Image: Cartas de Vicenta Lorca a su hijo Federico

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Ensayo

Cartas de Vicenta Lorca a su hijo Federico

Vcenta Lorca

27 marzo, 2008 01:00

Foto: Archivo

Ed. de Víctor Fernández. Prólogo de Lluis Pasqual. RBA. 2008. 127 páginas, 18 euros

A primera vista, este espaciado epistolario puede parecer un simple aporte documental a la bibliografía lorquiana. Lo es, por supuesto, y no desdeñable, ya que, además de permitirnos recorrer diversos hitos de la vida de Federico García Lorca desde la perspectiva de su círculo familiar, ofrece algunos datos de primera mano sobre aspectos cruciales de su trayectoria literaria y de la inevitable interacción de ésta con su mundo íntimo y privado. Pero este libro es algo más: supone también un valioso documento sobre el modo de pensar y actuar de una familia andaluza liberal en una época de rápidos cambios, y del decisivo apoyo que ese sustrato tolerante y moderadamente progresista podía suponer para las expectativas y proyectos de los vástagos.

Se entenderá, pues, que leamos estas cartas con un sentimiento de simpatía, suscitado no sólo por la que despierta la personalidad del poeta al que van dirigidas, sino también por un entorno familiar que aún hoy nos parece singularmente favorable, y que contrasta de modo dramático con la conflictiva realidad de un país que, coincidiendo con el último tramo de este epistolario, se aprestaba a un sangriento enfrentamiento civil. Sólo en contadas ocasiones logra esa realidad abrirse paso en esta correspondencia íntima: cuando Vicenta manifiesta a su hijo su preocupación por Fernando de los Ríos, encarcelado a raíz de la intentona republicana de Jaca.

Se dirige Vicenta Lorca a un hijo que ya conoce las mieles de la gloria literaria y asiste en Argentina al estreno de algunas de sus obras. Previamente estas cartas han seguido al poeta durante su conocida estancia en Nueva York, que dejaría una huella tan destacada en su obra. Y, antes aún, han ido tras sus pasos en su primera escapada madrileña, en la que estrena sin éxito El maleficio de la mariposa (1920) y termina de componer y ordenar su Libro de poemas (1921). La madre del poeta se muestra al tanto de los progresos del hijo, pasa delicadamente por los correspondientes sinsabores e incluso aventura algún que otro consejo, no sólo de índole general (que sea constante, que no se dé mala vida, etc.), sino también de pura estrategia literaria, como cuando le aconseja, en 1926, que acuda a Granada para ofrecer sus piezas teatrales a Margarita Xirgu, que estrenaba obra en esa ciudad.

Denota doña Vicenta, en éste y otros comentarios, su sensibilidad y curiosidad, contenidas en el molde de una ama de casa que, dentro de su mundo acotado y subordinado al marido, gobierna su esfera con singular sabiduría y ejerciendo ese poder en la sombra que las mujeres de entonces ejercían en lo privado, y que las capacitaba para mediar en los conflictos entre hijos y padres y, frecuentemente, para ocultarles a estos últimos lo que no tenían por qué saber.

Quizá incurramos en una extrapolación abusiva si concluimos que la sensibilidad del poeta, su capacidad para captar los detalles próximos del entorno familiar y doméstico y su conocimiento del alma femenina deben más a la fascinante personalidad de la madre que al carácter reservado y realista del padre. Parece claro, en todo caso, que la primera medió eficazmente para que el hijo pudiera desarrollar su vocación y recibir el apoyo económico de la familia.

Aunque tampoco falta en estas cartas una cierta reserva, que suponemos calculada. Nada se dice en ellas de los estados de ánimo del poeta, de sus sentimientos, de las expectativas que pudiera tener puestas en él una madre orgullosa de los nietos que le había dado su hija mayor, Conchita. Esa reserva es también muy lorquiana.