Jules Feiffer. Foto: Dick DeMarsico

Jules Feiffer. Foto: Dick DeMarsico

Letras

La última carcajada de Jules Feiffer, el historietista kafkiano

Su reciente fallecimiento nos priva de uno de los grandes del humor moderno, la novela gráfica y la mejor sátira política.  

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El pasado 17 de enero, a la nada despreciable edad de 95 años, fallecía Jules Feiffer, uno de los grandes genios de la caricatura de prensa y la literatura gráfica del siglo pasado, además de prolífico autor teatral, guionista, novelista e ilustrador. Casi un desconocido en nuestro país, donde su muerte ha sido una nota a pie de página en las secciones de cultura y ni siquiera las redes sociales, el virus del siglo XXI, con sus ejércitos de friquis amantes del cómic y del cine, se han hecho apenas eco.

No es de extrañar, puesto que la obra de Feiffer, tanto gráfica como narrativa o teatral, no ha conocido casi ediciones ni traducciones entre nosotros, con contadas y meritorias excepciones como las de su clásica sátira antimilitarista Munro (Astiberri), la novela gráfica Matar a mi madre (Sapristi), todo un neonoir. También algunos de su cuentos infantiles para todas las edades, como El hombre en el techo y Un tonel de risas, un valle de lágrimas, ambos en Anaya, o ¡Ladra, George! (Ed. entreDos), al margen de un cierto número de historietas cortas y chistes dispersos en diferentes revistas añejas durante los años setenta y ochenta, cuando el cómic también era arte en España.

Triste balance para un autor que es al humor gráfico lo que Lenny Bruce a la comedia en directo, Woody Allen al cine, Joseph Heller a la literatura o Larry David a la sitcom televisiva. Que, de hecho, algo influyó en ellos y otros muchos, convertido en uno de los pilares del más sofisticado y ácido humor judío contemporáneo, ganador del Pulitzer en 1986 en la categoría de caricatura política y pionero de la novela gráfica.

Por si eso no fuera suficiente, Feiffer publicó a lo largo de su extensa y fructífera carrera al menos dos novelas, un puñado de cuentos infantiles, el ensayo The Great Comic Book Heroes (1965) y su autobiografía, Backing into Forward: A Memoir (2010), recibida con entusiasmo por la crítica estadounidense, que comparó a su autor favorablemente con Kerouac o Michael Chabon. Como dramaturgo, varias de sus comedias fueron llevadas a la pequeña y a la gran pantalla por directores como Mike Nichols o Alan Arkin. El desconocimiento de la obra y la personalidad de Jules Feiffer en nuestro país es un agujero negro inexplicable, que ojalá su fallecimiento contribuya a rellenar.

El espíritu de su tiempo

La infancia de Jules Feiffer, nacido el veintiséis de enero de 1929, es una genuina historia del Bronx. Hijo de una humilde familia trabajadora judía, mientras su padre, viajante de comercio, estaba en paro la mayor parte del tiempo debido a la Gran Depresión, su madre, Rhoda Feiffer (nacida Davis) era una diseñadora de moda que vendía sus propios diseños a la acuarela directamente a los sastres neoyorquinos, de puerta en puerta, a tres dólares el dibujo. Sería ella quien le apoyara en su pasión por dibujar, inscribiéndolo en la Art Sudents League de Nueva York.

Enamorado de los cómics y de sus héroes, su interés iba más allá del habitual en un chico de su edad. Mientras sus compañeros trataban de imitar las aventuras de sus personajes favoritos, Feiffer “...contaba cuántos paneles había por página, cuántas páginas formaban una historia” y se introducía en otros aspectos formales e históricos de las historietas. De entre sus favoritas, Alley Oop, Wash Tubbs o Terry y los Piratas, había una que representaba para el joven dibujante la esencia misma del cómic y sus posibilidades artísticas: The Spirit, del también genial judío neoyorquino Will Eisner.

