Image: El Greco o El secreto de Toledo

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Ensayo

El Greco o El secreto de Toledo

Maurice Barrès

17 enero, 2008 01:00

Así vio el greco la noche toledana. Foto: Archivo

Trad. Yolanda Morató. Almuzara. Córdoba, 2007. 226 páginas, 15 euros

Mientras no tengamos presto el historial de nuestra raza -decía un poco pomposamente Ortega refiriéndose a la novela corta Un aficionado de almas de Barrès- habremos de contentarnos con poéticas interpretaciones de nuestro carácter en las que no podremos creer sino a medias y entre sonrisas". Este librito, en el que se recogen textos de distinta procedencia, quedan recopilados los trabajos de asunto español que fue escribiendo Barrès entre 1892 y 1902. Unos literarios y de importancia menor y pintorequista, se convirtieron poco menos que una especie de guía de viajes ilustrada, con el tono un tanto arrogante de quien cree descubrir mejor el espíritu de un lugar que sus propios habitantes. Impregnados de folclore a lo Gautier, y con títulos tan disuasorios como De la sangre, la voluptuosidad y la muerte, Barrès, si bien no llegó a comprender gran cosa por lo menos -nuevamente en palabras de Ortega, esta vez guasón- "consiguió que las lindas mujeres de Montmartre vinieran a los campos andaluces y castellanos para ver cómo manaba la energía". Los textos recogidos bajo este epígrafe son, en cualquier caso, buena muestra de cómo se consolida el tópico sobre España ("el país más desenfrenado del mundo" literalmente), escritos a la moda, en un tono decadentista o romántico, según se amoldara a la peculiar sensibilidad del autor en ese momento pero continuando una línea bien trazada que comenzó con Gautier y concluye en Merimee.

Resulta sorprendente, sin embargo, que unos textos que tan torpemente recogen el espíritu de nuestro país, hayan salido de la misma mano que el pequeño ensayo sobre el Greco que también se compila en esta edición, y que en algunos párrafos llega a ser una auténtica delicia. Ocurre -con más frecuencia en el plano plástico que en literario- que un extranjero, sorprendido por la novedad de un medio desconocido, se apodere mejor de sus matices y logre interpretarlo con mayor acierto que los naturales del país de más talento. El Greco manifiesta en su obra lo que en opinión de Barrès es propiamente específico del alma española y de su paisaje; la exaltación del sentimiento, la moralidad, el estatismo, con magnífica sangre fría elimina todo cuanto no considera esencial y se dispara violentamente hacia lo que constituye para él lo absoluto. El Greco no es un demente, sino una especie de obstinado caballero españolizado por su paisaje que trabaja como si no conociera las reglas. Vive toda su vida con las mismas ideas; las recoge, las remacha, las madura en su alma y las lleva de cuadro en cuadro, lejos de la alegría folclórica o de la euforia de la sangre y la voluptuosidad que comentaba Barrès en sus textos más literarios, el académico francés percibe aquí con mucha más intuición que el alma española de la que en cierta medida se apodera el Greco, es más bien contemplativa, y que España es un pueblo triste, de una melancolía fúnebre.

"Me seducirían menos los escombros de Toledo -llega a decir en una ocasión- si no viera en ellos, gracias al Greco, los colores y las grandes líneas del misticismo que abrigaron", dando la perfecta vuelta de tuerca que hace entender este texto, y que lo vuelve hermoso. Barrès filtra la emoción de Toledo a través de esa otra emoción del Greco, al igual que con mucha frecuencia un viajero filtra el paisaje que contempla, a través de lo que ha leído u oído antes de visitarlo, dispuesto tan solo, no a poner en tela de juicio lo que ve, sino a confirmar lo que ya creía saber, y por eso solo toma por ciertas las señales que le confirman. Barrès quería ver en el Greco una especie de Quijote españolizado por su paisaje, un caballero que pensara las cosas deformándolas y volviéndolas, así, admirables. Delante del paisaje castellano, igual que don Quijote ante los libros, el Greco olvida sus habilidades y crea una retina nueva, unas manos de niño, una conciencia de primitivo para decir sólo, y de una manera frontal y directa, lo que le interesaba decir.

"Hay una palabra francesa que expresa a la perfección la sensación que obtenía viajando: Dépaysement. ¿Qué era esta sensación? Trataré de explicarla. Era la sensación del viajero que, tras algunas horas de vuelo, ha aterrizado en el aeropuerto de una ciudad desconocida y ahora, sentado en el autobús que le lleva al hotel, observa las calles que va cruzando. Está cansado y aturdido, no sabe nada del país, no tiene curiosidad alguna ni intención de quedarse mucho tiempo. Por último desconoce también el idioma en el que le hablan y están escritos los letreros de las tiendas. En estas condiciones, una casa es verdaderamente y tan solo una casa, un árbol es tan solo y verdaderamente un árbol, una mujer, un niño, una plaza, una nube, son tan solo y verdaderamente una mujer, un niño, una plaza, una nube".

(Alberto Moravia, La atención)