Image: La justicia de los vencedores. De Nuremberg a Bagdad

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Ensayo

La justicia de los vencedores. De Nuremberg a Bagdad

Danilo Zolo

6 diciembre, 2007 01:00

Sadan Husein, durante su juicio. Foto: Archivo

Traducción de Elena Bossi. Trotta, 2007. 208 pp., 15 euros

En esta obra del profesor italiano Danilo Zolo, catedrático de Filosofía del Derecho en Florencia y presidente del centro Jura Pentium, fundado en 2000 para el estudio del derecho internacional y de la política global, descubrimos inteligencia, provocación, mil sugerencias, una crítica frontal de lo políticamente correcto y, al mismo tiempo, cierto desorden y demasiado catastrofismo.

Aunque pegado a la actualidad -la edición italiana se publicó en junio de 2006, pero el prólogo de la edición española, en la que se hace eco de las últimas noticias en Iraq, Afganistán, Líbano y Kosovo, está escrito en octubre de 2007-, La justicia de los vencedores es un excelente estudio académico, nada que ver con los panfletos que, en defensa de conclusiones similares, llenan hoy las librerías y alimentan el antiamericanismo.

Zolo defiende tres ideas: que sólo las guerras perdidas son crímenes internacionales, que la justicia internacional está al servicio de las grandes potencias y que las Naciones Unidas y el derecho internacional se limitan a legitimar el statu quo de los más fuertes. Nada originales, pero pocos las han desarrollado con tanta claridad.

"Sólo las guerras perdidas son crímenes internacionales, mientras que las guerras ganadas, aunque se trate de guerras de agresión con violaciones graves del derecho internacional, no están sometidas a reglas y los vencedores no sufren sanción alguna", escribe el autor. Apoyándose, sobre todo, en la obra y en el pensamiento de C. Schmitt y de H. Kelsen, tras repasar la evolución del concepto de guerra desde la Edad Media, desmonta, uno a uno, los argumentos utilizados por la Administración Bush y sus aliados para justificar las llamadas guerras preventivas y humanitarias al margen de la ONU y del derecho internacional.

En apoyo de su segunda tesis, según la cual la justicia internacional "sirve a los intereses de las grandes potencias, que son tales gracias sobre todo a su enorme superioridad militar", ofrece numerosos ejemplos, pero ignora las excepciones que, para otros, como Habermas o Ignatieff, alumbran un nuevo horizonte, más esperanzador que el dibujado por Zolo. Los dos problemas principales en la tesis de Zolo son la omisión de proyectos como el europeo desde los años 50, que rompen las tesis del autor, y la coartada perfecta que un análisis escrupulosamente jurídico o normativo de la realidad internacional brinda a los antisistema de todos los pelajes. Llevados a sus últimas consecuencias, los argumentos de Zolo justificarían el procesamiento de los dirigentes de todas las grandes potencias, imperiales y estatales, en la historia de la humanidad. Tan culpables serían, por guerras de agresión, Truman como Hitler, Reagan como Jomeini, Solana y Clinton como Milosevic, y Bush como Bin Laden. Evidentemente, es ir demasiado lejos.

Tampoco se trata de una versión original. Las tesis principales de Zolo las comparte la mayoría de los autores más representativos de la izquierda. La diferencia está en que el profesor italiano lo hace desde una sólida base jurídica, huyendo en todo momento de la banalidad o del testimonio periodístico improvisado.

Bien documentado, pocos internacionalistas discuten hoy su denuncia principal: la existencia de un sistema internacional dualista, con una justicia a medida de las grandes potencias, que "gozan de absoluta impunidad tanto por los crímenes de guerra como por las guerras de agresión de las que fueron responsables en los últimos años, enmascarándolas como guerras humanitarias para la protección de los dere-
chos humanos o como guerras preventivas contra el terrorismo global".

Criticar lo que hay siempre es más fácil que ofrecer alternativas serias. Tras analizar la criminalización de la guerra, las serias limitaciones de los nuevos tribunales ad hoc y del Tribunal Penal Internacional, la muralla de intereses que impide reformar la ONU y el poder estadounidense, que no duda en calificar de imperial, concluye: "La alternativa (de lo que hay), en teoría, sería muy simple, aunque en la práctica es, si no imposible, difícil de realizar. Sería necesario liberar al mundo del dominio económico, político y militar de los Estados Unidos y sus aliados europeos más cercanos" (p. 156).