Image: Más allá de la Muralla

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Ensayo

Más allá de la Muralla

China 2008: Viajes

31 julio, 2008 02:00

Instanánea tomada en 1907 de la Gran Muralla China.

Los mares del Wang. Gabi Martínez. Alfaguara. Madrid, 2008. 473 páginas, 19’50 e. En la ciudad púrpura prohibida. Cyrille Javary. Siglo XXI. Madrid, 2008. 138 páginas, 16’90 e.

Para escribir un libro como Los mares de Wang hace falta una buena dosis de honestidad, inteligencia, valor y talento. Después de cerrar la última página de este voluminosa obra cabe decir sin reparos que Gabi Martínez (Barcelona, 1971) está más que bien servido de esas cuatro virtudes. Si ya de forma aislada son difíciles de encontrar en el panorama de nuestra narrativa, encontrarlas de forma conjunta es un raro placer que no se debería pasar por alto.

El libro se plantea como un largo viaje a lo largo de la costa china, desde Dandong hasta Dongxing, al sur de Macao, en forma de dietario de acontecimientos y ensayo acerca de la política, la economía y la filosofía china. Su primer acierto, cabría decir, es estilístico. Como todo buen libro de viajes se lee como una auténtica novela, se sufre las peripecias de su protagonista y se alegra uno de sus hallazgos como si fueran propios. Desde el principio queda marcada la que será una constante de todo el viaje; la incomprensión, la incomunicación, la imposibilidad de comprender, unida al serio deseo de hacerlo.

Gabi Martínez no sólo representa la aproximación del buen occidental a Oriente (culto, abierto, y peculiarmente bien preparado para su viaje) porque encarne el entusiasmo propio del acercamiento, sino también porque lo hace del desencanto de una incomprensión que no para de repetirse desde que aterriza, y que no es precisamente lingöística. El viajero que es Gabi Martínez cuando aterriza en Pekín va quedando moldeado ante nuestros ojos a medida que viaja no porque los acontecimientos que se ve obligado a vivir demientan o ratifiquen sus opiniones previas, sino porque las enmarcan en la mucho menos fácil de tratar -por ambigua- sustancia de la vida, porque le empujan a integrar lo que ya sabe con lo que cree descubrir.

En este libro -o al menos en su primera parte, hasta que llegan a la ciudad de Quingdao-, esa sustancia de la vida queda concretada básicamente en la figura de Wang, estudiante y traductor de español, con el que el autor se ve obligado a viajar para poder comunicarse. El aparentemente tímido y virginal muchacho, con el que se establece una relación cordial al principio, va desvelando uno a uno, en las diferentes situaciones en las que el occidental le pone en compromiso, todos los terrenos en los que la compresión y el diálogo entre oriente y occidente es poco menos que milagrosa. La forma en la que Wang protege sus sentimientos y su historia privada con un hermetismo sin fisuras va haciendo que, a ojos del occidental, sus cualidades humanas vayan haciéndose cada vez más remotas y su compañía cada vez más difícilmente tolerable. Por otro lado la "desfachatez irrespetuosa" del occidental, su individualismo, sus ganas de saber, su insistencia en vivir, no son menos agresivas e intolerables para el buen Wang. "El conflicto racial emergía en la cama de al lado disparando una serie de estímulos inéditos, sensaciones que jamás me había planteado, porque pese a las noticias terribles que a diario nos golpean, pese a los relatos asombrosos de conflictos entre razas, religiones, etnias, pese a haber sido testigo del odio de unos hombres contra otros, hasta entonces había creído que la única fuerza capaz de provocarme una convulsión tan perturbadora era el amor doméstico. Porque no había sentido ese odio hacia nadie, ni sobre mí. Porque no había accedido esencialmente a las tinieblas del peligro".

La relación con Wang -verdadero tema y corazón de este libro, por mucho que su presencia no abarque todas sus páginas- es el verdadero conflicto, y la única verdadera conexión entre el autor y su viaje. Un viaje tan lleno de desencantos como de sorpresas por la belleza de algunas situaciones (y las hay ciertamente conmovedoras, como el descubrimiento del autor de que ya no será joven nunca más, de que ha cruzado su particular "línea de sombra"), pero transido de la primera página a la última del valor de los auténticos viajeros, que desean conocer aquello en lo que se sumergen, como Conrad en el mar, tal vez sólo porque lo aman sin saberlo y quieren dar cuenta de su amor.

El libro de Javary, En la ciudad púrpura prohibida, nace de identica pasión. La fascinación occidental por ese espacio paradójico y monumental de la ciudad prohibida es bien conocida, y ha dado pie a no pocas obras literarias de una belleza más que encomiable, como aquel fantástico René Leys del francés Victor Segalen, uno de los primeros occidentales que hizo volver la vista hacia este prodigioso complejo arquitectónico dedicado no sólo a ser la residencia oficial del emperador, sino -como explica bien Cyrille Javary- a convertirse en la encarnación en tamaño monumental de una concepción del mundo en la que cada una de sus partes tienen un eco entre sí. La ciudad púrpura prohibida lleva el consenso desde la tradición escrita hasta su representación como un inmenso ideograma. El perímetro, más que una protección, es la marca de distancia entre dos mundos, de un lado la vida, de otro la encarnación del poder, la ciudad era un verdadero laberinto de reglas y tabúes que variaban a la vez en el espacio, y hasta dependiendo de las épocas del año.

