Image: La ruta de España a China

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Ensayo

La ruta de España a China

Varios autores

22 mayo, 2008 02:00

Detalle de un mapa de Ptolomeo (Johannes de Armsshein, 1482).

Edición de Carlos Martínez-Shaw y Marina Alfonso Mola. El Viso. Madrid, 2008. 656 páginas, 72 euros

La apasionante historia de la expansión oceánica española no se limita a la apertura de la ruta occidental del Atlántico y la colonización de América, sino que, desde este nuevo continente, descubrió y bautizó el Pacífico y se proyectó hacia el índico, con algunas incursiones hacia el sur en busca de la mítica "Terra Australis". España -junto con Portugal- fue el país que inició la presencia europea en el Pacífico, convertido durante el siglo XVI en un lago español. La historia de esta excepcional aventura, que se prolongaría hasta el final de la presencia española en Filipinas, cuando alumbraba ya el siglo XX, constituye el objetivo del libro coordinado por Carlos Martínez Shaw y Marina Alfonso Mola, que se centra esencialmente en China y en la Edad Moderna.

China -el Catay buscado por Colón- fue el territorio mítico que guió las primeras exploraciones europeas, y se convertiría también en el gran acicate de la presencia española en el nuevo mar descubierto en 1513 por Vasco Núñez de Balboa. Inicialmente, sin embargo, las expediciones españolas por el Pacífico estuvieron guiadas por el atractivo de las Molucas, las islas de las especias, antes de que el tratado de Zaragoza (1529) reconociera a Portugal la exclusividad sobre ellas. A diferencia de Portugal, que contaría con Macao, España nunca consiguió una base mercantil en el continente, por lo que el punto clave para la relación con China fueron las islas Filipinas, incorporadas a las posesiones de Felipe II a mediados de los años sesenta del siglo XVI, y que se convirtieron en el epicentro del comercio hispano con China y otros territorios asiáticos, cuando Andrés de Urdaneta descubrió en 1565 el tornaviaje; es decir, la ruta que permitía volver desde ellas hasta la costa occidental de la América española.

En realidad, las aspiraciones de los españoles no se limitaban al comercio, sino que incluyeron también proyectos evangelizadores y de dominio político. Ambos fueron inviables, sin embargo, más allá del ámbito filipino, por lo que las relaciones con China y otros países asiáticos, siempre desde Filipinas, fueron esencialmente mercantiles, aunque con las formidables consecuencias económicas y culturales que dicho comercio implicaba. El galeón de Manila, que conectaba anualmente dicho puerto con el de Acapulco, en la Nueva España, y que estuvo activo durante dos siglos y medio, hasta 1815, fue el vehículo de un intenso intercambio que distribuyó por América, España y Europa, sedas, telas pintadas o estampadas, porcelanas, abanicos, marfiles, biombos, lacados japoneses, arcones filipinos, muebles, tejidos de algodón, especias, a cambio casi exclusivamente de plata americana, un metal precioso que se enviaba a Manila en grandes cantidades (unos dos millones de pesos anuales, más de 50 toneladas).

El libro afronta los múltiples y variados aspectos de esta formidable historia, que partiendo de los mitos que guiaron la expansión oceánica, logró completar la mundialización ibérica, abrir definitivamente el mundo y darlo a conocer, antes de que holandeses e ingleses se sumaran a la aventura por la ruta portuguesa de áfrica. Porque lo excepcional del caso español no es solo la presencia en Extremo Oriente, sino el contacto con dicho ámbito a través del Pacífico americano, toda vez que el tratado de Tordesillas reservaba a Portugal la vía africana hacia Asia, que los españoles no comenzarán a utilizar hasta 1765.

Carlos Martínez Shaw y Marina Alfonso Mola -punta de lanza del creciente interés de nuestra historiografía por Extremo Oriente- han escrito buena parte de los capítulos del libro, en el que colaboran también otros destacados especialistas (Juan Gil, Manel Ollé, Rafael Valladares y Carmen Yuste). A ellos se debe un libro riguroso, ameno y de fácil lectura, cuyo interés se ve realzado por la magnífica edición y la calidad excepcional -en la línea ya habitual de ediciones El Viso- de las numerosas ilustraciones que acompañan al texto, prueba todas ellas de la honda huella que la ruta española a China dejó en ambos mundos.