Ensayo

Lugares

Marie Luise Kaschnitz

11 octubre, 2007 02:00

Trad. y notas de F. Fernández Pre-Textos, 2007. 247 pp, 22 e.

En el prólogo a su estupenda traducción, Fruela Fernández describe estos sorprendentes "lugares" de Kaschnitz como una "miniatura de Europa, concentrada, ceñida a una pequeña margen". Tal vez habría que decir una "miniatura emotiva de Europa". Marie Luise Kaschnitz (1901-1974), de quien hasta la fecha no se conocía ni una sola traducción en castellano, pertenece a esa larga tradición abierta fundamentalmente por autores ingleses y alemanes, en la que el viaje, y la literatura que lo describe no se concibe sino bajo su aspecto emocional. No queremos que se nos dé cuenta del paisaje exótico, sino más bien las emociones que ha despertado, y la misteriosa manera en la que esas emociones se han imbricado en ese otro tejido no menos extraño ni exótico de la vida. Los "lugares" de Kaschnitz conciben el viaje de una manera estática y emocional: allí donde se ha despertado la emoción ha quedado ésta inmediatamente vinculada y absorbida por el paisaje, por la habitación, que conformaba su marco.

Los textos de Kaschnitz son breves, certeros, estáticos. Hasta su naturaleza breve reproduce a la perfección esa impresión fugaz, como de inventarial, de quien viaja y sólo puede ver las cosas fugazmente. Y sin embargo no hay ni uno solo de esos lugares que no esté unido a una honda experiencia vital; desde la sala de paritorio hasta la habitación de hotel en la que recibe la noticia del cáncer de su marido, el Berlín de la guerra y la Roma de los años 30, Túnez, Baviera, Nápoles, lugares que se sobreviven, o a los que uno sobrevive, a los que antaño se amó y que de pronto segregan una sensación de infierno porque remarcan la ausencia de quien estuvo en ellos, o lugares nunca vistos, que de pronto adquieren para la autora una entidad extraña porque "también en otras ciudades, desconocidas para mí, tengo vidas ajenas y extrañas de las que no puedo liberarme".

El libro de Kaschnitz tiene la virtud impagable de esos textos que se integran en la vida del lector como un recuerdo asumido. Con respecto a ciertos pasajes, al cerrar la última página, resulta confuso pensar si ciertas cosas las recordamos porque la hemos leído o porque las hemos vivido, hasta tal punto la vida está imbricada en ellos, la vida real, mezquina y luminosa. Los lugares, al fin, no son más que el trasunto móvil y elástico de los sentimientos que se han producido en ellos, y en estos de Kaschnitz hay una figura que los trasciende y unifica: la de su marido ausente, muerto once años antes. "En los viajes, lo que aún me sigue atormentando más de una década tras tu muerte: el pensamiento de que tú, despacio al principio, después con una velocidad creciente, te vas alejando de mí, el pensamiento de que los muertos viajan más deprisa que cualquier cohete y que se prueba en que nunca te alcanzo, no te encuentro ya en ningún lugar". La muerte, el estar muerto, es también para Kaschnitz un lugar, pero en este caso uno que se decora a su gusto con aromas y sones, balanceos, recuerdos amorosos y paisajes soñados, lo que no evita que en muchos momentos pueda convertirse también en una sala de torturas. Si la vida es "errancia, hambre y bombardeos", también es "un piadoso temor y temblor" ante lo bello. "¿Alguna vez llegará el descanso?" -se pregunta angustiada, y de pronto surge una respuesta rotunda, afirmativa: "Si, llega, llegará".