Image: Hacia una espiritualidad laica

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Ensayo

Hacia una espiritualidad laica

Marià Corbi

20 marzo, 2008 01:00

San Pablo, visto por El Greco

Herder. Barcelona, 2008. 352 páginas. 22 euros / Jesús, símbolo de dios. Roger Haight. Trotta. Madrid, 2008. 592 páginas. 40 euros. / San Pablo en sus cartas. Mariano Herranz. Encuentro. Madrid, 2008. 358 p&a

La amplitud de posibilidades que hay en la oferta actual de libros sobre religión es fiel reflejo de ese rasgo cultural de nuestro tiempo que es el pluralismo enorme del propio punto de partida. De los últimos publicados, llaman la atención en ese sentido tres: uno es Hacia una espiritualidad laica: Sin creencias, sin religiones, sin dioses (Herder) del filósofo valenciano Marià Corbí, que dirige en Barcelona el Centro de Estudio de las Tradiciones Religiosas. El segundo es Jesús, símbolo de Dios, del teólogo anglosajón Roger Haight (Trotta). El tercero es San Pablo en sus cartas, de Mariano Herranz, un exégeta pionero (y no sólo en España) que leyó la tesis doctoral en la Universidad Comillas en 1977 (Huellas de arameo en los Evangelios, Ciudad Nueva, 1997); probaba en ella que varias de las frases confusas o incluso contradictorias que hay en el Nuevo Testamento (todo él, como se sabe, escrito en griego) se resuelven si se admite la posibilidad de que se trate de frases expresadas originariamente en arameo.

En el plano internacional, ni su propuesta (ni la del grupo de exégetas que le han seguido) ni la de otro exégeta eminente español que fue Alejandro Díez Macho (cuyos hallazgos son de naturaleza muy distinta pero tienen que ver también con el arameo) han sido digeridas todavía. Implican la revisión de una parte notable de la tradición exegética del siglo II en adelante, y eso tanto entre conservadores como entre progresistas y francotiradores, sean católicos, protestantes o agnósticos. Los hallazgos de Díez Macho comenzaron a finales de los años cuarenta y aún no ha cesado la polémica internacional que se suscitó. Con razón tardó Herranz veinte años en publicar su tesis doctoral. En el libro de ahora, rehace con enorme sencillez, claridad y enjundia los rasgos caracterológicos de san Pablo y su actitud mental ante los retos que asumió. No hay alarde de erudición, pero se percibe un conocimiento profundo de las tres lenguas bíblicas y la solidez de hipótesis inicial, la de las huellas arameas.

El libro de Mariano Herranz -un ahondamiento psicológico y lingöístico- en las cartas de Saulo sólo se entiende a partir del presupuesto de que lo mejor para enterarse de quién fue san Pablo es indagarlo en los documentos que hablan de él y en aquellos en los que se expresó él mismo. ésa es la disyuntiva que Haight resuelve de otra forma muy diferente: para él, no importa tanto lo que dijeran Saulo o el propio Jesucristo como lo que, de ello, puede aceptar un filósofo postmoderno. Para ello, hace un esfuerzo ingente. Su libro es una larga disquisición epistemológica cuajada de matices. Para lograr lo que pretende, ha de asumir un método basado en una filosofía -la postmoderna- radicalmente relativista y subjetiva y emplearlo para algo tan contrario como presentar lo que se presentó a sí mismo como la verdad, el camino y la vida. Su solución va por la vía de proponer a Cristo como el símbolo de Dios. El pormenor de lo que entiende por símbolo y de cómo es posible ahormar el cristianismo a esa propuesta es lo que constituye el sutilísimo hilo conductor de su reflexión.
Ante la misma disyuntiva, Corbí concluye que, en realidad, no hay manera de asimilar el cristianismo a la mentalidad actual, y no porque lo impida la filosofía postmoderna, sino porque, a su juicio, tanto esa filosofía como el cristianismo son fruto de una determinada época de la historia que sólo pueden adecuarse, por tanto, a la forma de vida en la que surgieron. El cristianismo es propio de una sociedad ganadera -arguye- y estamos en una sociedad tecnológica, en la que no caben ni él ni religión alguna, y eso porque hoy sabemos -explica- que todos los aspectos de nuestro destino están exclusivamente en nuestras manos.

La verdad es que una afirmación de esta envergadura sólo se puede hacer en el Primer Mundo y con muchas reservas. Pero Corbí subraya que siempre ha sido así, por más que sólo nos hayamos enterado en el siglo XX.