Image: Las religiones asesinas

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Ensayo

Las religiones asesinas

Élie Barnavi

17 enero, 2008 01:00

Élie Barnavi

Tradución: Carmen García Cela. Turner. Madrid, 2007. 128 páginas, 12 euros

éste es un libro breve, claro e inteligente. Es posible que peque adrede de sencillo. Tiene la erudición imprescindible y no da demasiadas vueltas a la búsqueda de matices. La finalidad es explícita: el autor, élie Barnavi (Bucarest, Rumania, 1946) nos avisa de que el terrorismo islámico va a ser el gran reto del siglo XXI y que hay que dejarse de engaños. Escuetamente, enumera primero una serie de frases del Corán que son una llamada expresa a la violencia y, cuando uno ha quedado convencido con eso, incluye otra enumeración de frases coránicas que son una llamada al apostolado pacífico y a la caridad. En el fondo, subyace la idea de que las religiones, en sí mismas, no tienen por qué orientarse hacia el terror, pero que en realidad casi todas ellas admiten una interpretación pacífica y otra violenta.

Al final de Las religiones asesinas queda claro que toda religión nace como un germen que adquiere sus perfiles reales en la historia. Sólo que a veces -ésta es la tesis de Barnavi- aparece alguien que quiere volver a los orígenes: es el fundamentalista. Digo que lo dice el profesor Barnavi, porque, en consecuencia, señala a Erasmo de Rotterdam como un ejemplo vivo de fundamentalismo, aunque fuera pacífico. Es más convincente cuando dice que, entre los fundamentalistas, es relativamente frecuente que haya quien da un segundo paso y recurre a la violencia. Enumera ejemplos importantes en el catolicismo, en el judaísmo, en el protestantismo... y se detiene en el Islam por la sola razón de que es el toro que nos toca lidiar.

La tesis es convincente. élie Barnavi deduce taxativamente, de ello, que hay que dejarse de diálogos y alianzas de civilizaciones cuando con gentes que no quieren ni aliarse ni transigir. Y que todo lo que sea adentrarse por ese camino es un error que pagaremos. Pide, en suma, que el Estado -o sea los gobernantes- ponga las cosas en su sitio por medio de la ley y del ejercicio de la justicia, sin contemplaciones.

Así, Barnavi parece inclinarse por el planteamiento francés: el Estado como garante de las libertades incluso para los que no desean ser libres (y de ahí lo de impedir que lleven velo las mujeres que quieren llevar velo). No le gusta la solución estadounidense, que considera fundamentalista (pacífica). Pero no se le oculta que las rebeliones juveniles de los suburbios de algunas ciudades francesas, en los últimos años, prueban que hay otros factores que influyen en todo esto. Y son infinidad. No los sistematiza; van apareciendo en el libro y, por eso, pueden dar impresión de que el autor se contradice con ello. Pero lo cierto es que la gente es variopinta y cada cual se anima a hacerse terrorista por las inclinaciones más diversas que se puedan imaginar.

El profesor y ex embajador Barnavi no lo afirma; pero, en lo que afirma, se percibe una vez más la posibilidad de que, en el fondo, haya un ingrediente nihilista en el mundo islámico actual; ingrediente que quizá no terminamos de conocer y mucho menos comprender. En parte, el terrorismo islámico reproduce el placer de matar por el mero hecho de matar que se está registrando con asombro en la católica Iberoamérica, de uno a otro extremo. Claro que allí es justamente un síntoma de retroceso del catolicismo y que es llamativo que el fenómeno se repita en el Islam, donde no parece que se pueda hablar de retroceso alguno, sino de todo lo contrario. En este sentido, de pasada, se hace una acotación en el libro que no hay que echar en saco roto: la fijación del centro de la Iglesia en Roma -comenta Barnavi- fue una decisión genial para reforzar el poder y, por tanto, fortalecer la propia Iglesia, al situar el trono del papa lo más cerca posible del del emperador y, en teoría, por encima de éste. Pero fue también su sentencia; porque lo que se provocó de ese modo fue justamente el fortalecimiento del estado. Así, podría decirse que la Iglesia vino a ser la creadora del estado, que fue el instrumento para, después, reducir a la Iglesia al ámbito privado, del que nunca -dice Barnavi (y Dios le oiga, si es que lo entendemos igual)- podrá salir.

En las religiones donde el poder civil y el religioso se confunden, las cosas están llamadas a ser bastante peores. Y es el problema es que ése no es ya sólo el problema de los países islámicos, sino de más de media Europa.

Israelí de origen rumano, élie Barna-vi estudió Historia y Ciencias Políticas en la Universidad hebrea de Jerusalén, en la Universidad de Tel Aviv y en la Sorbona. Embajador en Francia entre 2000 y 2002, hoy es profe-

sor de Historia de Occidente en la Universidad de Tel Aviv, donde dirige el Centro de Estudios Internacionales. También es director de estudios del Instituto de Defensa Nacional y miembro del movimiento Paz ahora, y dirige el comité científico del Museo de Europa en Bruselas. Además de esta historia de las religiones asesinas, es autor de Una Historia moderna de Israel, Historia universal de los judíos, Carta abierta a los judíos de Francia y El partido de Dios. En Las religiones asesinas escribe: "El fundamentalismo revolucionario es un sistema en el que la religión se aplica al campo político en su conjunto, reduciendo la complejidad de la vida a un único principio explicativo, violentamente excluyente con todos los demás. Al igual que el comunismo o el fascismo, funciona como una ideología totalitaria".