Image: Decidme cómo es un árbol

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Ensayo

Decidme cómo es un árbol

Marcos Ana

29 noviembre, 2007 01:00

Marcos Ana. Foto: Marcos Macarro

Prólogo de José Saramago. Umbriel. Barcelona, 2007. 382 páginas, 12’50 euros.

A pesar de que este libro roza las 400 páginas, la impresión que se tiene al leerlo es que apenas si consigue entrar en materia. Lo que intenta abarcar, efectivamente, daría para muchos tomos: la experiencia de un hombre (el militante comunista Fernando Macarro Castillo) que vivió la derrota republicana en la Guerra Civil, pasó veintitrés años ininterrumpidos en prisión y, tras ser liberado, se exilió y se convirtió en símbolo vivo de las víctimas de la represión franquista, a las que puso voz y rostro en numerosos actos organizados por su partido y otras organizaciones afines por todo el mundo. Ya en la cárcel, Macarro empezó a escribir una poesía sencilla y, en sus propias palabras, "necesaria", que firmaba con el pseudónimo "Marcos Ana", y que, difundida en el exterior por el potente aparato propagandístico comunista, contribuyó a infundir ánimos y esperanzas en quienes confiaban en una más o menos inmediata restauración democrática en España.

Sorprende, pues, que una persona que hizo de la palabra escrita un instrumento básico de supervivencia y reafirmación haya tardado tanto en dar a la imprenta unas memorias. Y es posible, en fin, que esta demora sea la causa de que el lúcido octogenario que las redacta haya optado por atenerse a las líneas generales del cuadro, prescindiendo de los detalles. Lo que, en su caso, aunque no reste valor testimonial a su libro, si actúa en detrimento de la intensidad dramática y literaria que cabría esperar; de la que no carecen, en todo caso, las páginas dedicadas a narrar las múltiples penalidades sufridas en las cárceles franquistas por los presos del bando derrotado.

Es ésta la parte del libro que se lee con mayor interés, sin que el lector pueda evitar formularse mil preguntas sobre algunos de los temas enunciados: la cotidianidad de la vida en prisión, el aparato clandestino que mantenía la moral de los presos, las relaciones de éstos con sus guardianes, la percepción que tenían de la realidad exterior, etc. Preguntas cuyas respuestas, cuarenta años después, no acaban de concretarse en el relato de quien, seguramente, a fuerza de depurarlo durante años, ha terminado reduciéndolo a un cierto esquematismo.

Esquematismo que, por fuerza, se intensifica cuando el narrador se aparta del mundo carcelario y pasa a dar cuenta, con la ayuda expresa de su dossier de prensa, de los numerosos actos de solidaridad y denuncia en los que participó tras su salida de la cárcel. Echa uno de menos el necesario distanciamiento crítico que cabría esperar de quien ha podido comprobar en primera persona cómo las esperanzas e ilusiones que sustentaban ese esfuerzo propagandístico no llegaron a concretarse en la realidad. La España democrática no validó el protagonismo que los comunistas habían asumido en la lucha contra el franquismo. Y, tras la caída del Muro de Berlín, la suerte de éstos tampoco ha sido mucho mejor en el resto del mundo. Y eso, que otras víctimas de la opresión han sabido ver con meridiana claridad, no debería haber pasado desapercibido a este curtido luchador.