Image: La playa de Falesá

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Ensayo

La playa de Falesá

R. L. Stevenson

9 octubre, 2008 02:00

R. L. Stevenson

Trad. V. Campos y G. Martínez. Navona, 2008. 188 pp. 23’50

Hay pocos autores que, como Robert Louis Stevenson (Edimburgo, 1850 - Samoa, 1894), provoquen experiencias de lectura tan parecidas a las de un viaje real. Como quienes viajan realmente, los protagonistas de los libros de Stevenson duermen en habitaciones que antes y después de ellos albergarán a desconocidos, y muchas veces ni siquiera poseen el techo que les resguarda. Desconocidos entre gente desconocida, aprenden que no son nadie pero precisamente en lugares a los que de pronto se sienten pertenecer, lugares exóticos que de improviso se convierten en sus verdaderas patrias. Stevenson es, al igual que Conrad, el padre de una enorme galería de excluidos de Occidente, de parias, de aventureros, y si los describe con tanta maestría es porque está relatando la historia de su vida.

Los editores han tenido a bien reunir aquí dos relatos aparentemente disímiles; "La playa de Falesá", una nouvelle de aventuras en los mares del sur que se lee como se respira, y un emocionante texto supuestamente semiautobiográfico, "Las desventuras de John Nicholson". Tanto uno como otro tienen sus ilustres predecesores en La isla del tesoro y en el inacabado El Weir de Hermiston, en el que trabajaba cuando le llegó la muerte -¡a los 44 años!- en su retiro de Samoa y en el que, una vez más, trataba de exorcizar la dolorosa incomprensión que sufrió por parte de su padre toda su juventud. Tanto uno como el otro quedan misteriosamente conectados también, como si mostraran dos caras distintas pero complementarias del autor. De un lado la fantasía de los viajes, de otro la cruda realidad que le impulsó a viajar desde la más temprana juventud; no sólo esa figura autoritaria y hostil que encarnó su padre, sino la forma en la que lo admiraba y temía determinó aquel viajar perpetuo, y aquella desvinculación del país que le había visto nacer. Stevenson fue también, qué duda cabe, un personaje de Stevenson.

Otra particularidad de estos relatos menos conocidos es su peculiar soltura. Pertenecen a su época más madura y se nota no sólo en el trazo del carácter de sus protagonistas sino también en esa inquietante velocidad con la que en su obra suelen desencadenarse los hechos. Cuando John Wiltshire desembarca en las playas de los mares del sur bastan apenas tres páginas para que nos sumerjamos en ese mundo de olores, alcohol, violencia sumergida, tabús y samoanas a las que se hace esposas por una noche con documentos falsos. Uno vive en la piel de los héroes de Stevenson como el hombre que le habría gustado ser, lo suficientemente cercano y expuesto al miedo cualquiera de nosotros, pero con un extra de determinación y aventura, así que también sus debilidades nos resultan disculpables. Viajar, explicaba Magris, tiene que ver con la muerte, pero también es diferir la muerte, aplazar lo máximo la llegada, el momento del balance definitivo y del juicio. Viajar no para llegar sino por viajar, para llegar lo más tarde posible, para no llegar posiblemente nunca.