y ahí me quedé, todavía no he logrado salir".
Fue así como Gabo se convirtió en uno de los pilares de la literatura universal. La influencia espiritual, psicológica, estilística y filosófica de Kafka marcó profundamente su escritura. Las preocupaciones existenciales que el autor checo vuelca en sus obras tan crudamente se reflejan en las de Gabo a través del realismo mágico.
"Hoy el mundo está muy fragmentado y tenemos una admiración muy grande por la diversidad, pero, a veces, esto se convierte en defensa de los espacios, marcando las diferencias. Esto nos aleja, aunque sabiendo que es en los puntos en común donde encontramos propósitos para seguir adelante", afirma la escritora colombiana Velia Vidal Romero (Bahía Solano, 1981) durante una conferencia en la Feria del Libro de Madrid.
República Checa y Colombia están separadas por 10.000 kilómetros. Sin embargo, "las cosas en que nos parecemos son las que nos recuerdan la universalidad de la literatura". Han pasado 100 años desde la muerte de Franz Kafka y, dentro de unos días, 10 desde la muerte de Gabriel García Márquez. Estas efemérides se encuentran para recordarnos una de las conexiones más importantes en la historia de la literatura.
La aldea en el inmenso universo
García Márquez nace en la década de los 20, en el Caribe colombiano, al igual que otras figuras importantes de la cultura colombiana. Se crea una generación de artistas que se interrelacionan, conversan y se orientan hacia lo popular. "Tratan de ver la aldea para poder entender el universo", explica el escritor colombiano Weildler Guerra Curvelo (Riohacha, 1960). Y desde el otro lado del mundo, Kafka entra en la vida literaria del escritor, aportándole una estilística para que él desarrolle ese inmenso universo.
Las cosmologías indígenas que García Márquez dibuja en sus cuentos se remiten a las transformaciones. "Animales y plantas son humanos caídos, conservan una humanidad infantil aunque su apariencia morfológica sea otra". Recuerda las historias de sus abuelos, el mundo del caribe y el pensamiento indígena, utilizando la misma fantasía que lo asombró del autor checo.
Franz Kafka es uno de los escritores más complejos de la historia moderna. Es uno de los pocos autores que tienen su propio adjetivo —kafkiano— y sus obras desafían al lector. Nació en Praga, pero nunca perteneció a ningún lugar. Hablaba checo y alemán, era judío, monárquico, no religioso. Solo se dio a conocer después de su muerte, cuando una editorial importante reconoció su obra y publicó todos sus escritos.
"Con este carácter transnacional y transcultural, Kafka representa la diversidad cultural y lingüística". Dejó un inmenso legado para futuras generaciones de escritores de todo el mundo. Y entre ellos, nadie menos que Gabriel García Márquez, quien afirmó que sin La metamorfosis (1919) jamás habría podido dar vida a su realismo mágico.
Ver lo posible en lo imposible
García Márquez estaba profundamente fascinado por la posibilidad de usar el humor en lo imposible, como lo hace Kafka. De hecho, su literatura está repleta de elementos grotescos, de un humor muy sutil. "El escritor checo vive en el mundo de la lógica en que pueden surgir absurdidades. Veía lo posible en lo imposible", cuenta el escritor austriaco Franzobel (Vocklabruck, 1967). Las escenas de humor están dispersas a lo largo de toda su obra, pero solo son un punto de partida.
Su literatura era considerada "decadente" por los nazis, que quemaron sus obras. Kafka no individualiza sus figuras, los personajes son abstractos, no tienen nombres, sólo una inicial. No sabemos sus historias, sus identidades, sólo se conocen sus profesiones. "Los seres que habitan las novelas de Kafka están expuestos a una regularidad que los pone en peligro", explica Franzobel.
"Kafka vive en el mundo de la lógica en que pueden surgir absurdidades. Veía lo posible en lo imposible"
Como sus personajes, Kafka se pasó la vida buscando su identidad. No se sentía parte de ningún lugar. Atacado constantemente por el padre, un hombre bruto que no entendía al hijo, intentó resolver este conflicto a través de la literatura. Su lengua era muy clara, transparente, su estilo era informático, estudiando derecho siempre estaba buscando la palabra exacta.
Escribió El Proceso (1925) en ocho horas en un ataque de explosión verbal, pero otras veces tuvo que luchar con los textos. Murió de tuberculosis y, según una explicación esotérica, se cree que esas enfermedades se deben a una ausencia de patria.
En busca de Macondo
Kafka era alguien tan invadido por dudas que incluso él mismo dijo que no sabía ni quién era. Hay una confusión total por los múltiples modelos de vidas que se le ofrecen. Sin embargo, aunque despoja a los personajes de todos los elementos identitarios, plasma en sus obras una identidad colectiva.
Lo mismo ocurre en las obras de García Márquez, en constante búsqueda de una identidad latinoamericana. Plantea una trayectoria de personas que huyen del mundo cosmopolita del Caribe hasta encontrar a Macondo. Describe Colombia como si fuera un país sin fronteras. Su trabajo, más que centrarse en el individuo, está pensado para una empresa inmensa y colectiva. "Se mantiene en las singularidades geográficas, ontológicas. Pero al mismo tiempo está inmerso en el universo", afirma Guerra.
En ambos autores se percibe la transgresión del límite entre lo real y lo irreal. Existe una "conexión ontológica", como dice Guerra, que une a los dos escritores a través del tiempo y del espacio. Al final, García Márquez no se habría convertido en el gran escritor que conocemos sin la posibilidad de leer a Kafka.