"La potencia -dice el I Ching- debe mostrarse para acrecentar el poder, el poder debe esconderse para acrecentar la potencia". En ningún palacio del mundo se accede libremente, pero la ciudad Púrpura ha sido sin duda el más prohibido de los palacios. El castillo de Versalles estaba cerrado por una reja y el viejo Louvre por un foso, lo que no impedía vagabundear por sus alrededores, pero en Pekín estaba terminantemente prohibido recorrer el borde de la muralla, y hasta volverse en dirección a la ciudad. Estaba sencillamente prohibido ver la guarida del Dragón. Con setenta y dos hectáreas de superficie -casi el doble que el Vaticano- el palacio imperial tenía el tamaño de una ciudad, y también su población correspondiente. La fortificación era, más que la extensión, la que le otorgaba su verdadero carácter de ciudad. El púrpura es en China el color imperial porque viene del cielo: el emperador recibe del soberano de arriba el mandato de representarle en la tierra y dirigir en su nombre.

El libro de Javary cumple bien una función específica y descriptiva como introducción a la filosofía oriental y a las tesis del ying y el yang, matriz ideológica sin la que este complejo arquitectónico sería incomprensible. Mediante un bien trazado recorrido va dando al lector las claves básicas para su interpretación. El editor ha tenido el acierto de incluir mapas y hasta planos arquitectónicos, junto a unas excelentes ilustraciones de Patrice Serres.

Bibliografía viajera

En el gallo de hierro, de Paul Theroux (Punto de Lectura, 747 pp., 11’75 euros). Hace más de veinte años, Theroux decidió recorrer China en tren "porque tenía un año libre". Un año lleno de decepciones, ya que su retrato de un país que acababa de salir de la Revolución Cultural y "que parece todo un mundo", está lleno de críticas. De hecho, sólo disfrutó en el Tibet, última etapa de la aventura.

Oasis prohibidos, de Ella Maillart (Península, 294 pp., 16 e.). Fue la primera mujer en participar en los Juegos Olímpicos (en Beiging). En 1935 inició un viaje en caravana hacia el interior del gran dragón acompañada por el corresponsal del Times, Peter Fleming. Su objetivo: los oasis perdidos de Sinkiang, en el extremo oeste del país. ¿El resultado? Este increible relato pleno de belleza que abarca más de mil años.

China para hipocondríacos, de José Ovejero (Punto de Lectura, 279 pp., 7 e.). "Como si fuese el personaje de un cuento de Borges" Ovejero se fue a China a "encontrarse a sí mismo". Su viaje, de Nanjing a Kunming , con apenas un par de libros y unas cintas como preparación, quedó plasmado en esta suerte de guía heterodoxa y muy divertida.

La 70 maravillas de China, de Jonathan Fenby (Blume, 304 pp., 39’90 e.). Esta obra es una invitación visual a sobrecogerse ante las maravillas del milenario país asiático, desde la infinita Gran Muralla hasta las más modernas y populosas ciudades de la actualidad. Setenta etapas que incluyen todo su Arte, su Ciencia, su Misterio...

La sombra de la ruta de la Seda, de Colin Thubron (Península, 432 pp., 20 e.). Desde la Tumba del Emperador Amarillo, en el corazón de China, hasta el antiguo puerto de Antioquía. Más de 11.000 kilómetros en autocar, camión, coche, carro o camello. Literatura de viajes de bella prosa en la que asoma el habla de gentes de toda cultura y condición.

Por China con palillos, de Andrea Rodés (Libsa, 224 pp., 16’50 e.). Los avatares diarios de una joven periodista en la China de hoy llenan esta sencilla y subjetiva guía plagadas de detalles cotidianos, actitudes vitales e impresiones banales. La parte principal contiene una interesante guía gastronómica de las delicias del país a la que se añade unas pinceladas de historia y poco más.

Viaje al corazón de China. En el vientre del dragón, de Vicenta Cobo (Nowtilus, 208 pp., 19’95 e.). Un diccionario español-mandarín, una escueta bolsa de viaje y la guía del Trotamundos. Ligera de equipaje marchó Vicenta Cobo a la China a dejarse llevar por la marejada humana, por sus contradicciones y recovecos. De la Ciudad Prohibida al encuentro con los temibles Guerreros de terracota de Xi’an.

Por las rutas sagradas de China, de R. Benito Vidal (Abraxas, 318 pp., 13’70 e.). Un periplo a ras de tierra por los escenarios de la religiosidad -budista, lamaísta, taoísta- china. De Beijing a Zengzhou, de Luoyang a Xi’an, siguiendo por Nanjing, Guilin, Hong Kong, Suzhou, Hanghzou, para terminar el recorrido en Shangai, en el Pudong, el así llamado Manhattan del Oriente.