Image: Correspondencia entre Jean Cassou y Jorge Guillén

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Ensayo

Correspondencia entre Jean Cassou y Jorge Guillén

Jacinta Cremades (ed)

3 abril, 2008 02:00

Jorge Guillén. Foto: Fundación Jorge Guillén

Introducción, notas y traducción de J. Cremades. El Justicia de Aragón. Zaragoza, 2008. 190 páginas, 15 euros


Fruto de la tesis doctoral de Jacinta Cremades, este epistolario viene a ofrecer una faceta más, muy interesante, en la configuración de esa "autobiografía colectiva" que conforman las innumerables cartas cruzadas entre los poetas del 27 y su entorno. Documentan una amistad de la que hay escasas referencias explícitas en la obra de Jorge Guillén (1893-1984) -quien incluiría en Homenaje unas "variaciones" sobre sonetos de Jean Cassou (1897-1986)-, y también, como señala Germán Gullón en las palabras liminares, saldan una deuda con este polifacético escritor francés que fue, con Mathilde Pomès, uno de los primeros difusores fuera de España de la espléndida "brigada" de poetas del 27, como la llamaría Cassou en otro lugar.

Desde su encuentro en la Sorbona, donde Guillén se iniciaba como profesor, más de sesenta años de amistad abarcan estas ciento cincuenta y una cartas cruzadas entre ambos entre 1918 y 1982 y que ofrecen muy variadas observaciones sobre la nueva poesía y sobre los autores preferidos -Charles Baudelaire, Arthut Rimbaud, Paul Valéry, Rubén Darío, Walt Whitman, etc.-, así como sobre la obra propia en marcha. En su introducción, Jacinta Cremades analiza las etapas de esta íntima amistad y las opiniones sobre los textos y los libros que los dos se fueron enviando a lo largo de los años. Documenta también con detalle algunos de los principales episodios aludidos, como las crecientes discrepancias de Jean Cassou con el partido comunista francés o la indignación de Guillén por la tesis de Jean Louis Schonberg en su libro sobre García Lorca (1956), que atribuía sólo a razones sexuales, y no políticas, el asesinato del poeta granadino.

García Lorca ocupa muchos momentos de este prolongado epistolario, donde vemos a Guillén tratando de publicar en Francia, íntegra, sin los cortes de la censura, su semblanza Federico en persona que prologaba la obra lorquiana en la edición de Aguilar, o lo vemos de nuevo indignado por algunas actitudes ante la figura del gran poeta: "Cosa increíble, los ‘jóvenes’ españoles niegan a Lorca. No los franquistas. ¡Los otros! Es un caso de mezquindad intolerable. Alfonso Sastre ha dicho en una entrevista -yo la he leído- "sólo admiramos a Lorca como mártir de la libertad" (20-V-1968).

Son muchas, claro está, las referencias a los amigos del 27, pero también encontramos abundantes menciones de muchos otros, como Unamuno, Machado, Gómez de la Serna, Corpus Barga o Juan Ramón Jiménez, a quien Guillén felicitó por el Nobel a pesar de su ácida e interminable controversia: "¡Juan Ramón, premio Nobel! Con absoluta sinceridad, con gran alegría, he enviado a Puerto Rico un telegrama. ‘Enhorabuena de todo corazón’ (29-X-1956)".

Amistad y poesía unidas, estas cartas expresan, a pesar de las diferencias ideológicas, una comunidad de visión de la realidad española -"Lo de España es como si no tuviese remedio. Tú crees en el ‘hombre español’, yo también, a pesar de todo. Pero qué lenta es a veces la historia" (Guillén, 4-VI-1970)-, pero también un mismo modo de entender la vida como un deber de dicha, como una apertura a la compañía esencial que se va formulando cada vez más rotundamente con el paso de los años: "Ese deseo de superar el yo individual es un santo deseo. Y nunca nos cansaremos de condenar le moi haïssable, tan opuesto al moi adorable del adorable Valéry" (Guillén, 20-IV-1974).

El intenso afecto que mantuvieron ambos amigos se hace explícito en muchos momentos -"Le dije a Pedro [Salinas] en la dedicatoria de Cántico: ‘Amigo perfecto’. Te lo digo también a ti. Amistad tan continua, ‘adhesión’ tan fiel me conmueven" (26-V-1957)- y lo testimonian también las numerosas confidencias sentimentales y familiares, como el enamoramiento de Guillén por Irene Mochi Sismondi, o como la larga y emocionante carta final de Cassou, ya en abril de 1982, en la que reflexiona sobre la muerte de su esposa Ida.

Cartas apasionantes éstas, de espléndida prosa, nutridas de datos y de calor humano, Jacinta Cremades nos ha permitido con ellas, por añadidura, conocer mejor a un Jean Cassou que fue, además de un activo escritor y dinamizador de la renovación literaria francesa, uno de los mejores y más tempranos exégetas guillenianos.