Image: David y Salomón

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Ensayo

David y Salomón

I. Finkelstein y N. Asher

3 enero, 2008 01:00

Salomón Ungido Rey, de L. Giordano. Foto: Archivo

Siglo XXI, 2007. 322 pp., 26 e. Los cristianismos derrotados. Antonio Piñero. Edaf, 2007. 325 pp., 21 euros

El libro de Finkelstein y Silberman sobre David y Salomón es una buena muestra del nivel que se ha alcanzado en el conocimiento de la historia de Israel. Durante siglos, se supuso que era la historia que relataba la Biblia. Pero el estudio histórico crítico del propio Libro de los libros, los avances en el conocimiento de narraciones de otros pueblos antiguos del Creciente Fértil y los descubrimientos arqueológicos en suelo de tradición israelí han dado un cúmulo de elementos de juicio con los que no cabía soñar hace cien años. Y una de las conclusiones a que ya se ha llegado hace tiempo es que los relatos que se contienen en la Biblia empiezan a parecerse a lo que verdaderamente sucedió precisamente cuando abordan la época que media entre Saúl y Salomón. Hasta esos tiempos, ni los documentos de pueblos próximos ni la arqueología coinciden con lo que se narra en la Biblia. En adelante, sí. Pero de forma paulatina: en un proceso de aproximación entre ficción y realidad que duró unos 200 años, entre el siglo X y el VIII antes de la era cristiana.

David y Salomón vivieron en el límite de esa censura y los autores de este libro se esfuerzan en rehacer su historia real con los datos arqueológicos y epigráficos principalmente. El resultado es sorprendente: en esos doscientos años, se llevó a cabo un proceso de idealización que ofrece innumerables aspectos. Sólo señalo uno para que se comprenda la magnitud del proceso: en los días de Salomón, Jerusalén no era la ciudad fastuosa de que se habla en la Biblia, sino una aldea de pastores. ¿Por qué se desarrolló esa sublimación? Sin duda, por la misma importancia real que fue adquiriendo el pueblo hebreo entre los siglos X y VIII. La conciencia de esa importancia llevó seguramente a explicarla por medio de recuerdos de lo que había sido su historia hasta entonces y esos recuerdos fueron ahormándose a la realidad del momento de plenitud en que se contaban. Se olvidó que unas mismas palabras -que describían hechos- tenían un significado muy diferente doscientos años atrás. Los autores tienden a interpretarlo en clave de sospecha; recurren a lo que suele recurrirse en estos casos, cualquiera que sea la época y el pueblo que se estudia: a suponer que los sucesores ricos de los que fueron pobres necesitan legitimarse falseando el pasado. Es posible que fuera así; pero no es imprescindible. Además, los hallazgos arqueológicos y documentales son tan elocuentes como escasos y una investigación como ésta tiene mucho de encaje de bolillos y, por lo tanto, no poco de conjetura. Pero vale la pena. La idealización concretamente de David -presunto bandolero en sus orígenes reales- fue tanto más importante cuando mayor trascendencia se dio a su linaje, que culminaría con el Mesías.

Y con el Mesías enlaza el libro de Antonio Piñero sobre los cristianismos alternativos. Habla, claro es, de los que quedaron expuestos en las narraciones que se suelen llamar apócrifas, en cuyas versiones griegas Piñero es un especialista más que notable. El autor parte de un supuesto que deja claro en la primeras páginas sin entrar en la discusión que hay tras ello: Jesucristo no habría sido más que uno de los promotores de lo que luego fue la religión cristiana. Piñero da por válida la datación de los evangelios como obra de tercera generación (y, por tanto, también idealizada), según la exégesis que propuso Bultmann desde 1921 y que penetró en el mundo católico en los años sesenta del siglo pasado. No se hace cargo -no menciona- los problemas de datación que se han suscitado en el medio siglo último a raíz de diversos hallazgos, varios de los cuales apuntan en sentido contrario: según ellos, al menos los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas habrían sido escritos a partir del año 40, poco después, por tanto, de la muerte y resurrección del Cristo Jesús. Y esta cuestión es decisiva para la validez de la interpretación que recorre toda la obra de Piñero. Con esa salvedad, maneja los apócrifos como el estudioso consumado que es.