Image: Los dos mensajes del Islam

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Ensayo

Los dos mensajes del Islam

Antonio Elorza

25 septiembre, 2008 02:00

Foto: Ali Jarekji

Ediciones B. Barcelona, 2008. 368 páginas. 18’50 euros

En la baraúnda de bibliografía publicada en los últimos años sobre el Islam y, en especial, acerca del peligro que supone para Occidente, la obra de Antonio Elorza presenta este perfil concreto: a juicio del autor, el peligro de islamismo radical no se evita, sin más, con recurrir al islamismo moderado y apoyarse en éste. El único apoyo plenamente satisfactorio es el que pueda conseguirse del islamismo que imponga, en sus propias comunidades, el pluralismo que es característico de los países occidentales. Lo que ocurre es que ese Islam pluralista no ha pasado ni pasa de ser un fenómeno minoritario, cuyos seguidores casi se cuentan con los dedos de las manos y sobran dedos.

Elorza no concluye, con todo, que sea de esperar -necesariamente- el "choque de civilizaciones" que otros presagian. Admite expresamente que el Islam moderado ofrece posibilidades de paz. Pero una paz permanentemente precaria. Y eso, porque, a juicio siempre del autor, todo monoteísmo es potencialmente violento. Al entender la vida en una perspectiva de esencial subordinación de todos los hombres al Dios que los ha creado -que es el único Dios-, todo monoteísmo supone la posibilidad de que, en uno u otro momento, el creyente pretenda imponer la fe en ese Dios único a todos los demás, incluso por la fuerza. De eso, a su entender, se salva claramente el budismo por la vía de negar esa polarización. En el budismo, la idea del Dios único se diluye en la realidad estrictamente humana, que, en definitiva, es divina. En el caso del cristianismo, explica Elorza, no se diluye, sino que se supera por la vía de la humanación del Dios único en la persona de Jesucristo. Se diría que, en ese caso, es Dios quien llega a obviar sus propios atributos divinos y acorta todas las distancias.

Elorza arguye que, a diferencia del cristianismo y del budismo, el judaísmo y el Islam comparten esa -llamémosla- predisposición a las posturas radicales. Y no la comparten por casualidad, según el autor, sino porque el Islam es una derivación del judaísmo, la clave de cuya mediación podría estar en la deriva samaritana, que terminó de perfilarse como algo ajeno al judaísmo ortodoxo en el siglo IV antes de Cristo y, probablemente, llegó siglos después a conocer el propio Mahoma.

Todos estos razonamientos pueden hacer pensar en un fenómeno complejo. Lo es sin duda; pero tiene razón Elorza cuando insiste en que el éxito del Islam puede deberse, en parte, a la combinación que se da en el Corán entre belleza literaria, insinuaciones mistéricas y pura simplicidad de planteamientos. Esto último es fundamental. La sencillez y la consiguiente facilidad para entender lo principal es característica del Islam. Lo malo es que, como recuerda el autor, esa asequibilidad está blindada por otro rasgo radical, que es la completa supeditación de las mujeres a los varones. Dicho con la misma simplicidad de planteamientos, a los varones les compensa. En cuanto a las mujeres, cabe que lleguen a sentirse compensadas por la vía de convencerlas de que, comportándose así, son el soporte decisivo de la familia y, por tanto, de la comunidad islámica y del propio futuro del Islam.

Lo que Antonio Elorza -siguiendo a otros autores- no salva del calificativo de esquizoide es el hecho de que muchos musulmanes cultos concilien todo esto con la aceptación y el máximo uso posible de la tecnología más avanzada, de origen occidental. Para eso, no basta comprender el Islam, sino, además, no plantearse siquiera la posibilidad de que el desarrollo tecnológico occidental tenga que ver con la inexistencia de varias de las trabas fundamentales que impone el credo islámico. Al revés: aceptado el contrasentido sin preguntarse sobre él, un musulmán fiel a sus creencias puede llegar incluso a concluir -fácilmente también- que son justamente ellos los llamados a reconducir esa tecnología por el camino del bien, que no es sino el propio Islam. El islamismo radical no sería sino la consumación de esa mezcla, llevada al extremo. Extremo del que forma parte la aceptación del martirio. Pero un martirio que remite al cabo a aquella dualidad del monoteísmo originario, que, en el Islam, se presenta como la más cruda disyuntiva entre Venganza y Reconciliación, según Elorza.