Image: Navegación a la vista: memorias

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Ensayo

Navegación a la vista: memorias

Gore Vidal

15 mayo, 2008 02:00

Gore Vidal. Fote: FLI

Traducción de Aurora Echevarría. Mondadori. Barcelona, 2008. 303 páginas, 17’90 euros

Aunque casi al final de esta segunda parte (o segundo volumen, mejor) de sus memorias, Gore Vidal (Nueva York, 1925) nos cuenta su 80 cumpleaños en octubre de 2005, las fotos últimas en el balcón de su casa -ya dejada- sobre el golfo de Amalfi, e incluso la más serena foto de la portada del libro, nos muestran la imagen de un hombre claramente avejentado y ese tono (y ese pesimismo) es bien visible a lo largo de todas las páginas de este libro, escrito como a retazos, un tanto deslavazadamente, y no narrándonos la segunda parte de su vida (por ello aclaré segundo volumen mejor que segunda parte) sino volviendo a peinar los acontecimientos de su biografía para irnos contando -por lo general en capítulos cortos- lo que podría habérsele olvidado o pasado por alto en el tomo anterior, digámoslo ya, mucho más consistente…

Ese tomo más sólido fue Una memoria y se editó en España en 1996, habiendo salido en inglés sólo un año antes. Este nuevo Navegación a la vista -lo que según el autor significa navegar sin brújula, de ahí, podría sospecharse, ese desorden acaso voluntario del conjunto- apareció en inglés en 2006. Por supuesto es el mismo Gore Vidal, sus obsesiones y sus temas, su lado descreído o cínico, su pequeño o gran esnobismo, los autores que ama o detesta, sus cambios de casa y su obsesión por la política estadounidense, con la que se muestra abiertamente crítico, contra la intervención en Afganistán y en Irak también. Pero el libro habla mucho de enfermedades, muertes y adioses, y así tenemos la sensación de que al altivo Gore Vidal se le ha colado en la psique un síndrome habitual en algunos viejos: yo estoy a punto de irme, pero me da igual, entre otras razones, porque ahora todo es mucho peor… Creo que uno de los episodios más emotivos es el relato de la muerte por cáncer de su amigo y pareja Howard, con quien convivió más de 40 años, sin ninguna clase de relación sexual. Howard le pide un beso en su lecho de muerte, y Gore se lo da, recordando que ese gesto apenas había ocurrido. Más adelante aclara: "Cada uno tenía una vida sexual aparte: todo lo demás lo compartíamos, hasta nuestro soberano, el Tiempo".

La parte dedicada a sus muy directas relaciones con la política yanqui quizá sean las que menos interesen al lector español, como probablemente sus novelas de menor éxito son las dedicadas a la historia norteamericana. Preferimos verle con Jackie Kennedy (con la que pronto dejó de hablarse), con Greta Garbo o Nureyev, que fueron amigos, e incluso con la princesa Margarita de Inglaterra, a la que tiene por inteligente y simpática, oponiéndola a su hermana la reina, "Lilibeth"… Por supuesto -aunque ya casi olvida a Capote- vuelve a gustarnos saber su admiración por Tennessee Williams, al que apoda "el Pájaro Glorioso", con quien al fin también hubo distancias. Y, por supuesto, evocar de nuevo a Paul y Jane Bowles en Tánger (Tánger y Jane le gustaban poco, Paul era el interesante para él) o saber que por unos diarios que ve tras su muerte, comprueba que Isherwood no era tan amigo como pensaba o en cualquier caso pecaba, como tantos, de malicioso… El cine, los políticos, sus padres siempre lejanos, su enemistad con el New York Times… Sí es el Gore Vidal de siempre, pero menos construido. Todo viene y se va como a ráfagas, sin excesiva profundidad, y con la nombrada estela de un claro pesimismo. Si no fuera un título que ya usó Simone de Beauvoir, a este libro le hubiera convenido llamarse La ceremonia del adios, aunque no tienda en absoluto a lo morboso. No en balde el libro se cierra con la cita de una estrofa del neoclásico Pope (que dice saberse de memoria desde que era colegial) : "¡Y todo lo envuelve la noche universal!".

Gore Vidal en pesimista, en discursos racheados, pero como he dicho, muy él: sereno, vanidoso, esteta y cínico. Como el último romano ante una inmediata Edad Media o peor. Al terminar de leer estas nuevas memorias algo cansadas, es necesario preguntarse qué suponemos que quedará del novelista y guionista Vidal, que por supuesto cree que el cine y todo lo audiovisual ha dejado a la literatura -quizá ya algo del pasado- prácticamente en el rincón. ¿Qué quedará de él, como autor? Para mí sus mejores novelas son la pionera La ciudad y el pilar de sal (1948), y alguna de sus novelas históricas no norteamericanas, como Juliano (1964). Un buen escritor con nada de genial, y un personaje mediático, que considerándose siempre como el aristócrata de una República, ha usado el periodismo, el cine y la vida social, para hacer oposición al Poder sin encontrarse ajeno al establishment en ningún caso. Es decir un atractivo personaje inteligente (pero no sumo escritor) del entramado de una época. Un gran testigo privilegiado de la segunda mitad del siglo XX, sobre todo anglosajón, no mucho más. Un buen escritor, sin una precisa significación literaria. Un elegante y algo desdeñoso Vidal que dice claramente adiós.