Image: Conversaciones con Oscar Wilde

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Ensayo

Conversaciones con Oscar Wilde

A. H. Cooper-Prichard

25 septiembre, 2008 02:00

Oscar Wilde

Traducción de Héctor Licudi. Planeta, 2008. 272 pp., 20 e.

He aquí un libro extraño, en verdad. Los más sesudos biógrafos de Wilde -Richard Ellmann, por ejemplo- sencillamente lo ignoran. Y muy pocas biobibliografías del gran irlandés lo citan. Por lo demás apenas nada ha quedado de este Cooper-Prichard -veinte años más joven que Wilde- actor en su juventud y autor al parecer de algunos olvidados libros de viajes y de curiosidades, y que en 1932 publicó en inglés este conjunto de diálogos varios (XII en total, más el "A modo de prólogo") en los que siempre está presente el autor y donde Wilde habla con pintores -como Whistler o Lord Leighton- o con su mujer o con el marqués de Queensberry -aquí llamado Lord Dodderington- que le pregunta preocupado por las intenciones de su inútil hijo menor "Algy" -sin duda Bosie- de ser poeta. Son conversaciones de sobremesa, tomando el té o visitando un castillo medieval entre turistas yanquis, donde siempre salen los temas habituales del autor, entre retruécanos y paradojas, sin aportar nada nuevo al universo o al conocimiento de Wilde, pero tratando de trazar con los diálogos un cierto esquema biográfico, pues el último tiene lugar en París, en el humilde Hotel des Beaux Arts, pocas días antes de la muerte de Oscar.

El libro, como digo, apenas aporta al conocimiento de Wilde sino alguna frase nueva, siempre que creamos en la buena retentiva de Cooper-Prichard para acordarse de ellas con exactitud 30 años largos después de escuchadas. Habrá quien piense que este libro -que ya apareció en español exactamente igual que ahora, pero en 1934, en Biblioteca Nueva- puede ser el tongo no mal hecho de un admirador de Wilde, bien versado en su estilo y sus paradojas llamando la atención con ese título poderoso y poco verdadero: Conversaciones con Oscar Wilde, nada menos. Pero con casi nada original. En el prólogo, Cooper-Prichard explica que conoció a Wilde de niño, entre otras razones familiares, porque la abuela del autor y Lady Wilde (la madre de Oscar) se visitaban. Sería fácil concluir diciendo que suena a trampa. Pero seríamos injustos si no reconociéramos que el autor se ha estudiado bien las maneras orales de Wilde y saca algún provecho colocando, especialmente en el inicio, algunas frases que no desmerecen al gran Oscar. Creo que en honor de este olvidado y oscuro Cooper-Prichard, podemos al menos rescatar alguna: "Comprenderá usted, lord Dodderington, que hoy día no significa tanto lo que un hombre haga como lo que deje de hacer." O esta otra -dirigida a un capitán-: "Comprendo tanto como usted que siempre ha sido el principal propósito colectivo del hombre el exterminar al hombre". O, por fin: "La imaginación es el don de describir como hecho lo que en realidad no ha sucedido". Si las conversaciones con Wilde tienen un tufillo de duda, con todo, el espíritu del genial irlandés no andaba del todo lejos.