Image: Habitar la tierra

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Ensayo

Habitar la tierra

Félix Duque

10 julio, 2008 02:00

Félix Duque. Foto: Bernabé Cordón

Abada. Madrid, 2008. 190 páginas, 16 euros

Pocos filósofos despliegan hoy día un pensamiento tan vigoroso como el de Félix Duque (Madrid, 1943). Ampliamente traducido y reconocido fuera de nuestras fronteras, galardonado con el premio Internacional de Ensayo Jovellanos (2003), no puede decirse, sin embargo, que la obra de este catedrático de Historia de la Filosofía Moderna de la Universidad Autónoma goce de favor unánime entre el gran público. Su estilo tiene fama de difícil. En verdad, en sus textos cabe detectar un ligero punto de aspereza. Pero se trata de una aspereza similar a la de esos vinos que se protegen de los apremios de una cata superficial y sólo descubren su tacto más sedoso, de buena casta y crianza, a paladares serenos, dispuestos a seguir su recorrido hasta el final. La suya es, por eso, una escritura que nunca defrauda al lector paciente, que nunca se agota en mero virtuosismo intelectual, sino que, sin ceder rigor reflexivo, alcanza siempre a tocar la cosa misma y a hablarnos de ella con la claridad inusitada que posee toda mirada verdaderamente original.

Es lo que nos depara también este nuevo libro: un iluminador vistazo a uno de los problemas más acuciantes del presente, el de cómo habitar la tierra de un modo que no sea devastándola y reduciéndola a la estrechez de una razón controladora y planificadora, que confiere medida a cuanto hay al tiempo que hurta a la vida su indómita desnudez.

Duque no se apresura a dar respuestas: desmonta más bien el carácter ideológico de las consabidas recetas -del capitalismo global al humanismo bienpensante, pasando por la mística ecológica- y nos enseña a formular de otro modo la pregunta por el "medio ambiente". Un término éste que solemos emplear con ingenua neutralidad, como si nuestra intención fuera sin más la de preservar intacto el "medio" que nos rodea, cuando, de hecho, lo que resuena aquí es la voz del homo ambiens o ambitiosus moderno: su ambición de adueñarse, mediante la ciencia y la tecnología, de dicho medio y convertirlo en "entorno", erigiéndose en centro dominador de ese ámbito o territorio. A resultas de tan desmedido afán, la naturaleza queda reducida a simple masa al servicio de la industria y la economía; pero también del espectáculo y la diversión turística. El análisis de este triunfo del diseño integral, donde las artes se pliegan igualmente a una hipertecnologizada industria del entretenimiento, constituye el hilo conductor de las tres partes del libro.

En las dos primeras, recorriendo diversos escenarios del mundo contemporáneo, Duque denuncia la connivencia de muchos productos del arte plástico y la arquitectura actuales con esa sistemática banalización de la naturaleza: las performances de Mariko Mori, el bio-arte transgénico de Eduardo Kac o las Torres Petronas de Kuala Lumpur son objeto de su atinada crítica. También bajo las formas más cotidianas del parque temático o de los múltiples espacios inhabitables de nuestras "no-ciudades" detecta idéntico deseo de conjurar la contingencia humana.

A ello opone las virtudes de un arte humilde, ejemplificado en piezas como las de Nacho Criado, capaz de corroer simbólicamente la soberbia del orden establecido y mostrar su respeto a la tierra. Respeto nacido de la asunción de una contingencia compartida y que, por eso, no se engaña tampoco con la búsqueda de paraísos perdidos. No es la vuelta a un presunto orden armonioso de la naturaleza, sino el reconocimiento de su fragilidad lo que incita a pensar ese otro modo de ser-terreno del hombre y lo que lleva a Duque a retomar la senda de Heidegger. No, por tanto, para alimentar nostalgias de cabañas en plena Selva Negra, como aquella en la que vivió el pensador alemán, sino para hallar en la propia industria de la construcción -en concreto, mediante la obra del arquitecto Mies van der Rohe- plasmaciones de un sentido más esencial del habitar. Esta parte final, que confronta a Heidegger y Mies, es la más sustanciosa de un libro que, en efecto, no está hecho para entretener, sino para aprender a mirar de frente, tras tanta parafernalia kitsch como adorna nuestros conjuntos urbanos, las huellas de nuestra condición mortal.

Tres preguntas para Félix Duque

l ¿Por qué un filósofo se plantea "cómo habitar la tierra"?

-Porque desde hace mucho tiempo considero como problema principal el de los residuos, lo que significa la existencia humana en relación con el entorno, en lugar de refugiarme en las grandes palabras. O dicho de otro modo, elijo "la mano sobre la tierra" y no "la mente platónica"

l¿Qué es lo peor del humanismo bienpensante?

-Que hace abstracción del hombre, de sus circunstancias, de su sangre, del lugar que habita, y lo convierte en un fantoche.

l ¿Y de la mística ecologista?

-Que implica la conversión de la naturaleza en una suerte de composición de materiales a venerar a través de la técnica, como si no fuera el reverso de sus mismos ideales.