Image: Palabra de republicano

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Ensayo

Palabra de republicano

Diego Martínez Barrio

23 octubre, 2008 02:00

Martínez Barrio junto a Azaña en 1936.

Estudio y edición de Leandro Álvarez Rey. Ayuntamiento de Sevilla, 2008. 1046 pp, 29’15 e.

Aprimeros de agosto de 1960, cuando sólo le quedaban poco más de quince meses para morir, Diego Martínez Barrio (1883-1962) afirmó en su testamento que creía en Díos y pedía que sus restos fueran inhumados en el cementerio sevillano de San Fernando. También proclamaba que los propósitos de su actuación siempre fueron rectos y desprovistos de odio hacia el adversario.

El autor de esas palabras era un conocido republicano, con una prolongada y brillante trayectoria política que le había permitido desempeñar la presidencia del Gobierno en 1933, la de las Cortes republicanas en 1936 y, de forma interina, la presidencia de la República en la primavera de aquel mismo año. Tendría que haberla vuelto a ejercer, también de forma interina, tras la dimisión de Azaña a finales de febrero de 1939, pero las circunstancias del fin de la guerra habían provocado ya una completa dislocación de las instituciones republicanas. En 1945, sin embargo, sería elegido presidente interino de la República en el exilio y ejerció esa magistratura hasta su muerte aunque, en sus últimos años, lo hiciera ya de una forma simbólica y con el único propósito de dejar patente la ilegitimidad del régimen de Franco. Había sido también masón, con actividades destacadas desde la primera década del siglo XX, cuando ya era un conocido político republicano en la vida municipal sevillana. En los años treinta llegaría a ser Gran Maestre del Gran Oriente Español.

La declaración testamentaria de 1960, sin embargo, no tiene nada de sorprendente y responde con exactitud a la fisonomía política y moral de un viejo republicano que, al decir de Antonio Domínguez Ortiz, fue un "ejemplo de ecuanimidad en una España de pasiones desquiciadas". Su imagen, sin embargo, permaneció algo desvaída durante muchos años en los que sólo fue visto como el discreto lugarteniente de Alejandro Lerroux en el periodo inicial de la segunda República y el protagonista, desde mediados de 1934, de una escisión política que le alejó del radicalismo y le aproximó a las izquierdas, aglutinadas en el Frente Popular a finales de 1935. Nunca faltaron los que achacaron a la Masonería aquel desplazamiento de Martínez Barrio hacia la izquierda.

Pero el político sevillano sonó con voz propia a partir de 1983, cuando se publicaron sus memorias, que habían sido redactadas entre 1945 y 1946. Aquellas memorias, al igual que había ocurrido unos años antes con las de Niceto Alcalá-Zamora (1977), contribuían a contrarrestar algo el excesivo peso que tenía el testimonio de Manuel Azaña (1968) en el conocimiento e interpretación del régimen republicano de 1931.

En esta ocasión, Leandro álvarez Rey, nuestro mejor especialista en la vida y la obra de Martínez Barrio, nos ofrece un grueso volumen en el que se recogen ciento setenta textos -artículos y discursos- representativos de una trayectoria política que se prolongó desde 1901 a 1959. Junto a ellos, un interesantísimo álbum de casi trescientas fotografías. En todo caso, la gran aportación del libro es el largo estudio preliminar que constituye, por si solo, una detallada y excelente biografía del político sevillano, de la que carecíamos hasta el momento. álvarez Rey que conoce como pocos la vida política sevillana del primer tercio del siglo XX toma de la mano a Martínez Barrio a comienzos de ese siglo, cuando era un adolescente que se asomaba a los periódicos anarquistas de la capital andaluza, y conduce al lector por los intrincados vericuetos del republicanismo español hasta la caída de la Monarquía en 1931.

El hijo del albañil, propietario después de una modesta imprenta que daba albergue al taller masónico, ascendió entonces a algunos de los puestos de mayor responsabilidad del régimen republicano desde los que trabajó por una República moderada que se demostró inviable. Al final sólo le sostenía la añoranza de Sevilla y el deseo de reposar en aquella tierra tan querida.

Sus deseos se verían cumplidos en una limpia mañana de enero del año 2000. Cuando ya apuntaba un nuevo siglo.