Portada de la edición española de Munro (1959), la clásica sátira antimilatarista de Feiffer

Portada de la edición española de Munro (1959), la clásica sátira antimilatarista de Feiffer

Recién graduado del instituto y apenas cumplidos dieciséis años, armado de valor y admiración por el maestro, se presentó en el estudio de Eisner en busca de trabajo. Al creador de Spirit los dibujos del muchacho no le impresionaron especialmente, pero su apasionada verborrea, sus orígenes comunes pese a la edad que les separaba, y que éste sabía más sobre su obra, su vida y su arte que el propio Eisner, le decidieron a darle una oportunidad.

Feiffer pasaría casi diez años en el taller de su ídolo, donde se ocuparía de escribir diálogos, colorear, terminar los bocetos iniciales de Eisner, participando cada vez más en los guiones, mejorando rápidamente su técnica y estilo, hasta merecer la confianza suficiente para realizar algunas historietas completas del personaje. Ahora, estaba preparado para volar solo.

Ha nacido una estrella

En un siglo XXI donde la prensa en el sentido tradicional se desvanece dentro de la nube virtual, resulta cada vez más difícil entender la importancia que el humor gráfico y la caricatura periodística tuvieron hace sólo unas décadas. El papel del comentario político-social e incluso meramente costumbrista, desempeñado por el chiste gráfico y la tira cómica en las páginas de periódicos y revistas podía competir y competía con los mejores columnistas, críticos y periodistas políticos o culturales.

Las caricaturas y chistes de James Thurber, William Steig, Pat Oliphant, Art Wood, Ed Valtman, Paul Conrad, Bill Mauldin, Rube Goldberg, John Fischetti, John Jensen, Etta Hulme (una de las pocas mujeres en el medio) o el polémico Jack Chick, influían tanto o más que el editorial más encendido, la crítica más acerba o el más polémico reportaje en la elección de presidente, el auge o la caída de políticos y estrellas de moda, los escándalos del día o la temperatura política del país.

Por otro lado, humoristas como el Dr. Seuss, Charles Addams, Gary Larson, Edward Gorey o Gahan Wilson contribuirían decisivamente a crear nuevas sensibilidades y gustos en el público. En medio de todos, aunque más cerca de los primeros que de los segundos, Feiffer destaca como una de las personalidades más potentes e influyentes.

De mediados de los años cincuenta hasta casi su muerte, Feiffer convirtió su mundo gráfico en un referente internacional. Su trazo suelto, ágil y libre, que caricaturiza de forma estilizada y sintética a sus personajes, prescindiendo casi siempre de escenarios, paisajes o decorados definidos. Su elegancia natural, disimulada por una falsa y calculada impresión de boceto o apunte rápido, prueba de un perfecto manejo de la anatomía, la línea y el plano, se convertirían en un estilo tan personal como característico de la época. Dando preferencia a los sketches y las tiras breves e impactantes por encima de historias más largas y complejas, con algunas notables excepciones, Feiffer hizo gala siempre de un humor agridulce, satírico e ingenioso, no exento a veces de ternura.

Sus tiras y chistes, recopiladas en sendos volúmenes, aparecieron primero en el Village Voice, donde colaboró durante más de cuarenta años, para pasar después a publicarse también en el London Observer, Playboy, Los Angeles Times, The New Yorker, Esquire, The Nation y The New York Times. En ellas, no sólo abordó la sátira política sino también y sobre todo la de costumbres, incidiendo en los cambios introducidos en la sociedad por la liberación sexual, el feminismo, la violencia urbana, las drogas, la cultura juvenil… Siempre desde una perspectiva antimilitarista, liberal y progresista aunque no exenta de ironía y humor negro.

El homenaje de Feiffer a su maestro Will Eisner y su mítico 'The Spirit'

El homenaje de Feiffer a su maestro Will Eisner y su mítico 'The Spirit'

Feiffer era un agudo observador de la realidad, que tradujo gráficamente con refinado espíritu satírico, lúcido y mundano, a veces casi kafkiano, empapado en la mejor tradición del humor judío neoyorquino y cosmopolita. Le emparentaba esto con S. J. Perelman, Will Eisner, Fran Drescher, Elaine May, Woody Allen o Fran Lewobitz pero también con René Goscinny, Topor o Gotlib.

