Image: La ciencia humilde. Economía para  ciudadanos

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Ensayo

La ciencia humilde. Economía para ciudadanos

Alfredo Pastor

12 junio, 2008 02:00

Crítica. Barcelona, 2008. 299 páginas, 19 euros

Alfredo Pastor es un economista de notoria experiencia docente y ejecutiva en organismos públicos españoles e internacionales. Acaba de publicar este libro, que sorprende al lector por la singular sencillez -que, sin duda, ha costado un esfuerzo grande al autor- con la cual se exponen y enlazan las explicaciones sobre problemas económicos no fácilmente inteligibles, pero que afectan y preocupan, de hecho, a los hombres y mujeres de todos los países. La inflación, el empleo, el crecimiento y el estancamiento económicos, el tipo de interés, la globalización y la actuación de los gobiernos, son cuestiones que los especialistas clasifican como macroeconómicas, y que Alfredo Pastor trata con claridad admirable en este libro, cuyo oportuno subtítulo es Economía para ciudadanos. No se trata éste de un manual para alumnos universitarios. El autor concibió esta obra como una herramienta para aquellos lectores interesados en la realidad económica, que desean comprender sus conceptos fundamentales, aunque no vayan a utilizarlos profesionalmente.

En La ciencia humilde se parte de conceptos básicos como el mercado y aquellos elementos que lo componen: demandantes y oferentes, mercancías y dinero, economías domésticas, empresas y Estado. Se enseña cómo la renta o el ingreso es el reverso del producto valorado en el mercado, o del recurso -trabajo, capital, tierra- aportado al proceso productivo, y también se muestra cómo aquella renta se gasta en los bienes y servicios que consumimos. La renta ahorrada, más tarde, se transformará en infraestructuras, tecnología o maquinaria. Dichos procesos son flujos conectados entre sí y capaces de renovación. Se llega así con facilidad a los conceptos de Producto Interior Bruto y al más afinado, dentro de lo que cabe, de Producto por habitante. Todo ello sin una curva ni una ecuación, y con pocos pero gratificantes cuadros estadísticos.

Se trata también de la comparación de diferentes sociedades a través de su Productor Interior o su Producto per capita, y también de su evolución a lo largo del tiempo. Así se localiza la proximidad, según ambas magnitudes económicas, de España y Corea del Sur, o se revela que el bienestar, asociado comúnmente al crecimiento material (aunque Pastor advierte de lo engañoso de una identificación excesiva entre ambos términos), es un fenómeno relativamente moderno, ya que durante milenios la mayoría de los seres humanos disfrutaron de parecidas y escasas comodidades.

Pastor, como la mayoría de los economistas -aunque no todos, según se muestra en las utilísimas notas de lectura que se añaden al final de cada capítulo-, cree que la mejor asignación posible de recursos productivos, siempre utilizables de modo alternativo y limitado, viene dada por el mercado. De este modo, nace el crecimiento económico y no gracias a los gobiernos. Ello es susceptible de traslado al campo de la economía internacional. No otra cosa es la globalización. El progreso económico es relativamente más fácil y rápido para las sociedades emergentes -como muy bien sabe el autor, experto en relaciones entre Europa y China- en los mercados abiertos, aunque no siempre esto resulte tranquilizador para los países más ricos. La deslocalización de las empresas o el encarecimiento de los productos primarios son buenos ejemplos de estos inconvenientes para las sociedades opulentas. La perspectiva optimista es que las sociedades atrasadas, España por ejemplo, son capaces de converger con las avanzadas.

Pero, junto a la eficiencia económica procurada por el mercado, Pastor aprecia igualmente la solidaridad social, y afirma que el mercado no sólo no la genera de modo automático (aunque muchas economías nacionales se aproximen) sino que la prosperidad frecuentemente se asocia con la divergencia de riqueza y de renta. De ahí que el Sector Público deba, en su opinión, corregir la distribución de la renta, mediante la política fiscal y social. En esto también está de acuerdo la mayoría de los economistas -dentro de la economía de mercado- y la mayoría de los ciudadanos, al menos en Europa. Sin embargo, hubiera sido de agradecer algunas menciones a las dudas que el Estado de Bienestar suscita, como lo demuestran algunas correcciones significativas y recientes, por ejemplo, en Gran Bretaña o Suecia. Y también se echa de menos una mayor convicción en el tratamiento de las instituciones adecuadas -derechos de propiedad, sistemas políticos controlables, tribunales escrupulosos- como antecedentes del progreso económico. Pese a todo, debe destacarse el juicio muy favorable que merece este libro, uno de los pocos escritos en castellano que responden fielmente al criterio orteguiano de la imprescindible divulgación científica.