El doctor Manuel Sans Segarra, autor de 'La supraconciencia existe'. Foto: archivo del autor

El doctor Manuel Sans Segarra, autor de 'La supraconciencia existe'. Foto: archivo del autor

Letras

'La supraconciencia existe': la vida en el más allá según un respetable cirujano que te mira fijamente

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Nuestro ensayo de hoy no pierde el tiempo: su ambiciosa doctrina se empieza a impartir desde la portada. De hecho, en este arranque ya se halla la conclusión. Las dos conclusiones, para ser más exactos. Constituyen estas como dos pasos de un silogismo que se nos invita a rematar. Además, en parte, la cosa va en mayúsculas. Así, primero tenemos que La SUPRACONCIENCIA existe. Seguidamente, leemos: Vida después de la vida.

La supraconciencia existe. Vida después de la vida

Manuel Sans Segarra

Planeta, 2024
248 páginas. 19,90 €

No menos relevante es la fotografía de la portada para esta edición: ahí conocemos al doctor Manuel Sans Segarra (1943). Se trata del autor (coautor) y protagonista. Es un respetable cirujano jubilado de Barcelona. Nos mira fijamente. La autoridad de este científico completa, así, retóricamente, al título y al subtítulo.

Queda algo más. La “Introducción” termina así: “Prepárate para sumergirte en una lectura que va a cambiar tu percepción de la vida” (p. 44). Como se ve, este tractatus no sólo adelanta las conclusiones de esa subitánea autoridad barcelonesa, sino algunas emociones fuertes para el lector más lúcido.

La SUPRACONCIENCIA existe consta de 17 capítulos. Son dos los fundamentos argumentales. Por un lado, están las Experiencias Cercanas a la Muerte. Al tiempo que los indicadores comunican un encefalograma plano en el paciente, el individuo abandona su cuerpo en un nuevo estado de conciencia no neuronal. Lo cierto es que los relatos ECM registrados (al parecer, miles) producen en nosotros genuina esperanza. El Dr. Sans defiende que las ECM son algo diferente de las alucinaciones, debidas al colapso de nuestro efímero basamento físico.

De otra parte, basándose en la física cuántica y, por tanto, en nombre de la auténtica ciencia, el Dr. Sans se presenta como nuevo epígono en la larga lista de autores que han querido ampliar los angostos límites de la ciencia, en el sentido que se le otorga desde el siglo XIX. Frente al “materialista” método “cartesiano-newtoniano”, el buen doctor apunta a la “supraconciencia”, término de regusto muy ‘evolucionismo 1900’.

El rebozado filosófico del libro, con citas y menciones en batiburrillo, chirría no pocas veces

Él aplica los hallazgos de la alta física del siglo pasado a la biología y sostiene que al ser el cuerpo materia se puede hablar de “energía de baja frecuencia”. La conciencia (ítem filosóficamente problemático, que aquí no se define), aproximadamente, nuestro “yo”, parece ser una energía más concentrada. No hablemos más de dualismo, sino de grados de la misma cosa... Y por encima de la energía individual, se atisba una supraconciencia. ¿Es esta el anima mundi, es Dios? Es omnipresente y omnisciente. Y salvaguarda nuestra identidad (ah, se corría el riesgo de que, cuando el alma volara, acompañada por “seres de luz”, quizá se mezclara en la gran sopa de energías cósmicas…). Esta supraentidad además tiene que ver con el día a día, más acá del Velo de Maya: “La auténtica libertad únicamente se consigue con la Supraconciencia” (p. 226).

El trenzado de estilos del libro, entre el médico-técnico y el escolar-emotivo (con destacados y puntos, para que no nos extraviemos), conforma un conjunto pintoresco. El rebozado filosófico, con citas y menciones en batiburrillo, chirría no pocas veces. Pero parece ser que a muchos espíritus curiosos les está interesando asomarse a estos abismos astrales, representados por la corbata con infinitas ventanas gótico-venecianas del Dr. Sans en la portada. Acaso, este Quijote de los cirujanos del sistema digestivo ejerce una loable tarea, aunque no especulativa, sino de otro orden. Me figuro que sus dictámenes, también vertidos en YouTube, están dispensando paz a necesitados. Saludo su éxito de buen grado. Damas y caballeros: ¡que levante la mano quien no ha sido o va a ser dañado por la muerte!