De hecho, a la inversa de lo ocurrido en nuestro país, Feiffer fue acogido, editado y celebrado siempre en Francia. Su influencia, tanto desde el punto de vista gráfico como literario, en especial sus crónicas de la sociedad contemporánea con sus usos y costumbres amorosos, ideológicos y culturales, es evidente en humoristas de bande dessinée como Sempé, Lauzier, el citado Gotlib, el añorado Wolinski o la gran Claire Bretécher y en revistas satíricas míticas como Hara-Kiri o Charlie Hebdo. Tanto es así, que una de las contadas incursiones de Feiffer en la gran pantalla sería su guión para Quiero ir a casa (1989), dirigida por Alain Resnais, admirador del dibujante americano tanto como del propio cómic.

Más allá de la viñeta

La relevancia de Feiffer y su obra supera su importancia e impacto como humorista, lo que no es decir poco. Además de ser uno de los primeros autores en publicar una novela gráfica, Tantrum, editada por Alfred A. Knopf en 1979 como “una novela en imágenes”, desarrolló una constante labor teatral con obras tan divertidas como atrevidas, a veces inspiradas en sus tiras cómicas y ocasionalmente premiadas, como Little Murders (1969) o The White House Murder Case (1970).

No en vano, el año antes de su fallecimiento fue galardonado con el Premio a la trayectoria de una vida por la Dramatists Guild of America, dos décadas después de ser admitido en el Comic Book Hall of Fame y de haber recibido el premio Milton Caniff de la National Cartoonist´s Society al conjunto de su obra.

Su relación con Hollywood le proporcionó un Oscar al mejor corto animado en 1961 por Munro, basado en su propio cómic. Aunque Stanley Kubrick, otro judío de Brooklyn admirador de sus tiras quiso llevarlas al cine, fue Alan Arkin, en su debut como director, quien convirtió en 1971 su obra Little Murders en una delirante comedia negra, contando con guion del propio Feiffer y con un impagable reparto encabezado por Elliott Gould y Marcia Rodd, junto a Vincent Gardenia, Donald Sutherland y el mismo Arkin. Una histérica crónica de la violencia urbana neoyorquina, plena de absurdo kafkiano, personajes extravagantes y humor negro, favorita del escritor Thomas Ligotti.

Ese mismo año, una de sus obras inéditas se transformó en Conocimiento carnal (1971), la clásica comedia sexual de Mike Nichols. Una de las películas más atrevidas de su tiempo, protagonizada por Jack Nicholson, Candice Bergen, Art Garfunkel y Ann-Margret, cuya sinceridad al abordar las relaciones íntimas de sus protagonistas contribuiría a la apertura de Hollywood a la liberación sexual... Y llevaría a su guionista a participar al año siguiente en la adaptación cinematográfica del popular y escandaloso musical erótico de Kenneth Tynan Oh! Calcutta!.

Aparte de Quiero ir a casa, otra de las contribuciones más conocidas de Feiffer al cine sería su guion para el injustamente maltratado Popeye (1980) de Robert Altman —cuyas comedias corales de costumbres muestran también la influencia del dibujante—. Es la adaptación del personaje mítico de E. C. Segar, favorito de Feiffer, protagonizada por Robin Williams y Shelley Duval, que el paso del tiempo ha ido poniendo en su lugar como película de culto.

Cómic, humor, ilustración, animación, teatro, cine, literatura, novela gráfica… Jules Feiffer merecería ser más y mejor conocido en nuestro país, sobre todo en un momento en que el panorama geopolítico internacional, el mundo global, virtual y digital que nos rodea y oprime, necesita más que nunca de ese humor ácido, inteligente, liberal y sofisticado, profundamente crítico e irónico, que fue su marca personal. La última carcajada de Jules Feiffer resuena desde el más allá mientras Trump asume la presidencia de su país, el puritanismo woke hace retroceder la libertad sexual y el fantasma del antisemitismo recorre de nuevo Europa. Pequeños asesinatos sin importancia.