La ciencia humilde. Economía para ciudadanos
Alfredo Pastor
12 junio, 2008 02:00En La ciencia humilde se parte de conceptos básicos como el mercado y aquellos elementos que lo componen: demandantes y oferentes, mercancías y dinero, economías domésticas, empresas y Estado. Se enseña cómo la renta o el ingreso es el reverso del producto valorado en el mercado, o del recurso -trabajo, capital, tierra- aportado al proceso productivo, y también se muestra cómo aquella renta se gasta en los bienes y servicios que consumimos. La renta ahorrada, más tarde, se transformará en infraestructuras, tecnología o maquinaria. Dichos procesos son flujos conectados entre sí y capaces de renovación. Se llega así con facilidad a los conceptos de Producto Interior Bruto y al más afinado, dentro de lo que cabe, de Producto por habitante. Todo ello sin una curva ni una ecuación, y con pocos pero gratificantes cuadros estadísticos.
Se trata también de la comparación de diferentes sociedades a través de su Productor Interior o su Producto per capita, y también de su evolución a lo largo del tiempo. Así se localiza la proximidad, según ambas magnitudes económicas, de España y Corea del Sur, o se revela que el bienestar, asociado comúnmente al crecimiento material (aunque Pastor advierte de lo engañoso de una identificación excesiva entre ambos términos), es un fenómeno relativamente moderno, ya que durante milenios la mayoría de los seres humanos disfrutaron de parecidas y escasas comodidades.
Pastor, como la mayoría de los economistas -aunque no todos, según se muestra en las utilísimas notas de lectura que se añaden al final de cada capítulo-, cree que la mejor asignación posible de recursos productivos, siempre utilizables de modo alternativo y limitado, viene dada por el mercado. De este modo, nace el crecimiento económico y no gracias a los gobiernos. Ello es susceptible de traslado al campo de la economía internacional. No otra cosa es la globalización. El progreso económico es relativamente más fácil y rápido para las sociedades emergentes -como muy bien sabe el autor, experto en relaciones entre Europa y China- en los mercados abiertos, aunque no siempre esto resulte tranquilizador para los países más ricos. La deslocalización de las empresas o el encarecimiento de los productos primarios son buenos ejemplos de estos inconvenientes para las sociedades opulentas. La perspectiva optimista es que las sociedades atrasadas, España por ejemplo, son capaces de converger con las avanzadas.
Pero, junto a la eficiencia económica procurada por el mercado, Pastor aprecia igualmente la solidaridad social, y afirma que el mercado no sólo no la genera de modo automático (aunque muchas economías nacionales se aproximen) sino que la prosperidad frecuentemente se asocia con la divergencia de riqueza y de renta. De ahí que el Sector Público deba, en su opinión, corregir la distribución de la renta, mediante la política fiscal y social. En esto también está de acuerdo la mayoría de los economistas -dentro de la economía de mercado- y la mayoría de los ciudadanos, al menos en Europa. Sin embargo, hubiera sido de agradecer algunas menciones a las dudas que el Estado de Bienestar suscita, como lo demuestran algunas correcciones significativas y recientes, por ejemplo, en Gran Bretaña o Suecia. Y también se echa de menos una mayor convicción en el tratamiento de las instituciones adecuadas -derechos de propiedad, sistemas políticos controlables, tribunales escrupulosos- como antecedentes del progreso económico. Pese a todo, debe destacarse el juicio muy favorable que merece este libro, uno de los pocos escritos en castellano que responden fielmente al criterio orteguiano de la imprescindible divulgación científica.