Image: Némesis. La derrota del Japón

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Ensayo

Némesis. La derrota del Japón

Max Hasting

3 abril, 2008 02:00

Desembarco de Macarthur en Leyte (Filipinas). Foto: Archivo

Trad. C. Belza y G. García. Crítica. Barcelona, 2008. 844 pp. 29’90 euros

En la II Guerra Mundial, como señala Max Hastings, hubo realmente dos guerras muy distintas en las que el peso primordial de los recursos y la atención política se concentró en Alemania, a quien los Aliados, con razón, consideraban el enemigo más peligroso. No por ello el escenario del Pacífico careció de entidad, de hecho fue un teatro de operaciones bastante más vasto que el europeo. Sobre la investigación original, son dignos de atención los datos sobre la intervención soviética en Manchuria, estrechamente rela- cionada con los episodios nucleares y en íntima combinación con el designio expansionista de Stalin en Asia. También tiene interés la crisis china, con la estéril apuesta de EE.UU por los nacionalistas de Chiang Kai Shek para que abrieran un frente que fijara a las tropas japonesas, cuando aquél en realidad se desentendía preparándose para la inminente guerra civil contra los comunistas de Mao. Por último, se aclara la sorprendente desaparición del escenario militar de las fuerzas australianas.

Hastings reconstruye con destreza y sin ocultar ningún horror un relato de las peripecias de los individuos que sufrieron y protagonizaron el conflicto, desde los marines y quienes se les resistieron, a la población asiática, que experimentó la suerte de los enfrentamientos y las decisiones, muchas de ellas espantosas, de los mandos de ambas partes. Quizá sea éste uno de los filones informativos mejor resueltos de Némesis.

Dado que escasearon los enfrentamientos terrestres en Asia, las dos armas decisivas en la victoria de los EE.UU. fueron la Marina y la Fuerza Aérea, dependiente del Ejército. Las pugnas entre ellas eran constantes, hasta el extremo que hubo de tolerarse que se establecieran dos ejes de avance bajo el eufemismo de "estrategia de la doble vía". Una para el suroeste, a través de Filipinas, encabezada por Douglas MacArthur, del que el autor expresa una pésima opinión. La otra línea fue la del Pacífico central, a cargo de la flota dirigida del almirante Nimitz. El progreso de las operaciones de MacArthur era desesperante en el archipiélago si se compara con la brillantez de la actuaciones de la flota, pero, como recalca Hastings con admiración por su decisivo papel, fue una pequeña sección de la marina, el arma submarina, muy poco apreciada en comparación con los apabullantes resultados obtenidos, la que más daño produjo a la capacidad bélica japonesa por medio del bloqueo naval. Estranguló el abastecimiento de las islas madres y redujo a mínimos su potencial industrial, hasta dejarlas indefensas cuando se produjeron los bombardeos estratégicos sobre decenas de ciudades a cargo de las superfortalezas volantes B-29 del general LeMay, que causaron una inmensa mortandad. Hastings los reconstruye a través de los testimonios de supervivientes del bombardeo de Tokio el 9 de marzo de 1945, que causó más de cien mil muertos. Estos bombardeos indiscriminados supusieron un salto cualitativo en el camino que llevó a la decisión de emplear el arma atómica.

Por parte japonesa, una vez perdida la iniciativa, la estrategia se centró en la defensa numantina de cada posesión para encarecer ferozmente el precio de la victoria de los norteamericanos. Las extraordinarias defensas de Iwo Jima, Filipinas y Okinawa son ejemplos que trae a colación el autor. A ello hay que sumar la exitosa táctica de los pilotos kamikazes, que causaron enormes pérdidas a la marina. Esta obstinación, según el autor, espoleó la acometividad de quienes sabían que tenían ganada la guerra, acentuando el empeño en la búsqueda de la capitulación incondicional por todos los medios. Hastings trata el polémico asunto nuclear desde diversos puntos de vista a lo largo de su trabajo (moral, político, estratégico, militar...). Insiste en la "convicción de que en la mayoría de análisis posbélicos de la guerra mundial subyace el error de creer que el clímax nuclear supuso el final más sangriento de todos los posibles. Antes al contrario, los escenarios alternativos dan a entender que si el conflicto hubiera durado unas semanas más, habrían perecido más personas de todas las naciones -y especial-
mente, japoneses- que las que fallecieron en Hiroshima y Nagasaki [...] La intransigencia nipona no confiere validez por sí misma a la utilización de bombas atómicas, pero debe enmarcarse en el contexto del debate".

De las conclusiones sobresale una por su trascendencia. La victoria en el Pacífico, fundada en la capacidad industrial y en la abrumadora superioridad tecnológica, hizo creer a los estadounidenses, olvidando las debilidades estratégicas de Japón, que basándose en la explotación a fondo de dichos factores podrían imponerse con relativa facilidad en cualquier conflicto. A la vista de otros episodios, empezando por Corea, estas expectativas se han demostrado exageradas. Pese a las evidencias, la idea de que la ventaja tecnológica permite a los EE.UU solventar con rapidez y pocas bajas los conflictos armados sigue subyaciendo en la mentalidad de las elites y gran parte del pueblo, autoengaño que no ha dejado de causar serios problemas.