Image: La muerte de Valle-Inclán

Image: La muerte de Valle-Inclán

Ensayo

La muerte de Valle-Inclán

Carlos G, Reigosa, Javier del Valle-Inclán, y José Monleón

4 septiembre, 2008 02:00

Valle enfermo dibujado por el Doctor Domingo García Sabell

Ézaro Ediciones.Madrid, 2008, 133 páginas, 30 euros

He aquí un libro singular y sobre todo en su apartado principal, excelente y minucioso remate de una biografía cuyo exacto final no estaba tan nítido, como lo está ya ahora. El libro dirime los meses finales de su vida que D. Ramón del Valle-Inclán pasó en Santiago de Compostela, a donde llegó el 7 de marzo de 1935 para ingresar en el sanatorio del Dr. Manuel Villar Iglesias y culmina en el 5/6 de enero de 1936. Valle falleció en ese mismo sanatorio (aunque en sus mejorías hizo tertulias en Santiago y viajó a algunos lugares de Galicia) el 5 de enero y fue enterrado, en una escena esperpéntica, y propia de aquellas calendas, en el cementerio de la Boisaca el día después. La polémica principal (que aquí queda desvelada y aclarada con muchos detalles) alude a la terrible tensión entre "las dos Españas" que se vivía en aquellos momentos… Valle fue en sus muy últimos tiempos de izquierdas y aquella izquierda radicalizada lo amparó. Pero ¿murió como católico Valle? No se confesó ni recibió la extremaunción, porque su hijo Carlos y algunos de sus amigos de izquierdas (que eran mayoría) vigilaron que no se aproximara ningún cura. Cuando días antes, aún lúcido, se le decía al propio Valle, si quería auxilios espirituales, el no decía ni sí ni no, sólo "Mañana". Al irlo a enterrar, en medio de una gran exhibición de las izquierdas y los sindicatos locales (una manifestación de fuerza local), cayó una inmensa tromba de agua y el cielo se oscureció. Pocos pues llegaron a la fosa, casi en tinieblas, cuando al ir a bajar el ataúd un muchacho se dio cuenta que había un crucifijo sobre el féretro. El chico se lanzó como un jabato, y lo logró arrancar no sin caer al fondo entre el barro. La última imagen del drama sería el chico saliendo del barrizal de la fosa entre la doble oscuridad, y al fondo el cadáver de Valle entrevisto en la caja sucia y rota.

A eso (y al deseo por ambas partes de utilizar a Valle) lo llama Carlos G. Reigosa, en su espléndido y minucioso trabajo, "El esperpento final". Valle-Inclán era una figura de enorme prestigio nacional, y por eso sabemos que tuvo devotos en ambos bandos ya declarados. A la tertulia que llevó en Santiago acudieron a cortejarle muchos galleguistas, aunque él no lo fuera, pero no les decía (otra vez) ni que sí ni que no. Tanto que el propio Castelao fue uno de los que portó el ataúd. Una no pequeña sorpresa desde el lado más moderado o de derecha liberal, nos la da el hijo de Valle (Carlos) quien sostiene que el doctor García Sabell -mucho después delegado del Gobierno en Galicia y siempre autodeclarado amigo de Valle- no fue íntimo de su padre que afirmaba, sino un mero conocido entre no pocos jóvenes. Y nos enteramos de que Cunqueiro (que militaría con los sublevados) y Valle se trataron algo por entonces, pretendiendo Cunqueiro que eran parientes por el lado de los Montenegro, ignorando álvaro cuánto de ficción valleinclanesca hubo en tanto apellido… Apuesto, avejentado, nobilísimo, enfermo avanzado de un cáncer de vejiga, Valle se queja al final: "Me muero, pero ¡lo que tarda esto!". Frente a este espléndido trabajo central de Reigosa, develando cuidadosamente el quién es quién de aquel entorno valleinclanesco, como su "secretario particular", el más que curioso personaje Fernando Barros Pumairiño, es cierto que los otros dos trabajos, aunque dignos, son un mero complemento: "Los últimos meses de Valle-Inclán" de Javier del Valle-Inclán, es una puesta en situación del fin; y el trabajo de José Monleón, "Condena y resurrección. Viaje a la Galicia de Valle" pasa revista a las dificultades del tea-tro valleinclanesco durante el franquismo , mientras recuerda un viaje a lo que quedaba del mundo galaico de Valle-Inclán (un fin de raza) a fines de los años 50.

Ameno y sabio, este libro es la perfecta mirada final a un genio, en medio de las turbulencias de un país dispuesto a sacarse la piel a tiras, como en efecto hizo. Es interesante el texto de Azaña publicado un día después del entierro de Valle. Ahí dice, lleno de futuro: "él hubiese querido ser, no el hombre de hoy, sino el de pasado mañana." Nada fue más cierto.