Image: Goya durante la guerra de la Independencia

Image: Goya durante la guerra de la Independencia

Ensayo

Goya durante la guerra de la Independencia

Gérard Dufour

4 diciembre, 2008 01:00

'Alegoría de la villa de Madrid', de Goya.

Cátedra. Madrid, 2008. 294 páginas. 23 euros

En el Museo Municipal de Madrid se encuentra el cuadro Alegoría de la villa de Madrid (en la imagen) pintado por Goya en 1810, a la derecha del cual dos figuras sujetan un medallón en el que originariamente aparecía retratado José I Bonaparte. Los visitantes actuales no verán sin embargo su imagen, sino la leyenda "Dos de mayo", último de los numerosos repintes sufridos por el medallón al compás de los cambios experimentados por nuestro país en el siglo XIX. En 1812, cuando las tropas de Wellington entraron en la capital, la figura del monarca intruso fue sustituida por la palabra "Constitución". Unos meses después, al regresar los franceses, volvió a figurar el rey José, reemplazado por segunda vez por la "Constitución" tras su marcha definitiva en 1813. La historia de los repintes del medallón continuaría, pero aquí nos interesa únicamente como símbolo de los vaivenes y adaptaciones de Goya durante los años de la guerra, aunque fuera su discípulo Felipe Abas el encargado de retocarlo.

La idea de un Goya afrancesado no es nueva, aunque se contrapone a otras interpretaciones de un Goya patriota, que pintó la lucha desesperada del pueblo de Madrid el dos de mayo de 1808, o la brutalidad de la represión francesa. Por encima de ambas posibilidades, ha predominado la visión de un Goya liberal, que en Los desastres de la guerra denuncia la barbarie de los dos bandos. Ya antes de la invasión francesa, había criticado al clero o a la Inquisición en los Caprichos, y acabaría exiliándose a Burdeos en 1824, tras el fin del Trienio liberal y la reimplantación del absolutismo de Fernando VII.

A despejar todas las incógnitas sobre la actuación del pintor durante la guerra de la Independencia se dedica el libro de Gérard Dufour, uno de los hispanistas que mejor conoce aquellos años y que, al rigor histórico y la información exhaustiva, une un acercamiento desapasionado, libre de cualquier chauvinismo, al drama que supuso la invasión francesa. Con una minuciosidad increíble, Dufour sigue el rastro del pintor a lo largo de aquellos años. Especialmente interesantes resultan sus razonamientos sobre los cuadros dedicados al Dos de Mayo (la carga de los Mamelucos) o a los fusilamientos de Príncipe Pío (los dos de 1814), en los que demuestra que Goya no fue testigo directo de ninguno de ambos hechos. A pesar de su simpatía por la causa patriótica y el odio a los franceses patente en la hoja de una navaja grabada y firmada por él, hubo de acabar contemporizando con la situación. En un principio abandonó Madrid, marchándose a Piedrahita, pero la amenaza del gobierno josefino de incautar los bienes de los ausentes le hizo regresar a la Corte. En su haber patriótico figura, tras Bailén y el primer abandono de Madrid por los franceses, el viaje a Zaragoza, junto con otros pintores, para ser testigos del estado ruinoso de la ciudad después del primer asedio francés. También la renuncia al puesto de primer pintor de Cámara del rey, o el retrato de Wellington durante la efímera reconquista de Madrid en 1812. Sin embargo, aceptó pintar el retrato de José I en la alegoría de la villa de Madrid y participó en dos comisiones elegidas por José I. Una de ellas, para seleccionar una colección de cuadros que habría de regalar a su hermano el emperador, y la otra para la creación de un museo en el palacio de Buenavista. Goya firmó el juramento de fidelidad y adhesión al rey impuesto por el gobierno, pese a que lo hiciera con una firma no habitual, que tal vez pudiera expresar su restricción mental. Finalmente, fue condecorado con la cruz de la Orden Real de España, la que los patriotas llamaron despectivamente "la berenjena", aunque alegara en su descargo no haberla exhibido nunca.

Al regreso de Fernando VII, el pintor fue sometido a la Comisión de Depuración, pero recibió de ésta un trato benévolo y fue exonerado de cualquier culpa de colaboracionismo. Su comportamiento durante la invasión francesa fue similar al de otros muchos que, movidos por el interés, la conveniencia o el miedo, estuvieron tan lejos del heroísmo patriótico como del afrancesamiento. El estudio de Gérard Dufour desvela de forma definitiva tal realidad, y nos deja la incógnita sobre el apoyo inicial de Goya a las reformas liberales de Cádiz, así como su muy probable adscripción a la masonería en los años de la guerra.