Image: Azaña y Cataluña. Historia de un desencuentro

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Ensayo

Azaña y Cataluña. Historia de un desencuentro

Josep Contreras

17 julio, 2008 02:00

Lluis Companys, presidente de la Generalitat, y Azaña

Edhasa. Barcelona, 2008. 408 páginas, 21’50 euros

Manuel Azaña Díaz (1880-1949) fue un deslumbrante memorialista político que ha contado siempre con el favor de la mayoría de los historiadores de la España del siglo XX y de cuantos admiran el esfuerzo reformista que se produjo en el país tras la proclamación de la República en 1931. Como ministro de la Guerra del gobierno provisional acometió un programa de modernización del Ejército que pretendía hacerlo verdaderamente operativo, a la vez que trataba de disminuir drásticamente el número de jefes y oficiales y, lo que era aun mas importante, evitar que los militares interfirieran en la vida política.

Su prestigio aumentaría aun mas a mediados de octubre de 1931, después de una intervención parlamentaria en la que trató de dar una salida -aparentemente moderada, pero de inspiración jacobina- al tratamiento que se otorgaría en la nueva constitución republicana a las órdenes religiosas. Ese resonante éxito le permitiría convertirse en jefe de gobierno unos días mas tarde y, desde ese puesto, llevar a la práctica el programa de reformas que siempre se asimilan al periodo republicano.

Era el triunfo del intelectual incorporado a la política, como señala Enric Ucelay-Da Cal en el extenso prólogo que precede a este estudio. Una trayectoria triunfal que, sin embargo, sufriría altibajos porque la figura de Azaña se desdibujaría después de su derrota en las elecciones de 1933. Pese a su efímero éxito en la campaña electoral de 1936, que le devolvería a la presidencia del gobierno y, desde el mes de mayo de ese mismo año, a la Presidencia de la República, el encanto de 1931 había quedado ya roto. Durante la guerra civil, la trayectoria de Azaña tuvo algo de espectral, como la de una persona esclava de los acontecimientos. De hecho fue en aquellos años cuando se forjó la imagen del Azaña miedoso y derrotista, casi en la frontera de la traición a los ideales republicanos.

La recuperación de la figura de Azaña, ya patente en la semblanza que le dedicó Rivas Cherif (1961), se prolongaría en los estudios de Sedwick y Jackson pero, sobre todo, se debió a la publicación, a partir de 1966, de unas primeras Obras completas compiladas por Juan Marichal. A partir de ese momento, casi toda la historiografía española sobre la segunda República fue marcadamente azañista, y la transición a la democracia en España no hizo sino acentuar esa admiración, que se tradujo también en que gobernantes de diferentes partidos coincidieron en citar profusamente al político alcalaíno. La nueva y exhaustiva edición de sus Obras completas, realizada por Santos Juliá, no hace sino confirmar que esa fascinación sigue muy viva.

Sin embargo, el valor politico de la obra de gobierno de Azaña ha quedado abierto a una cierta revisión. Hace algunos años que Juan Velarde puso de manifiesto la nula preparacion de Azaña en asuntos económicos y, sin necesidad de recurrir a posiciones mas polémicas, el propio Ucelay-Da Cal, en el prólogo de este libro, no tiene reparos en calificar de "fracaso político" el conjunto de su obra.

Por otra parte la imagen del Azaña brillante de 1931 tiene también algo de madrileña y no se ajusta bien a una experiencia catalana en la que el hecho mas representativo sería la hegemonía de un republicanismo populista representado por la Esquerra de Maciá y Companys. Visto desde el espejo catalán, como se hace en este libro, Azaña irrumpió, en la primavera de 1930, con el gran discurso que pronunció en una visita de intelectuales madrileños a Barcelona, en el que nacería su imagen de "amigo de Cataluña". Esa imagen no dejaría de repetirse hasta septiembre de 1932, cuando se aprobó el Estatuto de Cataluña, pero las distancias con los políticos catalanes fueron ya claras con ocasión de la revolución de octubre de 1934, y se acentuarían a partir del desencadenamiento de la guerra civil, hasta llegar a los durísimos textos de los meses finales, aunque uno de ellos aparezca aquí (p. 313) gravemente distorsionado por una confusion entre "lúcidos" y "lucidos" que habrá que achacar, una vez mas, a los duendes de la imprenta.

Una crónica que, en cualquier caso, está llena de sugerencias para quienes quieran estar atentos a los desafíos que los nacionalismos pueden plantear a la consolidación de los regimenes democráticos.

Codicia y traición

Fragmento de La Velada en Benicarló (1937), de Azaña: "Un instinto de rapacidad egoísta se ha sublevado, agarrando lo que tenía a mano. (...) En el fondo, provincianismo fatuo, ignorancia, frivolidad de la mente española, sin excluir en ciertos casos doblez, codicia, deslealtad, cobarde altanería delante del Estado inerme, inconsciencia, traición. (...) Mientras dicen privadamente que las cuestiones catalanistas han pasado a segundo término, que ahora nadie piensa en exaltar el catalanismo, la Generalidad asalta servicios y secuestra funciones del Estado, encaminándose a una separación de hecho".